“No, no es un surtido de clásicos de su repertorio. Sí es una golosina para completistas. También un homenaje a sus músicos, que le arroparon en el desgaste de unas actuaciones de tres horas y media”
Leonard Cohen
“Can’t forget. A souvenir of the grand tour”
SONY
Texto: EDUARDO TÉBAR.
Leonard Cohen se toma con elegancia y humor el estajanovismo discográfico al que se ha visto forzado en el último lustro. A la romería de lanzamientos –varios directos y dos álbumes de estudio– se suma ahora “Can’t forget. A souvenir of the grand tour”, una rareza que reparte extractos de conciertos y tomas en pruebas de sonido registrados entre 2012 y 2013, con el reclamo de contener un par de composiciones inéditas. No, no es un surtido de clásicos de su repertorio. Sí es una golosina para completistas. También un homenaje a sus músicos, que le arroparon en el desgaste de unas actuaciones de tres horas y media (‘I can’t forget’ suena bajo la lluvia de Dinamarca). Y sobre todo: sabe a epílogo irónico. Sin dramas. En la portada, Cohen se contempla a sí mismo como se contemplan las ruinas de un templo griego. Con su estoicismo y su belleza.
Aparece en el libreto fumando un pitillo el día de su 80 cumpleaños. La misma sorna con la que se burla de su vejez en ‘Got a litlle secret’: “Tengo un espejo de cuerpo entero / no es un espectáculo agradable”. La otra pieza nueva, ‘Never gave nobody trouble’, es un blues cálido y amenazante: “Nunca he atacado a nadie / no es tarde para empezar”. Se permite bromear sobre su declive sexual en un monólogo (‘Stages’) antes de esbozar ‘The tower of song’. A su vez, canta con su francés de Quebec en ‘La manic’, una versión de Georges Dor, y rescata un country finisecular (‘Choices’) escrito por Billy Yates.
Pero los momentos de mayor intensidad vienen con las perlas antiguas. Canciones poco expuestas que Cohen dignifica con la robustez agrietada de su voz. Los renglones en ascenso del arranque con ‘Field Commander Cohen’. La poética erotizante de ‘Light as the breeze’, preciosa en vivo en Dublín. O las plegarias en ‘Night comes on’. La religión como hobby favorito. El amor como brújula. Cohen no quiere una escena de contemplación lacrimógena del hundimiento de Venecia. Sus canciones son espacios sagrados.
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