FONDO DE CATÁLOGO
«Cada tema es una aventura, así había sido hasta entonces y así seguía siendo en este disco»
Esta semana en Fondo de catálogo recuperamos Dirty (1992), de Sonic Youth: «Cada tema es una aventura, así había sido hasta entonces y así seguía siendo en este disco». Por Fernando Ballesteros.
Sonic Youth
Dirty
DGC Records, 1992
Texto: FERNANDO BALLESTEROS
Como el año 91 lo había cambiado todo, hubo quien pensó que Sonic Youth iban a dar un salto comercial a la altura del peso que ya tenía su nombre en un circuito alternativo, al que ellos mismos, en compañía de otros, habían dado forma. Reconocidos por los cachorros emergentes como una gran influencia, todo un referente ético y musical, los neoyorquinos habían pasado de la pura experimentación, que nunca abandonaron del todo, a discos en los que las canciones tomaban carta de naturaleza. Daydream nation fue un paso gigantesco en esa dirección y Goo, su primer disco para Geffen, incidió en ese camino.
Y ese era el marco, esos eran los precedentes con los que Thurston Moore, Kim Gordon, Lee Ranaldo y Steve Shelley, se metieron en el estudio para grabar la que estaba destinada a ser una obra importante en su trayectoria. Con el éxito de Nevermind aún conmocionando el circo del rock and roll, recurrían a Butch Vig, el productor de aquel trabajo multiplatino, para ayudarles a encontrar el sonido que estaban pidiendo unas canciones que, en algunos casos, ya habían estrenado en directo.
Casi nadie pensó, sin embargo, que los Sonic Youth se fueran a subir a ningún tren por pura conveniencia y el que lo hiciera, estaba errando el tiro y por mucho. A estas alturas ya habían acreditado que lo suyo no era recurrir a atajos para lograr un éxito que, en última instancia, tampoco parecía importarles demasiado. Así que, Dirty, su disco del 92, fue algo más allá en terrenos que ya habían explorado en sus dos anteriores trabajos y les mostró definitivamente orientados a unas canciones que nunca eran planas, con cambios de ritmo aún sorprendentes pero remando a favor de la canción. Seguían siendo el grupo que había marcado el camino a otros que vinieron después pero decidieron que iban a seguir, definitivamente, por el suyo. Por si alguien lo había dudado, Dirty no era, ni mucho menos, un grito o una declaración del tipo «venimos a por nuestra parte del pastel».
Entre otras cosas porque ellos tenían claro que la suya era otra historia. Cuando les preguntaban por el éxito de los de Kurt Cobain, reconocían el potencial comercial que tenían sus canciones. Ellos hacían rock and roll, sí, pero su manera de dotar de contenido a ese maravilloso invento era extraordinariamente personal y no parecía destinada a reinar en las listas de medio mundo. Eso sí, tampoco eran ingenuos, y dotados de cierto y necesario pragmatismo para moverse en este mundo, sabían que lo que tenían entre manos era un material que por su propia naturaleza y por la situación que se vivía en un mercado, que habían cambiado mucho en un año, Dirty iba a vender bastante más que sus predecesores.
Las canciones
Se trataba de un trabajo excelente. Un disco que se abre con “100%”, un single con una letra que homenajea a su gran amigo Joe Cole, que había sido asesinado unos meses antes y cuyo vídeo, dirigido por Spike Jonze, se coló en la rotación de MTV y esos sitios en los que había que estar, en 1992, si querías llegar al mismo público que estaba comprando en masa, los discos de Nirvana o Soundgarden. Las guitarras arañan en una canción que va al grano, incluso sencilla para los parámetros en los que se mueve el grupo.
“Swimsuit isuue” es uno de esos desfiles de cambios de ritmo y locura en los que domina la voz de Kim, mientras que “Theresa’s sound-world” se acerca a lo que podríamos considerar como una balada, al menos hasta el desmelene que llega cuando el tema toca a su fin. Una subida constante de intensidad. Constante y lenta, como el propio tempo de la canción antes de que Kim vuelva a retomar el protagonismo en “Drunken butterfly”; y ya sabemos lo que eso suele significar en términos de furia. Aunque no siempre, porque “Shoot”, también con la bajista en el micro, es una canción con cierto aire psicodélico en la que nos muestra otro registro más relajado.
Capítulo aparte para “Wish fulfillment”, una de las mejores canciones del disco; Lee Ranaldo consigue que se respire la electricidad. Es muy difícil describir la sensación que transmite. Es poderosa, un chute de energía espectacular justo cuando nos estamos acercando al ecuador del disco. Y la cosa no decae, porque “Sugar Kane” es una maravilla, de esas que la banda comenzó a facturar en “Daydream nation”, canciones con las que son capaces de mirar al pop sin perder un ápice de su personalidad. Un homenaje a Marilyn que está, sin duda, entre lo mejor del álbum, con esa subida final que es pura adrenalina.
