Tras seleccionar diez portadas emblemáticas de los 50, con trabajos de Elvis Presley, Frank Sinatra o Johnny Cash, Sara Morales hace lo propio con la década de los 60 y revela cómo y por qué se seleccionaron estas imágenes para acompañar a discos fundamentales de los Rolling Stones, The Beatles o The Velvet Underground.
Selección y texto: SARA MORALES.
1. «Let it bleed» de The Rolling Stones (1969).
Cuando los Stones decidieron cambiar el nombre de este disco, Keith Richards ya había hablado con su amigo el diseñador gráfico Robert Brownjohn para que se pusiera manos a la obra con la portada. Que el álbum se llamara «Automatic changer» (“Tocadiscos automático”) fue la idea inicial y sobre la que trabajó el creativo de Nueva Jersey para dar imagen a la octava referencia de los ingleses en Reino Unido y décima en Estados Unidos. El resultado, como era de esperar, tiene como protagonista a un reproductor de vinilos que gira bajo una surrealista tarta de varios pisos compuesta por una lata de cinta magnética, una pizza, un neumático y un pastel multicolor como ingredientes. Y aunque finalmente el álbum fue bautizado como «Let it bleed», la cubierta les resultó tan llamativa y atractiva que la banda quiso mantenerla y seguir adelante con ella.
A modo de tarta nupcial, elaborada y decorada exclusivamente para la ocasión por la televisiva cocinera británica Delia Smith, el grupo se encontraba saboreando el apetitoso postre que llegaba tras el éxito de su anterior «Beggars banquet» (1968). Por eso, las figuritas que coronan la imagen son una mini reproducción de ellos mismos, los cinco Rolling Stones en aquel tiempo en que Brian Jones desaparecía en aguas de una piscina y Mick Taylor comenzaba su andadura sustituyéndole a la guitarra. En este disco todavía hay dos temas en los que resuenan los acordes del rubio fundador, ‘You got the silver’ y ‘Midnight rambler’.
2 «Ars longa vita brevis» de The Nice (1968).
Antes de que Keith Emerson –a quien despedíamos el pasado mes de marzo– conquistara el mundo en los años setenta con Emerson, Lake & Palmer, ya anduvo sacando brillo a sus teclas desde The Nice. El cuarteto inglés batallaba entre el rock progresivo, el jazz y la música clásica, pero terminó convirtiéndose en trío justo cuando se encontraban en plena grabación de este segundo álbum y su guitarrista David O’List decidió abandonar el grupo.
Los miembros restantes –el propio Emerson, Lee Jackson y Brian Davison– sacaron el disco adelante con el tiempo de estudio avanzando en su contra y probando durante semanas a varios sustitutos a las cuerdas para que ocuparan un vacío que no logró llenarse del todo. Las radiografías de los tres integrantes, abiertos al público en cuerpo y alma, era la mejor imagen para ilustrar el trabajo. Una fotografía en negativo que simula los rayos X de sus cuerpos unidos entre sí por el tronco, ideada y tomada por el fotógrafo inglés Gered Mankowitz conocido en la industria musical por sus instantáneas a Jimi Hendrix y The Rolling Stones, así como por un amplio catálogo de cubiertas de numerosas bandas de la época.
Entre lo tétrico y lo divertido, la oscuridad y el cromatismo, The Nice quisieron poner la puntilla al simbolismo del álbum con unas letras góticas que perfilaran su título: «Ars longa vita brevis», una histórica cita de Hipócrates que viene a decir algo así como «El arte es duradero pero la vida es breve». Los esqueletos tecnicolor que custodian esas palabras las continúan corroborando.
3 «Revolver» de The Beatles (1966).
Los cuatro de Liverpool ya pisaban seguros y a conciencia el terreno de juego allá por 1966, así que había llegado el momento de experimentar y adentrarse con todas las de la ley en otras lindes. Este séptimo álbum, además de marcar un antes y un después en la historia de la música, supuso un fuerte impulso para la banda en las canchas rock psicodélicas y no cabe duda de que acertaron, convencieron y vencieron.
