«Cada quiebro, cada melodía, cada instrumento se derrama directamente por la piel»
Coralie Clément
«La belle affaire»
NAÏVE
Texto: CÉSAR PRIETO.
El pop francés sigue de gala. En mayor o menor medida, años más, años menos, nos sigue regalando esas delicias de intimidad y buen gusto que apuntan aquí en el cuarto disco de Coralie Clément. Seguramente fue Carla Bruni la que dio oxígeno a la conjunción de voces tenues y regusto de cámara en el siglo XXI, y de ahí surgieron Keren Ann o Mercedes Audras por poner dos ejemplos, sin olvidar que hubo hace tiempo una Françoise Hardy y una Jane Birkin que siguen siendo absolutamente novedosas en todo lo que hacen. Quizás la diferencia en este cuarto disco –siete años después del tercero– es que su hermano, Benjamin Biolay, no está tan presente en la grabación, excepto en el corte “A la longue”, una versión carnavalesca de una canción que él ya había hecho en su dúo con Chiara Mastroianni.
Y “La belle affaire” consigue ser excepcional desde la primera canción, la que da título y tono al disco, una letra de repetitivos conflictos sentimentales susurrada, cálida y de magnético fondo espiral. De esta misma estirpe son ‘Trois fois rien’, una de esas delicadezas «flou» a la que solo saben dar calidad los franceses, y ‘Un jour’, más acústica en su apuesta por la placidez. Incluso ‘Mon amie la rose’, una versión precisamente de Françoise Hardy en la que aporta más melancolía a una canción que de por sí traza dulces desesperos.
También de estirpe clásica, aunque en esta ocasión más eléctrica, es ‘Eléfant noir’, con la voz neutra y lujuriosa a lo Jane Birkin, compañera de ‘Tes nuits pâles’, un crescendo rock envolvente. Aún se escapan otras de estos caminos, por ejemplo cierto ritmo de tango tropical en ‘Sur mes yeux’ y sobre todo ‘De Paris a St. Petersbourg’, en que nos calma ese ritmo ferroviario por el que desfila un paisaje otoñal, a punto de la desolación.
Porque los arreglos de Thomas Coueriot son sencillamente magistrales, un elemento esencial en las canciones, crean sensaciones plásticas y a la vez envuelven tierna o luminosamente la voz, creando así la ligazón para que cada quiebro, cada melodía, cada instrumento se derrame directamente por la piel.
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