Discos: «El Puchero del Hortelano», de El Puchero del Hortelano

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«A la primera escucha lo encuentras agradable, a la segunda con personalidad, a la tercera fascinante y a la cuarta adictivo, necesita más escuchas para arañar todo lo que tiene dentro»

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El Puchero del Hortelano
«El Puchero del Hortelano»
AFICIONES RECORDS

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

El Puchero del Hortelano lleva años en la carretera –concretamente desde el 98, en Granada; y siete discos, uno en directo– desplegando melodías castizas, hondamente sentimentales y de tan cascada precisión como la voz de Antonio Arco, una voz que la primera vez que te llega clasificas como extraña e impropia, pero que enseguida se revela como la única posible para defender sus canciones, unas canciones de deje aflamencado y aparentemente festivo que concluyen también en mensajes sociales y letras que son irregulares pero que cuando brillan no tienen rival, letras que van desde el absurdo hasta la intimidad más melancólica pasando por retratos de amores y desamores.

Son un grupo de fiesta, de rumba y jaleo, en esto no hay duda; sus dejes y guitarreos, sus arreglos de viento y en ocasiones de cuerdas –‘Plácida’ es en este sentido un modelo– transmiten baile, pero escucha tras escucha aparecen capas debajo que convierten su estilo en una música que absorbe muchas más influencias de las que parece en un principio. Empecemos: ‘Hay días’ podría estar en el repertorio inicial de El Último de la Fila’ y no desmerecería, ‘Manías’ está llena de swing y ‘El regreso’ atesora una impresionante melodía, festiva y chulesca, a la manera del mejor Sabina pero con derroche en la orquesta.

Es la gran virtud, un disco que parece unitario en su concepto, que a la primera escucha encuentras agradable, a la segunda con personalidad, a la tercera fascinante y a la cuarta adictivo, necesita más escuchas para arañar todo lo que tiene dentro, y tiene también –último ejemplo para no cargar– a Veneno en el surrealismo desbordado de ‘El parque’, con la ayuda de Noni, de Lori Meyers.

Y además, inteligentemente, deja para el final los dos trallazos del disco: una rumba de filosofía vital y optimista como es ‘Decir’, bordada de trompetas de un preciosismo de noche y verbena y ‘Maldito’, una explosión funky, totalmente negra, bailable hasta los huesos donde echan definitivamente el resto. Y acaban las once canciones y uno piensa que ha de escucharlo una vez más y que ha de guardarlo para cualquier fiesta que le aparezca en cualquier lugar. Ambas cosas compatibles, no se preocupen.

Anterior crítica de discos: “123 acción”, de Rebeldes.

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