Eran grupos con futuro, pero publicaron un solo (y jugoso) disco. Fernando Ballesteros recoge los casos de bandas fugaces como Heartbreakers, Sex Pistols o Jeff Buckley.
Selección y texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Según cuenta la leyenda, el cruce de la autopista 61 con la 49 en Clarksdale fue el escenario de la rúbrica de uno de los contratos más célebres de la historia de la música. Los firmantes, por un lado, Robert Johnson, por el otro el mismísimo diablo. El bluesman se había plantado allí y esperó hasta la medianoche con su guitarra en la mano. Cuando el diablo se la devolvió, ya contaba con los secretos para tocar blues como nadie lo había hecho.
Pero fue un contrato de corta duración. De acuerdo, en realidad fue eterno porque vendió su alma, pero su cuerpo solo pudo disfrutar de los beneficios durante dos años de grabaciones en los que Johnson dejó registradas 29 canciones. Solamente 29. Un legado que, en todo caso, le sirvió para ocupar un lugar destacado en las enciclopedias tras su muerte en 1938.
Desde entonces ha habido muchos grupos de carrera fugaz, explosiones musicales cuya onda expansiva se deja sentir mucho tiempo después de su corta existencia. Carreras breves y huellas mayores o menores pero siempre importantes. En unos casos fue la muerte temprana la que acabó con el sueño, otras veces el grupo explotó porque había bombas de relojería en su funcionamiento que casi los condenaban de antemano. Y está también el caso de los supergrupos, esas formaciones integradas por gente con nombre y carrera previa que ponen en marcha un proyecto que, más o menos, nace con la fecha de caducidad marcada.
Cada caso es un mundo y nosotros tenemos diez para demostrar que, a veces, un asalto es más que suficiente para conseguir un K.O inapelable.
1. «Never mind the bollocks» de Sex Pistols (Warner Bros Records, 1977).
Si usted dice punk, muy probablemente le van a contestar: Sex Pistols. Luego podemos discutir, pero es un hecho que los británicos llevan la bandera de un estilo, de una explosión que tenía en su ADN: la rapidez, la brevedad y el gen de lo imprevisible. Ahí surgieron los Pistols, de la mano de un Malcolm McLaren que, tras sus tácticas aprendidas del situacionismo, hacía gala de una gran visión para el negocio y la fama, la suya y la del grupo.
Los años han colocado cada cosa en su sitio, y tal y como se ha encargado de gritarle a los cuatro vientos John Lydon, el grupo fue mucho más que un invento en manos de un manager sin escrúpulos. Editaron un disco que puso todo patas arriba, una de esas obras maestras que, más allá de polémicas y mitos, contenía himnos irreverentes, nihilistas, que pisaron más de un callo y lo cambiaron casi todo. Y en lo extramusical también supieron molestar. Tuvieron tiempo para conseguir fichajes por importantes compañías, para ser despedidos, para cargar contra todos desde la Casa Real hacia abajo e incluso para hundir la carrera de algún presentador televisivo -recuerden a Bill Grundy- que se quiso pasar de listo con ellos.
En fin: ‘God save the Queen ‘, ‘Pretty vacant ‘, ‘Holidays in the sun ‘, ‘Anarchy in the U.K ‘…es imposible resistirse a este disco. Si ustedes están en este sitio, leyendo, ya saben de lo que estamos hablando.
Por supuesto, tras una serie de conciertos en el Reino Unido, una gira por Estados Unidos y más de una suspensión, todo explotó. Primero se fue Rotten y la banda desapareció poco más tarde para volver casi veinte años después a por nuestra pasta. Aquello era otra cosa. Lo de la segunda mitad de los 70 era el punk y las canciones de su único álbum, fueron -y son- gloriosas.
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2. «L.A.M.F» de The Heartbreakers (Track Records, 1977).
Los Heartbreakers fueron la segunda oportunidad -perdida, por supuesto- de Johnny Thunders tras la disolución de los New York Dolls. De las “muñecas” también procedía Jerry Nolan, y con él y con Richard Hell montó un grupo espectacular que más tarde completaría Walter Lurie como segunda guitarra. Tras marcharse Hell para montar su grupo, y Billy Rath como sustituto, el grupo giró por el Reino Unido en el Anarchy Tour de los Sex Pistols.
Se diría que el triunfo amenazaba a Thunders, sobre todo cuando consiguieron un contrato con Track Records para registrar su primer largo. Lo que salió de aquellas sesiones fue un conjunto de canciones que es puro rock and roll. Solamente las mezclas pudieron desvirtuar un producto que está entre lo mejor de la camada de 1977.
