«Este discazo está llamado a convertirse, por su grandeza en referente. Una de las mejores colecciones de canciones de este año y de los venideros, pues es intemporal»
Pigmy
«Hamsterdam»
HURRA! MÚSICA
Texto: JAVIER DE CASTRO.
Tras su trabajo en el seno de Carrots, Vicente Macià “Willy”, exguitarra, cantante y compositor del psicodélico combo barcelonés se dio a a conocer bajo un nuevo alter ego artístico: Pigmy. «Miniaturas», aparecido allá por 2007, significó su espléndido debut sobre formato de larga duración como artista en solitario. Sin duda diferente, aunque sin perder de vista algunas de las influencias estilísticas y sonoras que habían marcado su devenir artístico hasta aquel momento, en su nueva faceta de cantautor pop se revelaba, haciéndolo en castellano, pero como un intérprete aún más íntimo y dúctil que antaño.
Autor de preciosas letras y compositor de embriagadoras melodías, la simbiosis de ambos talentos se materializó en maravillas como ‘Válsamo’, ‘Hoy’, ‘Miento más’, ‘Piedras y guisantes’ o ‘Lantana’. Temas que le retrotraían a uno en el recuerdo a los tiempos gloriosos en los que el trabajo y joyas de gigantes como Cat Stevens, Simon & Garfunkel, Donovan o Nick Drake –coincidentes con nuestro protagonista de hoy en cuanto a sensibilidad y brillantez musicales, no es ninguna «boutade»– daban dignidad al panorama musical internacional. En su caso, Pigmy se ha convertido en un perfecto alquimista a la hora de construir hermosísimas composiciones tejidas a medio camino entre el pop y el folk, pero que conservan cierto fulgor de los aires psicodélicos que siempre han marcado a su autor e intérprete. Como no podía ser de otro modo, ¡bendito-maldito país!, «Miniaturas» pasó lo desapercibido que suelen las obras excepcionales pero que navegan contracorriente, quedando para solaz de unos pocos sibaritas que lo tenemos en nuestra discoteca y entre los predilectos que nos llevaremos a la isla. Ha llovido lo suyo y tras un silencio relativo –Macià y sus excompañeros de Carrots, protagonizaron no hace excesivos meses un reencuentro, para festejar la reedición de sus álbumes, con gira incluida–, el mercado debe congratularse con la recientísima puesta en circulación de «Hamsterdam», la segunda entrega en solitario de Pigmy, a mayor gloria si cabe de su creador.
Y es que los que hemos tenido la fortuna de vivir en paralelo a la gestación de esta segunda obra maestra, pues de tanto en tanto se nos brindaba la oportunidad de gozar de algún esbozo seminal de canción, de algún tema inacabado pendiente de letra, o de ensayos varios con instrumentaciones imposibles, fuimos percibiendo que Macià estaba trabajando en algo muy, muy grande, como finalmente así ha sido –o al menos nos lo parece a nosotros–, aunque en esos largos meses de espera interesada no éramos capaces de captar la magnitud precisa de la cuestión. Estas filtraciones de material, al margen de servirle al artista para que algunos le diésemos nuestra opinión, en absoluto imparcial, me temo, lo único que lograron entre sus fieles seguidores –si me confieso, amo las canciones de Pigmy– fue avivar nuestra curiosidad y expectación y las ganas crecientes de poder escuchar completa del todo esta nueva colección suya. Y es que durante estos largos años en que el álbum iba cobrando vida y dotándose de forma, en algunos momentos llegamos a pensar a ver si este dichoso «Hamsterdam» de título idílico se acabaría convirtiendo en una especie de «Smile» a la española, con su autor –¡bendita locura!, de nuevo– componiendo y desechando; grabando y regrabando; vistiendo y desvistiendo a un puñado de canciones con ínfulas de obra conceptual y, para más inri, aspirando a una sonoridad bella, detallista, barroca, gandilocuente y alambicada que, con respeto, recordase a algunas magnas obras de la segunda mitad de la prodigiosa década de los sesenta, donde el pop, la piscodelia y hasta las primeras formas de rock sinfónico, lograban unirse en alquimias perfectas, con discos como «Days of future passed», «The piper at the gates of dawn» o «Odessa», como ejemplos magistrales y buenos botones de muestra.
Aunque al menos en las fases preliminares del disco todo el trabajo corrió a cargo del propio Willy –¡ qué bárabaro!– asumiendo la composición, las voces solistas o en «background», las instrumentaciones múltiples, los arreglos, las mezclas, etc., todo, en suma, ha optado finalmente por rodearse de unos cuantos instrumentistas de buen rango para cubrir las imprescindibles partes orquestales de cuerdas y vientos y algún que otro detalle más, huyendo de lo más sencillo y práctico que hubiera sido, simularlos informáticamente. Aún así, el trabajo del artista del Prat de Llobregat ha sido ímprovo, como ímprova ha sido también la búsqueda de una discográfica que transigiera en editar el disco en el fondo y forma exigidos por su creador y sin los cuales, quizás, hubiera sido mejor tirar la toalla, como afortunadamente no ha ocurrido por fin.
El disco en cuestión, una entrega en formato de doble vinilo de no sé cuántos gramos –¡por supuesto!–, disponible asimismo en CD, y presentada de forma MARAVILLOSA mediante un precioso y cuidado «art work» de estética innegablemente «steampunk» (obra de Oscar Sanmartín Vargas), nos descubre la historia de Tomás, un ratón tan inteligente y sensible que se le antoja a uno casi humano, por ser capaz de interpretar las miserias y alegrías de quienes le rodean a través de las canciones y la música. La escucha en conjunto de la obra, por que hay realizarla sin pausas, de principio a fin, y concentrados al máximo, para no perder detalle, acaba resultando una experiencia absolutamente deliciosa. Escuchen de forma atenta y con parismonia, si hace falta, los textos. A la vez, oníricos e irreales, poéticos y sorprendentemente hermosos, y a la altura de lo mejor que se haya podido escribir nunca en materia pop de nuestro país.
Gocen en plenitud de melodías tan preciosas, instrumentaciones tan ricas y grandilocuentes y de unos arreglos abigarrados pero envolventes y adictivos, que visten de suntuosos ropajes musicales a composiciones excepcionales con letras para ser cantadas, como ‘Abriendo el retablo’, ‘Pan y música’, ‘Pastor’, ‘Febrero’, ‘Buscador de oro’, ‘Me enamoré de una perra’, ‘Martillo al dedo’, ‘El buho’, ‘La rueda’, ‘El gato y el ratón’, ‘Soldadito de plomo’, ‘Si’, o la que otorga título a la colección y da continuidad discursiva al álbum que las acoge. A destacar, por último y no menos relevantes, unos instrumentales muy bien hilvanados como ‘Juego de niños’, ‘Hiato’, ‘A.M.’, ‘Cajas de música’ o ‘No’ que, cual eslabones de una cadena, acompañan, entre canción y canción, a unos pequeños textos explicativos ofrecidos para seguir mejor la historia.
Como «Miniaturas», este «Hamsterdam», de Pigmy venderá más o menos –así es este negocio de proceloso e injusto– aunque lo que no puede ni debe escapársele a nadie, en justicia, es que este discazo está llamado a convertirse, por su grandeza, en referente y –aventuro– en una de las mejores colecciones de canciones de este año y de los venideros, pues es intemporal.
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