«Una obra menos aséptica, más natural, en la que se aprecia a una formación correosa, que asume las aristas y la rugosidad con la entereza de quienes saben que lo importante es capturar el momento»
Fito & Fitipaldis
«Huyendo conmigo de mí»
DRO/WARNER
Texto: JUAN PUCHADES.
Fito seguramente está hasta las pelotas de aquellos que le insisten en la necesidad de virar el rumbo, los que aseguran que los dos primeros discos fueron fantásticos pero que luego se ha limitado a repetir la fórmula. Pero debe resultar complicado estar en su piel creativa, porque estoy convencido (por lo que le conozco a él y a su entorno profesional) que hace lo que quiere y como le apetece, en plena libertad, que nadie le indica la senda que debe andar, y que es feliz en ese sonido que ha logrado imprimir con su sello personal y que, seguro, le recuerda al de sus héroes musicales de referencia.
Es cierto que los álbumes precedentes pecaban de una excesiva limpieza sonora y que el de la pasada primavera, «En directo desde el Teatro Arriaga», nos mostró con crudeza su realidad: en vivo Fito y sus Fitipaldis son una banda de rock and roll animosa y divertida pero cuando entran en el estudio parecen obsesionados por alcanzar una perfección en la que se pierde el alma y la locura en pos del esplendor. Tal vez por ello, y consciente de esa distancia entre el estudio y el directo, Fito Cabrales ha optado por grabar «Huyendo conmigo de mí» (¡enorme título!) junto al grupo con el que lleva tiempo compartiendo escena (los actuales Fitipaldis: Alejandro Climent, Carlos Raya, Dani Griffin, Javier Alzola y Joserra Senperena). De ahí brota una obra menos aséptica, más natural, en la que se aprecia a una formación correosa, que asume las aristas y la rugosidad con la entereza de quienes saben que lo importante es capturar el momento. No se sueltan el pelo como en ese glorioso directo —intuyo que Fito y su productor, Carlos Raya, son de esos músicos obsesionados con la excelencia sonora—, pero aquí entra aire renovado, y se agradece.
Indudablemente que a Fito le acompaña su voz de siempre (ese instrumento único no puede cambiarse) y que ha ido trazando un sonido que ya es suyo, absolutamente identificable, por momentos «grande» y algo ampuloso, constantemente elegantón. Pero esa es su marca, lo tomas o lo dejas. Y vale la pena tomarlo y darle una oportunidad a un álbum notable que en su decena de canciones no decae en ningún momento.
Fito transita una vez más por ese paisaje estilístico que reconoce como propio y que le lleva del pub rock al rock urbano contenido, perdiéndose cada tanto en baladotas de muchos quilates, siempre siguiendo el prontuario clásico que afirma que guitarras y voz deben ser protagonistas principales. Y a él se someten unos excelentes temas con los que el bilbaíno se encarama de nuevo a esa posición privilegiada —alcanzada con paciencia y denuedo— de gran hacedor de canciones. Porque lo que sustenta a Fito es, en esencia, su capacidad para idear melodías y escribir letras con las que se saca los fantasmas personales de dentro pero que tienen la capacidad de conectar con los nuestros (nuestros propios fantasmas, que son nuestras inseguridades y dudas). Aunque en la versión que cae en este disco (la inmensa ‘Nos ocupamos del mar’ de Javier Krahe), el intérprete confirma que no está mudo, como mantiene el pulso firme para rubricar estupendo rock and roll (‘Lo que sobra de mí’, ‘Garabatos’), arrimarse al blues (‘El vencido’, ‘Lo que siempre quise hacer’) o para ponerse exquisito (la gran ‘Entre la espada y la pared’, en la que deja que sean los puentes los que la impulsen hacia la épica). Incluso, tan reacio a tratar la fea actualidad en sus textos, ya no ha podido más y en ‘Nada de nada’ fija el instante que padecemos: «Mientras todos dicen ‘Nadie es culpable de nada’ / Dime si sonrío con la gravedad adecuada / Tiempo de ladrones, de cerrar las persianas / De lo que me digas, nada de nada».
Fito no pretende cambiar el mundo con sus canciones, solo aspira a disfrutar con ellas y compartirlas con aquellos a quienes le agraden. No hay trampa ni cartón, va a calzón quitado, ofreciendo el corazón en la mano extendida. Así no extraña que miles de oyentes conecten abiertamente con su propuesta, porque en días de impostura, lo sencillo, la verdad y el sentimiento se anhelan cual faro en la niebla. Ese es su secreto. Y no está al alcance de cualquiera.
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Anterior crítica de discos: “The Apple years 1968-75″, de George Harrison.