Pero el disco fracasó y el grupo se fue al garete. Los problemas con las drogas de Johnny eran una rémora casi insalvable. Lamentablemente, nacido para perder no era solo el título de uno de sus himnos, lo llevaba marcado a fuego.
‘I wanna be loved’, ‘Pirate love’, ‘Get off the phone’, ‘All by myself’… en fin, los rompecorazones iban a piñón fijo desde el minuto uno de un disco imprescindible y necesario para entender el punk al otro lado del charco. Desde el riff de entrada de ‘Born to lose’ quedaba claro que aquello era puro rock and roll sin aditivos.
Por cierto, que muchos señalan el desembarco de los Heartbreakers en Inglaterra como el responsable de que los chicos del punk inglés pasaran de las anfetas y la cerveza a la heroína, con las consecuencias conocidas. Lo que está claro es que hubo interacción y rivalidad entre las dos escenas y que si los Pistols firmaban ‘New York’ los de Thunders daban la réplica con ‘London boys’. En todo caso, los dos fueron claves para entender lo que se coció musicalmente aquellos años en sus respectivas ciudades.
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3. «Seconds of pleasure» de Rockpile (Columbia Records, 1980).
Cuando hablamos de talentos enormes, dos más dos son cuatro siempre, a veces incluso cinco. Sucede en el caso de Rockpile, un grupo en el que se juntaban la inspiración del guitarrista y cantante Dave Edmunds y la del bajista y vocalista Nick Lowe. Con Billly Bremmer también a las seis cuerdas y el batería Terry Williams, que terminaría enrolado en la etapa más exitosa de Dire Straits, formaron algo así como el “Dream Team” del pub-rock.
En este caso fueron problemas burocráticos los que impidieron que la discografía de Rockpile fuese más amplia. Los cuatro trabajaban juntos con asiduidad pero Nick y Dave grababan para compañías diferentes y no podían editar sus discos con el nombre de Rockpile. En su lugar tuvieron que trabajar como banda en los discos en solitario de Edmunds y de Lowe. «Tracks on wax 4», «Repeat when necessary» y «Labour of lust» son buenos ejemplos.
Por fin en 1980 pudieron entrar al estudio como Rockpile. Lo hicieron para grabar «Seconds of pleasure», una obra magna que bordaba el rock and roll y se convertía por méritos propios en lo mejor de aquella etiqueta, la New Wave, justo cuando el punk se hizo más bonito todavía. En su único y mítico disco, Rockpile hacían versiones de Chuck Berry o The Creation, dejando claras sus fuentes. Los singles, como la imbatible ‘Teacher teacher’ o la festiva y radiantemente melódica ‘Heart’ muestran a un Nick Lowe convertido en una enciclopedia del rock en estado de gracia y a un Dave Edmunds que, con su visión más purista del rock and roll y más apegado a la tradición, tampoco le va a la zaga. Es un pulso que les hace alcanzar la excelencia, porque «Seconds of pleasure» suena a felicidad, euforia, juventud. Un disco que no puede faltar en las estanterías de ningún amante de este invento.
Tras la publicación de este elepé hubo una gira, pero las fricciones entre sus dos líderes y las dificultades para cuadrar agendas con sus proyectos paralelos hizo que solo trabajaran juntos de forma esporádica en los ochenta. Tres décadas después de este disco llegó a las tiendas su actuación en el festival de Montreux en 1980, un brillante testimonio que nos deja claro cómo se las gastaba el grupo en directo y otra excusa para volver a sacar su único disco en estudio, una pieza clave de la música de su tiempo. De todos los tiempos.
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4. «El acto» de Parálisis Permanente (Tres Cipreses, 1982).
Parálisis Permanente editó solo un trabajo largo, aunque antes nos habían dejado algún single con canciones sublimes. ‘Un día en Texas’ o ‘Autosuficiencia’ valen por carreras enteras de grupos, pero si hablamos de elepés, la desgracia en forma de accidente de tráfico hizo que «El acto» se convirtiera en el único fruto que nos dejó la banda de Eduardo Benavente.
Bastaron 48 horas en julio del 82 para registrar un disco con 13 canciones que venían ya muy rodadas por el grupo en sus directos. Algunos títulos como ‘Vamos a jugar’, ‘Jugando a las cartas en el cementerio’ o ‘Tengo un pasajero’ llevaban ya un tiempo de hecho en su repertorio.