Y ya que estamos en pleno ascenso, no está de más que Kim vuelva a recordarnos quién es aquí la que grita más fuerte: lo hace en “Orange rolls, Angel’s spit”, rápida y vibrante, y con sus cuerdas vocales al límite. En Dirty la banda aborda la cuestión política y social y lo hace sin rodeos, de la forma más directa que les hemos escuchado. Es lo que sucede en “Youth against fascism”, la letra más política del disco. El título habla por sí solo y el ritmo machacón y efectivo del tema ayuda a redondear otro de los momentos álgidos de este álbum.
“Nic fit»”, la fugaz versión de Untouchables, es casi anecdótica antes de la llegada majestuosa de “On the strip”, una maravilla en la que Kim canta como nunca seductora, poderosa y envolvente; mientras que “Chapel hill” es, en lo musical, otra de esas canciones en las que Thurston reina sobre melodías más o menos convencionales y, en lo lírico, otras de las cargas de profundidad políticas del disco.
“JC” es toda emoción y dramatismo, con su amigo Joe Cole de nuevo en el recuerdo; “Purr” tiene alma punk, es puro rock and roll acelerado –¿qué es el punk al fin y al cabo?–; y “Créme brulée”, un cierre a la altura de un elepé sólido como una roca, con la voz de Kim seduciendo, una vez más.
La estela de Dirty
Dirty, que salió a la venta el 21 de julio, se convirtió en el disco de Sonic Youth que más había vendido, pero ¿respondió a todas las expectativas en este apartado? Seguramente en algún despacho, y viendo lo que estaba ocurriendo en la industria en el comienzo de la década, alguien pensó que iban a despachar millones de discos; pero ellos, más allá de que la vida te da sorpresas, contaban con que eso no iba a pasar.
Porque, seamos claros, el carácter más accesible del disco tiene sus límites: las canciones siguen siendo complejas, la mayoría de ellas, comienzan y, a la mitad del camino, es como si las dejaran aparcadas para volver a recuperarlas y quién sabe si insistir con la deconstrucción y las subidas de intensidad en su recta final. Cada tema es una aventura, así había sido hasta entonces y así seguía siendo en Dirty. Uno no tiene con ellos la certeza que existe con las canciones de otros grupos que trabajan esquemas más sencillos. Los Sonic Youth juegan con las estructuras a su antojo y eso, al final, hace su música más compleja y no digamos ya su venta a un público masivo.
Así que no pasó demasiado con Dirty si hablamos en términos estrictamente comerciales. Lo que ocurrió a continuación es que el propio grupo debió pensar algo así como «muy bien, pues esto es lo más accesible que vamos a hacer en nuestra vida»; y como unos cuantas miles de copias arriba o abajo no les quitaba el sueño, su siguiente movimiento fue desandar el camino que habían emprendido por esos derroteros más convencionales. Y ahí se encuadra un trabajo como Experimental jet set trash and no star, el que esperara una segunda parte de Dirty o una apuesta aún más comercial se debió de llevar un buen chasco, porque respondieron con un disco totalmente diferente, rabiosamente personal y que, desde su mismo título, está dejando claro que las ansias por explorar del cuarteto son las que dominan unas canciones que no tienen la concreción pop de su anterior álbum. Los Sonic Youth estaban inmersos en el campo de juego de una multinacional pero seguían moviéndose con sus propias reglas. Eso siempre fue innegociable.
A finales de siglo, es verdad que sobrevoló algún síntoma de agotamiento. Seguramente aquella fue una impresión mía que no terminé de conectar con A thousand leaves ni con NYC ghosts & flowers y que, probablemente, no se correspondía con la realidad. No lo sé a ciencia cierta, de lo que sí estoy seguro es de que el siglo veintiuno trajo consigo una cosecha de discos de Sonic Youth que se movía, otra vez, entre el notable y el sobresaliente. Murray street, Sonic nurse y Rather ripped son la prueba de lo que podríamos denominar, tirando de tópico, la segunda juventud sónica. Pero aún había más, porque The eternal, su disco del 2009, era una absoluta maravilla: con casi tres décadas a sus espaldas, Sonic Youth se sacaban de la manga uno de los mejores elepés del año, si no el mejor; un conjunto de canciones que está entre lo más destacado de su larga carrera y que, lamentablemente para sus fans, se iba a convertir en el testamento de la banda.
Sao Paulo fue el escenario, en 2011, de su última ceremonia sobre las tablas. La ruptura del matrimonio de Kim y Thurston terminó con la carrera de un grupo que vivía un momento extraordinario. Ha pasado una década, tiempo suficiente para que se hayan esfumado las esperanzas de una posible vuelta.
El admirado Ignacio Juliá, que además de ser la persona que más sabe de Sonic Youth y que mejor conoce a sus miembros, escribió Estragos de una juventud sónica, que es mucho más que una gran biografía, es la persona más indicada para poner el broche a este texto. Haré mías unas palabras suyas que leí y que nos pueden ayudar a comprender la dimensión del grupo: «No fueron solo una banda de rock, sino un colectivo artístico multidisciplinar».
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Anterior entrega Fondo de Catálogo: Nada que entender (1987), de Desechables.