Diez discos que la crítica trató injustamente

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El tiempo les ha dado la razón, pero en su momento fueron álbumes con poca o mala acogida por la crítica, y a veces, hasta por el público. Fernando Ballesteros recoge diez ejemplos, desde los Rolling Stones hasta Bob Dylan, pasando por The Stone Roses o The Velvet Underground.

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Hay discos a los que la crítica machacó en su día sin piedad o que simplemente ignoró –que no sé que es peor– y que con el discurrir del tiempo han gozado, no ya de éxito comercial, sino de una consideración bastante más elevada de la que en su momento disfrutaron. Los motivos, casi infinitos: en muchas ocasiones las expectativas depositadas en un determinado artista o grupo son tan altas que la decepción es casi inevitable. Y un crítico decepcionado es muy peligroso, conviene no olvidarlo.

Otras veces la prensa del momento no supo ver unas bondades que terminaron saliendo a flote. Y hay estilos de música o determinados grupos a los que la crítica tiende a despreciar, o tendió a hacerlo, porque también en este sector hay evolución.

Luego está el tiempo, que casi todo lo cura. Y lo que ayer fue una decepción terrible, hoy, una vez considerada la obra en el conjunto de una trayectoria, cobra otra dimensión. Lo que está claro es que hay buenos discos que tuvieron que luchar contra las adversidades desde el mismo momento de su puesta en circulación y que, en mayor o menor grado, supieron derrotarlas.

Y como lo mejor es ilustrar esta idea con ejemplos, ahí van unos cuantos que vuelven a demostrar que sobre gustos y contra lo que afirma el refranero, hay mucho, muchísimo escrito. Para confeccionar esta lista, me fiaré del mío. Pero no se rasguen las vestiduras, en las siguientes líneas conviven obras maestras indiscutibles, grandes discos, buenísimos, buenos y alguno solamente correcto. Lo único que tienen en común es que los he elegido para hablar un poco sobre el paso del tiempo y tener una excusa para volver a pinchar alguno de ellos que quizá este cogiendo polvo en la estantería.

 

1.“The Velvet Underground & Nico”, de The Velvet Underground (Verve, 1967).

Siguiendo un estricto orden cronológico hemos de empezar por aquí. Sé que es chocante, porque hace ya siglos que es un disco adorado por la crítica y considerado como uno de los más influyentes de la historia. Son ya muchas las prestigiosas listas de sacrosantas publicaciones que lo han coronado como el mejor de todos los tiempos, como el que lo cambió casi todo, como el que más influyó. Pero no siempre fue así, claro.

Cuando se puso a la venta, el 12 de marzo de 1967, nada hacía presagiar que ese iba a ser su recorrido. Su impacto radiofónico fue limitado, casi nulo y la crítica no intuyó toda la grandeza que posteriormente ensalzaría. Muchas publicaciones ni siquiera lo reseñaron. El disco del plátano fue ignorado y en esta ocasión no podemos decir que el público fuera por un camino muy diferente, ya que escaló a duras penas hasta el puesto 171 de las listas de ventas.

Necesitó cinco años para alcanzar la cifra de 30.000 unidades vendidas y, sin embargo, redefinió lo que estaba por venir, entre otras cosas, por frases como la que se le atribuye a Brian Eno: «Solo 10.000 compradores, pero cada comprador montó un grupo de rock».

Una vez te metes en el disco, es casi imposible rechazar canciones como ‘I’m waiting for the man ‘ o  ‘Venus in furs ‘ y su temática sadomasoquista. Ya hemos dicho que los textos tampoco eran para todos los públicos y así lo entendieron los que decidían.

‘All tomorrows parties’, ‘Femme fatale’, ‘There she goes again’, ‘Heroin’… En 2016 ya hay pocos secretos en este disco, estamos más que acostumbrados a las particulares afinaciones de John Cale y a los efectos de distorsión. Los textos de Lou Reed ya forman parte de nuestra historia y en ella también se ha quedado para siempre la voz de Nico, pero en 1967 solo lo vieron unos cuantos.

 

 

2. “Black Sabbath”, de Black Sabbath (Vertigo/Warner Bros, 1970).

Posiblemente, el «kilómetro cero» del heavy metal. En 1970 la crítica no pensó lo mismo. Cuando Black Sabbath se dieron a conocer al mundo, con su inquietante sonido desde la industrial Birmingham, los especialistas en juzgar el arte no estaban muy por la labor de regalarle un solo elogio. Para no andarnos por las ramas diremos que, directamente, lo destrozaron.

