“Es como si asumiera que menos es más, que con lo mínimo también se puede conmover al oyente, que es al fin de lo que se trata, lo que busca toda canción”
Revólver
“Babilonia”
WARNER
Texto: JUAN PUCHADES.
“Creo en los milagros más que creo en dios”. Esas son las primeras palabras que canta Carlos Goñi en su regreso a los discos “convencionales” desde la experiencia que supuso “Argán” (2011), el álbum más singular de toda su trayectoria. Un retorno que, sin embargo, conecta directamente con la estética de su anterior trabajo discográfico: el directo “Enjoy” (2013), con el que Goñi probaba de nuevo las virtudes del formato de trío con el que dio sus primeros pasos musicales, hace más de tres décadas, al frente del grupo Garage. Y así, prácticamente solo con guitarra eléctrica, bajo y batería (únicamente de tanto en tanto se cuelan leves toques de armónica o apoyos mínimos de teclados), se desarrolla una nueva obra en la que la miseria moral y económica en la que hemos caído en los últimos años alimenta gran parte de sus canciones.
Estamos ante un Goñi más conciso de lo habitual, centrado en los temas de alrededor de tres minutos, renunciando a las canciones-río, los densos desarrollos y las letras extensas. Aquí se despoja de todo y trata de ir al hueso de la canción, tanto en letra como en música. Un ejercicio que le sienta estupendamente, liberándolo de una carga que quizá él mismo, sin que nadie se lo pidiera, se echó sobre la espalda y ha acarreado durante años, con esa tenacidad y decisión que le caracterizan. Ahora es como si asumiera que menos es más, que con lo mínimo también se puede conmover al oyente, que es al fin de lo que se trata, lo que busca toda canción. Y así, sin aspavientos, el cantautor eléctrico regresa a la casilla de origen, cuando todo estaba por descubrir y la búsqueda se ceñía a una potente melodía, una letra con corazón y el aliento de guitarra, bajo, batería, voz solista y coros para ponerlas en pie. Nada más.
Un envite formal del que sale más que bien librado, con letras que toman partido, con las que, como siempre, se posiciona (nadie podrá negarle a Carlos Goñi no haberlo hecho a lo largo de toda su obra), mostrándonos esa Babilonia que entre todos hemos creado (“El problema no son ellos, el problema somos todos”, canta en ‘La moral mora en la moneda’) y que deja proyectar su alargada sombra incluso en los temas más sentimentales, aquí preñados de gris amargura, aunque al fondo brille esa luz positiva tan propia de su autor, pues, después de tantas canciones, sospechamos que entiende que la esperanza no es solo lo último que se pierde, como dice el refranero, sino lo único que nos queda, no pueden arrebatarnos (robarnos, vaya) y, además, es gratis.
Deja “Babilonia” temas tan rotundos como ‘En blanco y negro’ y ‘La moral mora en la moneda’, que vienen a alinearse junto a lo más sólido del cancionero de Revólver. El primero se sostiene sobre una magnífica melodía y asoma casi épico desde su arranque, como conectándonos (en ese juego de búsqueda musical de los orígenes propios) con unos imposibles Comité Cisne que hubieran sobrevivido a su desmembramiento y la erosión del tiempo. Una canción tremenda: “La luz está triste hoy que el arco iris salió en blanco y negro”. La segunda, tal vez la más impactante de la decena que conforma el álbum, es un poderoso y pantanoso blues rock (estilo siempre tan agradecido para formato de trío) de adherente pero crudo estribillo (“La moral mora en la moneda, se quedó pegada a la cara del rey”), que no es difícil imaginar coreado en los directos. En ella aprovecha para dejar caer una descarnada definición de ese falso cielo que muchos buscaron y que fue medidor de vidas y éxitos durante un par décadas (y seguramente continúa siéndolo allí donde la penuria no ha roído la tela de los bolsillos).
Pero también hay, como decimos, esperanza; aunque esencialmente representada en lo individual, o en el juego a dos, como muestra en ‘Entre las nubes’ y ‘Mi revolución’, clamando en esta última por la revuelta interior y el volver a comenzar. Quizá el espíritu de “Babilonia” se resuma en la frase “Al mundo le hace falta alma”, que canta en ‘Respirando bajo el agua’, uno de los temas más directos, apuntalado sobre una guitarra salvaje. Pero también hay lugar para detenerse en nuevos paisajes sonoros y probar texturas inéditas, como sucede en ‘Las armas rotas’, canción de amor. Por supuesto, queda ‘Te amo temor’, el tema último, uno de esos baladones que tan bien se le dan, sobre la erosión que todo lo destruye, en el que aprovecha para abrirle la puerta a su vieja amiga la guitarra acústica.
No es “Babilonia”, en cualquier caso, disco inmediato; conviene dejarse empapar por él. Pero es que Goñi tampoco es ese compositor que algunos adictos a los prejuicios y las ideas preconcebidas imaginan y que conoce la fórmula del éxito. Si la conociera, o si quisiera incidir en ella, firmaría álbumes mucho más amables de los que suele despachar.
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Anterior crítica de discos: Truckers, Kickers, Cowboy Angels.