Sus ganas de innovar creativamente y dar un paso más en los resultados que se esperaba de ellos les llevaron a arriesgar con una portada inusual hasta el momento. Una mezcla de dibujo y collage que corrió a cargo del artista alemán Klaus Voormann, bajista de Manfred Mann y amigo de la banda desde aquellos intermitentes viajes a Hamburgo entre 1960 y 1962. En un blanco y negro de línea fina y trazo ciertamente cubista, Voorman –que también trabajaría para discos de los Bee Gees o Wet Wet Wet– inmortalizó a los cuatro magníficos con retratos personalizados enalteciendo sus miradas por encima de todo el diseño. Sus personalidades quedaban grabadas de este modo, pero también lo hacían las múltiples formas que, unidos como banda, podían tomar. Para completar el trabajo, enredó entre sus cabellos y los espacios en blanco varias fotografías de John, Paul, Ringo y George tomadas entre 1964 y 1966 y recortadas en diferentes posturas. Un trascendental disparo sonoro y estético el que apuntó aquel «Revolver».
4 «Blind faith» de Blind Faith (1969).
En mitad del campo una adolescente posa desnuda mientras sujeta un avión de juguete entre sus manos. Este, que para muchos fue considerado un elemento de simbolismo fálico, terminó de convulsionar la recepción de esta cubierta que trajo consigo la controversia desde el mismo día del lanzamiento del disco en agosto de 1969. Tanto fue así que, en Estados Unidos, prefirieron lanzar el álbum cambiando la imagen y reeditándolo con una fotografía de la banda en blanco y negro como portada. Así se estrenaban Eric Clapton, Ginger Baker (Graham Bond Organisation, Cream), Steve Winwood (Spencer Davis Group, Traffic) y Rich Grech (Family) con su proyecto común, Blind Faith, que traía un debut homónimo bajo el brazo.
Desde el hábitat psicodélico, el supergrupo tenía en mente mostrar su faceta más orgánica, visceral y natural –naturista según algunos– para su presentación en sociedad. Mientras sus sonidos se perfilaban entre el blues y el rock llegando hasta los puestos más altos de las listas británicas y norteamericanas, la portada continuaba causando estragos. El artífice fue el fotógrafo estadounidense Bob Seidemann, amigo de Clapton. Y aunque pasó a la historia como su imagen más emblemática, durante años también se encargó de retratar momentos míticos de Janis Joplin, The Grateful Dead o Jerry García. La aviación era una de sus obsesiones, de hecho en los ochenta dio vida a una muestra fotográfica con centenares de instantáneas sobre aeroplanos realizadas durante su carrera. Quizás eso lo explique todo.
5 «The Who sell out» de The Who (1967).
Una auténtica insignia del pop art en todas sus vertientes, este tercer álbum de la banda británica. Armonías urgentes como la de ‘Armenia city in the sky’ que abre el disco, guitarras excepcionales en la existosa ‘I can see for miles’, flirteo con la psicodelia, con la pseudo ópera y una oda al rock sesentero que solo ellos supieron salpicar al mundo con tal ligereza.
Para ilustrar uno de los álbumes más aclamado de The Who, el fotógrafo David Montgomery se ciñó a la idea creativa que David King y Roger Law habían puesto sobre la mesa: la faceta estética del disco debía mostrar el sentido conceptual de las canciones que le daban forma. Así, con cuatro paneles distribuidos en dos para la portada y otros dos para la contraportada, aparecieron los miembros de The Who cual anuncio publicitario humano. El guitarrista y líder de la banda, Pete Townshend, se acicala con un desodorante gigante de Odorono haciendo honor a una de sus letras más significativa del álbum. A su lado, el cantante Roger Daltrey aparece sumergido en una bañera de judías con tomate, cuya lata entre sus manos muestra la marca de los primeros fabricantes del producto en Reino Unido. Keith Moon encabeza el dorso mientras se aplica una crema de cara Medac y el bajista John Entwistle le acompaña convertido en un entrañable Tarzán. Una picaresca visual encerrada en una profunda sátira hacia el sistema de consumo, teniendo en cuenta que en aquellos años era bastante habitual ver a las estrellas de la música poniendo cara a marcas y logotipos. El álbum, concebido con forma de programa de una radio pirata, cuenta entre sus canciones con breves y simulados spots radiofónicos que terminan de completar el sentido crítico social que bordaron con él.