Craso error, porque estamos ante un debut que contiene canciones como ‘The wizzard’ o ‘N.I.B’ que sentaban las bases de una marca que en años posteriores se afianzaría e incluso terminaría alcanzando el respeto de la crítica, o de parte de ella. Densidad es la primera palabra que me viene a la cabeza tras una nueva escucha. Lo suyo era llevar aquella raíz blues, las enseñanzas jazz de sus músicos, a territorios desconocidos, con referencias al ocultismo. Llevarlo a un lugar en cuya puerta debía poner algo así como «metal».

Y es que el primer álbum de Black Sabbath es el germen de todos los géneros que el metal ha dado desde entonces hasta nuestros días. El público a veces tarda menos en ver las cosas, ya que sus gustos caminan con frecuencia muy lejos de los de la crítica, así que el disco tuvo una excelente acogida comercial y se llegó a aupar al puesto número 8 en listas británicas. El resto es una gran historia.

 

 

3. “Self portrait”, de Bob Dylan (Columbia Records, 1970).

¿Qué es esta mierda? No, no soy yo quien lo pregunta. Fue el maestro Greil Marcus quien recibió de una forma tan contundente el décimo álbum de Bob Dylan. ¿Había para tanto? Veamos.

Estamos quizá ante el caso más paradigmático de disco masacrado por la crítica. Hasta ese momento había unanimidad en que Dylan tenía –más allá de polémicas con el sector fundamentalista folk– una trayectoria intachable. Pero la cosa cambió de forma radical con la llegada de la década de los setenta y la salida al mercado de su primer lanzamiento claramente fallido, un disco que aún así se aupó hasta el cuarto puesto en Estados Unidos y reinó en las Islas.

El músico detallaría, más tarde, en algunas entrevistas que «Self portrait» era una broma para quitarse de encima la etiqueta de “profeta de una generación”. Fuera o no su propósito, se descolgó con un doble elepé, cosa que ya había hecho en «Blonde on blonde», en el que llamaba la atención la escasez de composiciones propias. Allí había éxitos de otras épocas, números tradicionales y entre las piezas que llevaban su firma tampoco encontramos futuros clásicos de su catálogo.

A estas alturas, más de uno se puede preguntar qué hace aquí este disco si las críticas parecen merecidas. Y les diré que había leído tantas cosas –malas– antes de enfrentarme a él en su momento, que esperaba algo peor. Quizá se exageró en el azote, y si se trataba de una especie de broma como él mismo argumentaba, nadie le vio la gracia. No nos engañemos, hacer una lista de discos machacados en el que falte este es como ir a ver Cheap Trick y que no toquen «Surrender» o algo así, vaya.

Además, este autorretrato ha tenido una segunda vida más feliz. Fue en agosto de 2013, cuando se lanzaban en la colección “The Bootleg Series”, las demos de las sesiones de grabación de «Self portrait» y «New morning». Treinta y cinco canciones que, entre otras cosas venían a constatar que, en su más vilipendiada obra, Dylan no utilizó lo más destacado que guardaba para el lote. Permítanme decir que no era tan mal disco y que Greil Marcus fue my duro cuando lo despachó con la hiriente pregunta de marras.

 

 

4. “Grand Funk”, de Grand Funk Railroad (Capitol, 1969).

Marchando una de «grupo despreciado por la prensa musical». Con o sin su segundo apellido Railroad, los Grand Funk no contaron nunca con el favor del gremio, y mucho menos en sus principios. Para la ocasión nos quedaremos con su álbum «Grand Funk» de 1970, «el rojo», el segundo que editaba la banda de Mark Farmer.

Con un discurso bastante primario que no hermanaba bien con los compañeros periodistas y una afición desmedida por subir al once el volumen en sus actuaciones y dejarse de mayores complicaciones, fueron blanco de durísimas críticas. Les calificaban de autores de música simplona para borrachos, eso y otras lindezas. Y puede que sus composiciones fueras simples, no nos meteremos en el análisis profundo, pero Grand Funk tuvieron desde sus primeros días una mano excepcional para componer himnos que pusieron las bases del hard rock en los States.

Con el público, la cosa fue muy distinta, porque nunca le dio la espalda. Siempre estuvo a su lado, llenando recintos cada vez más grandes y comprando sus elepés de forma masiva hasta auparlos en las listas. Eran ninguneados, no sonaban en las radios pero vendían discos como rosquillas. Además, eran prolíficos, porque en 1970 editaron hasta tres discos. Para disgusto de sus detractores, «Grand Funk» solo fue el primero de ellos, con pepinazos como ‘Got this thing on the move’. Como muchos no querían caldo, pues allí que iban tres tazas de ruidoso y sudoroso rock duro sin atisbo de intelectualidad.

