«Un disco efectivo y lleno de claridad pop, once canciones de talante luminoso y conscientemente diseñadas desde referentes clásicos»
La Cena
«Canciones para nadie»
AUTOEDITADO
Texto: CÉSAR PRIETO.
Sin haber presentado una sola canción desde hace dos años, los malagueños La Cena vuelven a irrumpir con un disco efectivo y lleno de claridad pop, once canciones de talante luminoso y conscientemente diseñadas desde referentes clásicos. Y con clásicos me refiero a las cadencias británicas, a cierto aire psicodélico en el gramaje de las guitarras, a territorios campestres norteamericanos y a la base neutra y limpia del pop español de toda la vida, cimentado en Los Brincos y la nueva ola. De todo hay y ya todo lo proclaman en la primera canción, ‘Continuar’, de impecable factura, sostenida en una placidez lenta y magnética de caricias pausadas en el estribillo.
Hay herencia Beatle, por supuesto, el toque de sitar –leve, sin mantras– de ‘Bienvenido al mundo’ es un reclamo a la feliz paternidad que les va llegando, los acordes del ‘Here comes the sun’ en ‘Funcionará’ dan cuenta de una sencilla y clara melodía que avanza tan fluida y con un cauce tan definido como un río y la explosiva alegría en ‘De brazos cruzados’ clava a la perfección más un espíritu que un sonido. Y a partir de aquí hay más, bastante más.
Una canción de verano que no deja de tener gotas de melancolía –‘Un día de playa’–, ejercicios cercanos a Lori Meyers como ‘Debería estar’ o la suavemente psicodélica, manejada por el espíritu de los sesenta y marcada por una magnética línea de bajo, ‘Flores de papel’. Y como anuncio de un esplendoroso final con medios tiempos y exquisiteces como un ‘Ya volveremos a encontrarnos’ con unos coros devotos de Los Ángeles granadinos, aparece ‘El mundo no es real’ con todo el sabor clásico y una perfección estructural y una elegancia que rezuma en ella calmada, como en todo el disco, al fin y al cabo. La pulcritud y la experiencia dentro del pop español dan magníficos resultados. Tan simples como once canciones esplendorosas, grabadas en la cercanía de su pueblo, Caín, cálidas por tanto, cercanas y recias en la emoción.
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Anterior crítica de discos: “Camino ácido”, de Ángel Stanich.