6 «Crown of creation» de Jefferson Airplane (1968).
El artista gráfico estadounidense John Van Hamersveld, quien ya había trabajado con los Beatles creando la cubierta de su «Magical mystery tour», andaba buscando una imagen impactante y realista para ilustrar el cuarto álbum de Jefferson Airplane. Quería algo que impresionara al gran público con el objetivo de conmoverlo y concienciarlo, tal y como la banda pretendía a través de estas once canciones y el rotundo alegato antibelicista que transmitían con ellas.
En contra de lo que se creyó durante mucho tiempo, esta fotografía no corresponde a la explosión atómica de Hiroshima de agosto de 1945, aunque su intención fuera parecerlo. Van Hamersveld instaló su estudio de diseño en Los Ángeles y se volcó en su idea hasta conseguir que la USAF (Fuerza Aérea de los Estados Unidos) le cediera una instantánea de alguna de las pruebas-ensayo que el ejército estadounidense había realizado en algún desierto de Norteamérica los días previos a los verdaderos ataques nucleares sobre el imperio japonés. Así, con una imagen que recordara y se acerca lo máximo posible a la inhumanidad humana, la banda de San Francisco quedaba inmortalizada entre las llamas de un disco con el que buscaron experimentar más allá de su ya asentada tendencia psicodélica. Con él se acercaron al heavy rock, al rock electrónico y rememoraron el folk de sus inicios. Mientras, el diseñador Van Hamersveld encumbraba su carrera con esta obra gráfica y se abría paso para terminar poniendo rostro a discos de Blondie, The Grateful Dead, The Rolling Stone o los Kiss.
7 «Electric Ladyland» de Jimi Hendrix Experience (1968).
Fue una de las portadas más polémicas de su tiempo. Perteneció al tercer y último disco de The Jimi Hendrix Experience, y en ella se ve un harén de diecinueve mujeres desnudas con vinilos del guitarrista entre sus manos, venerándolo, algo que no cayó bien al grueso de la sociedad en los sesenta. Parece ser que ni siquiera al propio Hendrix le convenció del todo, pero la cubierta que se había ideado originalmente no fue terminada a tiempo para el día de la publicación del disco en Europa, y el equipo debió improvisar con esta fotografía de David Montgomery y el diseño de David King, bajo la dirección artística de Ed Thrasher y Vartan. Al final el traspiés se tradujo en éxito, aunque el bueno de Jimi siempre afirmó no sentirse identificado con ella. En Estados Unidos, y bajo otra imagen más convencional con el artista como epicentro, el álbum logró alcanzar el primer puesto en las listas de ventas, siendo su único trabajo en hacerlo a lo largo de toda su carrera.
Texturas inusitadas, ardiente contenido político y mucho ácido corriendo por las venas de sus canciones, incluso por la de aquella magistral versión del ‘All along the watchtower’ de Dylan. «Electric ladyland» fue todo un azote psicodélico que nadó en aguas del pop y del blues para alejarse de las bases fundamentalistas del soul y el rythm and blues. Una reinvención de los géneros de los que él fue padre, pero a los que aportó nuevas premisas y métodos con la máxima de expandir su sonido; exactamente como una «pintura sonora», tal y como al propio Hendrix le gustaba definir lo logrado con este álbum.
8 «Supersnazz» de Flamin’ Groovies (1969).
En mitad de aquel San Francisco hippie, totalmente opuestos a la corriente sónica en alza de aquellos días, irrumpieron los garageros The Flamin’ Groovies. Llegaban dispuestos a rescatar el rockabilly de los cincuenta y, por medio de un rock crudo y distorsionado con reminiscencias de la British Invasion, lanzaron canciones que ayudaron a sembrar el germen del punk rock, obligando a mirar más allá de la psicodelia. Este «Supersnazz» fue su álbum debut y el primer paso para conseguirlo.