 

 

5.“On the beach”, de Neil Young (Reprise Records, 1974).

La primera de las entregas de su trilogía de los años oscuros es quizá la más ignorada de sus grandes obras. No entusiasmó a los críticos, no logró el respaldo que ya había cosechado con otros títulos. Y lo cierto es que la cosa tiene difícil explicación. Es verdad que el disco es triste y que recoge lo que estaba pasando en la vida de Neil Young. Pero más allá de ese clima sombrío, aquí había excelentes canciones.

Editado entre «Time fades away» y «Tonight’s the night», «On the beach» seguía la senda del estado mental de Young en aquella época. La heroína, que ya se había llevado a Danny Whitten, también terminó con la vida de su amigo y roadie Bruce Berry y de ese panorama emergía un disco sin apenas recorrido comercial y del que su autor, que se refugiaba en el alcohol por aquel entonces, no quiso saber nada en años posteriores. Hasta bien entrado el siglo veintiuno, «On the beach» no tuvo su correspondiente edición digital y fue el propio Neil el que decidió que fuera así. Se resistió el canadiense a darle una segunda vida a un elepé al que tres décadas después muchos han aprendido a apreciar.

Había argumentos de sobra para querer este disco, el tema que le da título es enorme, con un trabajo de guitarra, espectacular y el aire tirando a sureño de ‘Walk on’ conquista desde el primer segundo.

Pero Young no solo estaba deprimido, también tenía un enfado muy considerable con todo. Y contra todo y contra todos disparaba en las letras, plagadas de críticas. Por cierto, en ese monumento que es ‘Ambulance blues’ hay una línea que viene que ni pintada: «Vosotros los críticos os podéis sentar / no sois mejores que yo por lo que habéis demostrado». Nueve minutos en los que, sobre un colchón acústico, Young reparte y no sale indemne ni él mismo: » No hay nada como un amigo / para decirte cuando estás meando contra el viento»

Los años oscuros, aunque suene extraño, fueron buenos años. Y «On the beach», un discazo.

 

 


6.“Black and blue”, de The Rolling Stones (Rolling Stones Records / Atlantic Records 1976).

La prensa musical fue muy dura con «Black and blue», y sus canciones no han logrado el título de clásicos en el cancionero stoniano. Pero con todo y con eso, estamos ante un buen disco.

A esas alturas de la película, los Stones estaban engrasando la máquina tras la incorporación de Ron Wood, pero aún tenían la frescura que años después se empezaría a echar de menos. Canciones tampoco faltaban, ‘Hot stuff’ es puro funk, ‘Hand of fate’ es rock marca de la casa y además hay blues, soul, más rock y dos baladones como ‘Memory motel’ y ‘Fool to cry’. Un conjunto que quedaba lejos de los grandes monumentos de la banda, pero todavía notable.

Con los punks a la vuelta de la esquina exigiendo la caída de los dinosaurios, porque si, hace cuarenta años Jagger y compañía ya eran considerados así, sus satánicas majestades se sacaron de la manga un disco con el que aguantaban el tipo en días difíciles. Pero la crítica, esclava a muchas de esas consideraciones y ansias de novedad y ruptura, se lo cargó, en algunos casos, de forma inmisericorde y me atrevo a decir que injusta.

Cuarenta años más tarde, el elepé más criticado de los Rolling Stones –al menos hasta el momento de su edición– es un disco que se sigue disfrutando y al que merece la pena acudir de vez en cuando.

 

 

7.“Manifest destiny”, de The Dictators (Asylum Records, 1977).

Para dejar las cosas claras desde el comienzo, Dictators, fuera del círculo del que provenían, no fueron nunca la «niña de los ojos» de los escribas de la época. Una vez dicho esto, el segundo disco de su trilogía inicial en los setenta «Manifest destiny» se llevó la palma de la mala suerte. Podemos hablar con toda tranquilidad del disco ignorado de la banda.

Su debut, «The Dictators go girl crazy» llegó demasiado pronto, lo hizo antes que el primero de los Ramones, vendió poco y los chicos fueron expulsados de Epic. Muchas veces se habla de aquel primer disco por lo que apuntaba y lo siguiente que se hace es loar lo bueno que fue «Bloodbrothers». Todavía hoy se sigue ignorando con demasiada frecuencia que también existió «el del medio de los Dictators». Sí señor, en 1976 y tras una breve separación, “los dictadores” volvían al tajo. Lo hacían con la incorporación de Mark «The Animal» Mendoza al bajo y desplazando a su líder, Andy Shernoff, a los teclados. Dichosos teclados y malditos arreglos que, en más de un momento, lastraban un trabajo que en su primera parte apunta más que nunca al pop.