Para la ocasión rendían tributo a dos de sus ídolos: Iggy Pop en ‘Quiero ser tu perro’ y David Bowie al que versionaban en ‘Héroes’. Es un gran disco que no se resiente por el paso del tiempo, al menos, lo hace mucho menos que casi todos sus coetáneos en España. Joy Division, Killing Joke… los referentes quedaban muy lejos de los que tenían otros nombres sagrados del momento, entre ellos los de Pegamoides, donde Eduardo y Nacho Canut no podían dar salida a muchas de las inquietudes que sí pudieron liberar en Parálisis, un proyecto que nació como grupo paralelo a la banda madre.
El de Parálisis Permanente fue un camino corto, pero suficiente para comprobar que el enorme talento de Eduardo Benavente estaba en continua evolución. Es normal que nos preguntemos hacia dónde hubiera ido encaminado sus pasos. Lamentablemente, cualquier posible respuesta se esfumó aquel 14 de mayo de 1983. Solo nos queda especular con lo que podría haber ocurrido con su carrera.
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5. «The La’s» de The La’s (London Records, 1990).
Aquí tenemos un gran disco, con una canción de esas que suena a clásico desde la primera escucha. Porque ‘There she goes’ es una cápsula que sintetiza la perfección pop en tres minutos. Lo hace con la vista puesta en 1965, y fue, entre otras cosas, la búsqueda del clasicismo y de la perfección lo que le hizo perder la cabeza a su líder Lee Mavers. Con su cordura se acabó la andadura de un grupo que, obsesiones aparte, podría habernos dado muchas alegrías. ‘Feelin’’ y ‘Son of a gun’ que también se encuentra entre lo mejor de aquellas doce canciones, daban buena fe de ello.
Muy cerca estuvieron de no darnos ninguna alegría, porque Mavers se negó durante más de tres años a entregarle sus canciones a la compañía. Para él nunca estaban terminadas, aquello estaba muy lejos de ser el disco perfecto que andaba buscando. Al final tuvieron que obligarle a meterse en el estudio y grabar las canciones del que a la postre sería su único álbum. Una vez en el proceso de grabación, el genio siguió a lo suyo, grababa las canciones una y otra vez, pidió una mesa de grabación de los 60, se salió con la suya, pero poco después se enfadó porque la habían limpiado quitándole el «auténtico polvo de aquellos años».
Hasta las narices de esperar, la discográfica se hizo con las cintas y una vez completado el correspondiente trabajo de producción editó el disco, que finalmente respondía a las expectativas. En realidad respondía a las de todos menos a las de Lee Mavers, que se sentía estafado y robado y que llegó a calificarlo como el peor disco que había escuchado. Aún así se fueron de gira y llegaron a cruzar el charco, pero los problemas de Lee iban más allá de sus rarezas y tenían más que ver con su salud mental y, posiblemente, con la heroína.
El grupo siguió actuando con un Mavers que cada vez se comportaba de una forma más extraña hasta que en un concierto, en 1992, en Manchester, se quedó observando fijamente una lámpara en el centro del local porque estaba convencido de que allí habían instalado los hombres de la compañía un micrófono para registrar la actuación y editar un disco en directo. El cantante se fue y ya no volvió. No es que no volviera aquella noche, es que ya no lo hizo nunca.
Al parecer, Lee Mavers vive en su Liverpool natal con su familia, ha rechazado ofertas para volver a grabar y alimenta con su silencio numerosas y contradictorias teorías. Algunos sostienen que sigue obsesionado y que graba y regraba una y otra vez ‘There she goes’ buscando la toma perfecta que recree el sonido que tiene en su cabeza y que nunca llegará. Otros aseguran que tiene decenas y decenas de canciones que solo han podido disfrutar unos cuantos afortunados, un Bartleby del pop, vaya. Cada uno que se crea la versión que mejor alimente el mito.
De vez en cuando se asoma y mira dando la impresión de que puede volver. La última vez de la que tengo constancia fue en 2011 cuando se presentó con el nombre de Lee Rude & The Velcro Underpants para interpretar buena parte de su corto repertorio. Después de tanto especular, quizá solamente es un vago que vive tranquilamente de las rentas que le han deparado las distintas versiones que se han grabado de su canción más perfecta.
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6. «Apple» de Mother Love Bone (Polydor Records, 1990).
