«Este disco, lamentablemente, llegará a escasos devotos, pero en la intensa felicidad de esos devotos ganará a cualquier otro aparecido este año»
Cecilia
«Diálogos…»
RAMALAMA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Nunca lo hubiéramos esperado porque parecía simplemente imposible. Ya dábamos gracias al cielo porque se hubieran recuperado conciertos para la radio de Cecilia, e incluso las maquetas que había ido preparando en el estudio de grabación para que se estudiasen los arreglos, con alguna inédita entre ellas. Así que dábamos por supuesto que no habría más material disponible. Y por ello, el anuncio de Ramalama de que se iba a publicar un nuevo disco con canciones nunca aparecidas fue como si de nuevo un ángel bajara a la tierra.
En este caso se trata de grabaciones absolutamente caseras, esas cintas de casete que en un magnetófono de los setenta Cecilia grababa en sus soledades para ir construyendo las canciones, trocitos desperdigados, en ocasiones fragmentos de una misma canción arrancados de cintas muy diversas, sin nombre, y que solo la paciencia de Jesús Caramés ha podido ir reconstruyendo tras múltiples escuchas, aprendiéndolas de memoria, para observar leves similitudes entre ciertas melodías y otras. Así se han desvelado un buen puñado de temas nuevos con un sonido defectuoso –aunque desde luego editable– en los que casi nos atemorizamos, cohibidos, al asistir a momentos tan íntimos. De hecho, en el primer corte se puede escuchar claramente al loro de la cantante graznando en segundo plano.
Así, quizás lo menos interesante sea una versión muy primigenia de ‘Un ramito de violetas’ y lo más –indudablemente– media docena de canciones que iban a conformar el disco dedicado a Valle-Inclán que la CBS rechazó de plano y que parecían irremediablemente perdidas. Ahí está el soneto que le dedicó Rubén Darío y un desacostumbrado tono de milonga en ‘Rosa deshojada’. También se encuentra entre estos poemas de Valle una de las canciones que se adivina absolutamente enorme, ese ‘Resol de verbena’, el poema de “La pipa de Kif” que describe el colorismo, la noche y la música de una romería, bordado con esas melodías tan naturalmente hermosas y esos estribillos tan ensoñadores que lograba Evangelina Sobredo. Únicamente hace falta leer el poema en su aridez, sin música, para demostrar la magia que podía conseguir la cantante.
La reconstrucción ha colocado unos escuetos arreglos cercanos a la época en canciones que dan la impresión de haberse podido convertir en un nuevo capítulo de esa delicadeza melancólica que Cecilia sabía manejar tan bien. ‘Los vientos cambian’ tiene uno de los mejores estribillos que le hemos oído y ‘De madrugada’ es una historia de adulterio tierna y triste que bajo su aire de época y personal contiene un monumento al amor prohibido que hubiera sido un éxito a finales de los setenta.
Con esto valdría, tener cuatro canciones de Cecilia de tan bello calado ya es el milagro, pero añadir parte del elepé de Valle que nunca existió, el aire tropical de ‘Dónde estás Dios mío’ o el retrato costumbrista de ‘Monótona soltera’ son un estupendo complemento que, lamentablemente, llegará a escasos devotos, pero en la intensa felicidad de esos devotos ganará a cualquier otro disco aparecido este año.
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Anterior crítica de disco: “The hurting”, de Tears for Fears.