Si por su sonido nunca lograron encajar del todo en su entorno –aunque sí lo harían más adelante–, con su imagen también quisieron salirse de la norma. Contrataron los servicios del diseñador Bob Zoell que, a base de dibujos animados de inspiración Disney y línea vintage, perpetuó una de las cubiertas más populares del momento. Los cartoons representan a los cinco miembros de la banda en una divertida escena ataviados de sus instrumentos y material pirotécnico. El mensaje estaba claro: habían venido a encender la mecha del punk a través de un discurso incendiario y un sonido rompedor; la fiesta no había hecho más que empezar.
El disco cuenta con varias versiones, entre ellas el ‘The girl can’t help it’ de Bobby Troup popularizado por Little Richard o ‘Something else’ de Eddie Cochran, también con una inesperada balada como ‘A part from that’ e incluso un pequeño pulso al ragtime del siglo XIX. En realidad no trajo consigo un gran éxito comercial para la banda, pero sí consiguieron levantar con él un puente entre el pasado más reciente y lo que estaba a punto de llegar.
9 «In search of the last chord» de The Moody Blues (1968).
Plagado de antítesis conceptuales y antónimos visuales, vio la luz el tercer álbum del quinteto de Birmingham afincado en el rock progresivo con tintes de rythm and blues. Entre la vida y la muerte, la niñez y la vejez, la luz y la oscuridad, la superficie y el subsuelo hay un sabio que parece guardar la verdad, quizás seamos nosotros mismos. Una alegoría estética que reflejó a la perfección el ilustrador Phillip Travers cuando se enfrentó a la tarea de poner cara a un álbum que habla de la búsqueda constante, la exploración del universo para hallar explicaciones y la música como filosofía desde el principio de los tiempos.
Traducido al español, el título del disco –inspirado en una canción del cantante y humorista Jimmy Durante– arroja los primeros indicios: «En busca del acorde perdido». Uno a uno, los doce temas profundizan en asuntos como la imaginación, la espiritualidad, la conciencia y la virtud. Ante tal profundidad temática, la banda quiso situar a la altura de las circunstancias su compendio instrumental, por eso no es de extrañar que en este álbum oigamos notas salidas de un cello, un sitar, un oboe, un mellotron… y así hasta treinta tres tipos de cachivaches sonoros. Buscaron alejarse del cariz orquestal y sinfónico de sus orígenes para sumarse a los derroteros psicodélicos que sus amigos los Beatles y otros compañeros de la época habían comenzado a practicar. Este álbum es la demostración de que The Moody Blues supieron coger el tren a tiempo.
10 «The Velvet Underground & Nico» de The Velvet Underground (1967).
Sexo, drogas, sadismo, caos, prostitución… y un plátano. Así de sencillo, y a la vez tan complejo. Todas estas palabras y conceptos se quedan cortos para resumir este primer álbum de The Velvet Underground, uno de los más emblemáticos de la década, vestido con la imagen musical más icónica de la cultura popular del siglo XX. Un disco que nació ya maldito por su talante turbulento y sonido incomprensible, pero que con el paso de los años y el empujón de Brian Eno al tildarlo como uno de los mejores trabajos del milenio, comenzó a ser aceptado y venerado por fin.
Las radios se negaron a pincharlo en su día, las revistas lo reseñaban tímidamente y apenas se vendieron copias… Puede que por su aspereza, por su talante inclemente y realista o por la propia animadversión que despertaba la figura de Andy Warhol (diseñador de la portada) entre las esferas culturales del Nueva York de la época. ¿Por qué un plátano para representar toda aquella crudeza callejera? Porque tal y como dejaría escrito el rey del pop art en la cubierta: «Peel slowly and see» (pela lentamente y mira), el objetivo era provocar. Un desafío más, otro truco. Por si fuera poco, en los primeros ejemplares del disco, bajo la cáscara de la fruta y a modo de calcomanía, asomaba un plátano color carne que, posteriormente, ocuparía una de las páginas centrales del interior de la carátula. No había puntada sin hilo. Si su sorna se te había escapado a la primera, lo ibas a pillar a la segunda.
Finalmente el juego del plátano pop logró agenciarse un protagonismo mayor que el del propio grupo y sus canciones; menos mal que el tiempo terminó por reconocer a la Velvet como estandarte de la música underground. La banana, por su parte, comenzaba así su carrera como fruto del amor.
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