La de Andy Wood fue otra muerte de un artista brillante que nos impidió comprobar hasta donde podría haber llegado y que, a la postre, terminó marcando una parte importante de la historia del rock de la década de los noventa. Nuestro hombre ya lo había intentado con Malfunkshun y con Mother Love Bone parecía estar en el camino del triunfo. Pero era una senda complicada en la que tenía que hacer frente a sus demonios, sobre todo a una adición a la heroína que terminó costándole la vida. Una pena, porque estábamos ante un tío con madera de estrella, uno de esos artistas que, actuando ante sesenta personas en un sucio garito, se comportaba como si estuviera en un Madison Square Garden a reventar. En muchos aspectos fue a contracorriente del rollo antiestrella que se estiló en Seattle y que llevaron por bandera varios compañeros generacionales suyos.
Su estética, marcada por el glam, tenía mucho más que ver con un Freddie Mercury o unos Kiss que con el mundo alternativo, y su sonido también se diferenciaba de lo que se estilaba en aquel momento. Iba contracorriente y, sin embargo, era el centro de la escena de Seattle.
En 1990, cuando quedaban solamente unos días para que saliera al mercado «Apple», el primer disco de Mother Love Bone, Andy murió, y con él se esfumó la carrera del grupo. Nos dejaron un elepé inspirado, a pesar de las deudas que contraía con casi todos los clásicos: ‘Stardog champion’ ó ‘Capricorn sister’ que bebe del hard rock que se estaba haciendo en Los Angeles son buena prueba de ello. El producto es variado, y es en los momentos más relajados donde las melodías y las letras intimistas de Andrew brillan con más fuerza. Es en piezas como ’Man of golden words’ o la preciosa ‘Stargazer’ donde el talento de Wood deslumbra de forma definitiva.
La muerte del alma de Mother Love Bone nos privó de una carrera y puso la semilla de otra, porque Stone Gossard y Jeff Ament no perdieron el tiempo y con el grupo disuelto pusieron en marcha otro proyecto. Ellos dos, junto a la guitarra de Mike McCready y la batería de Dave Krusen, montaron un grupo que completaría en aquella primera formación un chaval que venía de San Diego y que se llamaba Eddie Wedder. Sí, eran Pearl Jam, una historia que llega hasta nuestros días.
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7. «Grace» de Jeff Buckley (Columbia Records, 1994).
Tres años después de la edición del monumental «Grace», el 29 de mayo de 1997, Jeff moría ahogado en Mud Island Harbor en el río MIssissippi. Dice Chuck Klosterman en «Pégate un tiro para sobrevivir» que fue precisamente su muerte lo que le convirtió en estrella y leyenda. El escritor sostiene que «Grace» pasó en aquel momento de ser un buen disco a un clásico indiscutible.
Es un hecho que la muerte alimenta el mito, pero no es menos cierto que en “Grace” había argumentos de sobra en forma de canciones que le hacían merecedor de la etiqueta de obra maestra. Buckley firmó uno de los mejores discos de la década de los noventa. Una obra cargada de emoción, con una instrumentación exquisita, detallista y una voz que echaba mano a todos los recursos de una garganta con la que la naturaleza fue especialmente generosa.
‘So real’ o ‘Mojo pin’ contienen algunas de las virtudes que, sin embargo, adornan una obra que alcanza su máximo nivel de brillantez con la relectura de un tema ajeno, el ‘Hallelujah’ de Leonard Cohen. Su interpretación es insuperable. Decía la madre de Jeff que ella vio llorar muchas noches a la gente del público cuando interpretaba la canción en el escenario. La corta vida de Jeff no permitió que lo comprobara en directo, pero no me extraña en absoluto.
La muerte le llegó cuando le daba forma al que iba a ser su segundo disco, un trabajo que terminó saliendo al mercado y que alcanza el notable, pero que no puede ser considerado como la continuación de “Grace”, ya que no pudimos escucharlo como él hubiera querido. De hecho, aunque hay mucho material póstumo suyo y se ha seguido sacando jugo al legado de sus grabaciones en directo, “Grace” siempre será el único disco que publicó en vida, su testamento musical. Una delicia. Y si, diga lo que diga Klosterman, una obra maestra, aunque Jeff no se hubiera ahogado aquel maldito día.
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8. «Demolition 23» de Demolition 23 (Music for Nations, 1994).
Para Michael Monroe y Sam Yaffa, que ya habían dado unas cuantas vueltas en el circo del rock and roll, ésta pudo ser la gran oportunidad de triunfar a lo grande. Igual no, quién sabe, la vida da muchas sorpresas. Lo que si tengo claro es que éste es el mejor disco que el ex vocalista de los Hanoi Rocks ha grabado en su vida.
Demolition 23 comenzaron como una banda de versiones. Un invento para pasar el tiempo tocando canciones de otros en directo que poco a poco fue cobrando forma de banda con material propio. La cosa se fue poniendo seria, a medida que sus integrantes veían que la unión daba sus frutos. Y esos mimbres, al final dieron forma a un LP. A una bomba de disco.
“Demolition 23”, el invento en cuestión, fue editado por el sello Music for Nations en 1994 y contaba, como uno de sus platos fuertes, con la producción de Little Steven. En sus filas, además de los veteranos ex-Hanoi, militaba el guitarrista Jay Hening, sangre joven que venía de Star Star y el batería Jimmy Clark.
Juntos, confeccionaron un artefacto en el que al rock and roll callejero y al glam marca de la “casa Monroe”, se le unía una buena ración de punk que le situaba más cerca que nunca, en lo musical, de Thunders y su gran amigo Stiv Bators al que homenajeaba en “Ain’t nothing to do”.
Todo, desde la inicial “Nothings Alright”, es energía en un disco que en sus diez canciones clava media docena de estribillos de esos que se quedan para siempre en el cerebro y nos deja algún himno para corear puño en alto como “Hammersmith Palais”. Este podría haber sido el principio de un camino que se interrumpió tras la muerte de Jay Hening víctima de una sobredosis.
Una pena. Little Steven, el gran Steven Van Zandt de la E Street Band, era parte interesada tras producir el disco, pero yo estoy con él cuando años después sigue sosteniendo que Demolition 23 tenían un enorme potencial. Él concretamente dice que en aquel momento, eran la mejor banda del mundo. Dicho queda.
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9. «Neurotic Outsiders» de Neurotic Outsiders (Maverick Records, 1996).
Estamos ante el único disco de un supergrupo. Lo montó el guitarrista de los Sex Pistols Steve Jones en 1995 con Matt Sorum y Duff McKagan de Guns N´Roses y John Taylor de Duran Duran. Aquello era pura dinamita hardrockera con un Steve rabioso, que demostraba, 18 años después de su debut discográfico, que era capaz de sacar de su guitarra un riff tras otro. Duff y Matt aceptaban un papel secundario, pero todos en el cuarteto ponían su granito de arena, también en la composición, para redondear un disco sobresaliente.
En aquel momento muchos pensamos que el proyecto tendría continuidad, pero no fue así y nos quedamos con las ganas. Neurotic habían nacido por la necesidad que tenía Steve de dar salida a unas cuantas buenas canciones junto a otros amigos músicos. Básicamente diversión. Tanto se divertían en el escenario del Viper Room, cada semana, que pronto captaron la atención que las discográficas para plasmar aquello en un disco. Maverick les echó el guante y el resultado fue un elepé homónimo a la altura de los integrantes de la banda.
El single de presentación fue ‘Jerk’, gran elección, pues se encuentra entre lo más destacado de un lote en el que también destaca el disparo inicial de ‘Nasty ho’ y ‘Angelina’, que fue su segundo single. Había espacio para temas más relajados como ‘Story of my life’ y aproximaciones al hardcore como ‘Six feet under’ que Duff firmaba junto a Jones.
Las composiciones propias eran brillantes pero el grupo no se olvidaba de las versiones y eligieron ‘Janie Jones’ de los Clash, un clásico al que hicieron justicia. Todo cuadraba pero ellos ya habían dejado a la compañía de Madonna que, a pesar de la suculenta oferta, el grupo solo duraría un disco: Jones tenía que participar en la lucrativa reunión de los Pistols y los demás miembros también tenían compromisos.
Igual un día les da por grabar de nuevo, no lo creo pero en todo caso hasta hoy, los Neurotic Outsiders son un grupo de un solo disco. Discazo para ser más exactos.
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10. “Guitar romantic” de Exploding Hearts (Dirtnap Records, 2003).
Estos chicos de Portland ya fueron objeto de ‘Operación Rescate’ hace unos meses, pero merecen volver a aparecer en esta lista. Porque “Guitar Romantic” fue el único elepé de un grupo que estaba llamado a grandes metas. Seremos breves y les emplazaremos a darle al buscador para encontrar más información.
Pocos meses después de editar este disco, la carretera se llevó por delante la vida de tres de sus cuatro miembros cuando venían de dar un concierto. El trágico final convirtió en objeto de culto estas diez canciones que bebían por igual del power pop más enérgico que del punk de unos Buzzcocks. Diez canciones como diez soles de las que se seguirá hablando dentro de veinte años y cuya leyenda crecerá también con el tiempo.
Siempre es un bueno momento para escuchar otra vez ‘Modern Kicks’, recordar y brindar por la memoria de Adam, Matt y Jeremy.