Aun así y a pesar de que sus canciones hayan sido también ignoradas por ellos mismos en su repertorio, el inicio con ‘Exposed’ levanta al personal de sus asientos y en ‘Heartaches’ clavan uno de esos estribillos impagables. La cosa va ganando en intensidad y anticipa lo que será su siguiente trabajo en ‘Science gone to far’, ‘Young, fast and scientfific’ y el broche final con el ‘Search & destroy’ de los Stooges.

Como ellos mismos recuerdan, siempre han sido demasiado heavies para los punks y demasiado punks para los heavies. Pues bien, añadamos a esto que «Manifest destiny» fue demasiado pop e indefinido para sus fans y para los críticos que les tenían en estima, que tampoco eran tantos.

 

 

8. ‘La leyenda del tiempo’, de Camarón (Polygram, 1979).

Está claro que «La leyenda del tiempo» no fue un disco comprendido de entrada: Los aficionados más puristas del flamenco le dieron la espalda y cuentan que no eran pocos los compradores que lo devolvían a las tiendas tras escuchar con horror que el cantaor se había situado a kilómetros de la ortodoxia.

Parece que la España musical de 1979 no estaba preparada para saborear un disco que marcó un punto de inflexión en la carrera del genio. Además de lo que cabía esperar de él, había rock, que corría por cuenta de los chicos de Alameda, bajos eléctricos, baterías, ritmos tropicales… un menú que no era de rápida degustación y mucho menos digestión, y que el paso de los años terminaría poniendo en su merecido trono.

Por aquellas míticas sesiones se dejaron caer Kiko Veneno, Raimundo Amador o un joven guitarrista que acabaría cobrando un protagonismo absoluto en la carrera de Camarón: José Fernández Torres, nada más y nada menos que Tomatito. Él ocuparía el grandísimo hueco que había dejado Paco de Lucía tras nueve discos con Camarón. Para que se hagan una idea del inicial descalabro inicial que supuso «La Leyenda del tiempo», el disco anterior había vendido 40.000 copias. Pero tras «Castillo de Arena» y la ruptura, Camarón se lió la manta a la cabeza y puso patas arriba el negociado, tanto que los entendidos del flamenco pensaron que aquello supondría la pérdida de identidad en un mundo refractario a las novedades.

Mirado desde la distancia, la importancia de la leyenda es innegable, pero se despachó una modesta cifra de copias en su primer recorrido comercial. Bueno, en realidad más que modesta: de hecho, hasta 1992, durante sus primeros trece años de vida, se vendieron 6.000 unidades.

Para celebrar el 35 Aniversario, en 2013 se lanzó una edición especial con nuevas mezclas, un deuvedé y un libreto que documenta y explica todo lo que rodeó la edición y ha supuesto para la historia de la música un disco irrepetible que trasciende géneros.

 

 

9. ‘Give out but don´t give up’, de Primal Scream (Sire Records, 1994).

Uno de esos casos en los que se paga lo desorbitado de las expectativas. «Screamadelica» había tenido un éxito descomunal y las críticas lo habían encumbrado con justicia. Electrónica y rock se daban la mano –apretando con más fuerza la primera– para alumbrar una obra maestra. La banda de Bobby Gillespie, batería de TJAMC en «Psychocandy», había seguido una senda similar a la de su anterior banda en su primer asalto, y para el segundo habían incorporado el Detroit de MC5 a la dieta. Pero todo quedó en fuegos de aritificio ante la grandeza de «Screamadelica».

Una remezcla de Andrew Weatherall del tema ‘I’m losing more than I’ll ever have’, previamente incluida en su segundo elepé, marcaría la senda de un trabajo irrepetible. La canción, rebautizada como ‘Loaded’, destruía todo lo anterior y les mandaba a la gloria vía pistas de baile.

La pregunta en estos casos siempre es la misma: ¿ahora qué? Los chicos se lanzaron a una etapa oscura dominada por las drogas, los excesos y una pesada digestión del éxito, y cuando se pusieron con la continuación de su anterior disco, la cabeza de Gillespie no pensó precisamente en lo que la prensa musical estaba esperando. La batidora de sonidos e influencias que ha sido siempre Primal Scream y a la que ya, a la fuerza, nos hemos acostumbrado, le dio un palo a los que esperaban un nuevo giro de tuerca hacia el futuro. Sí señor, ellos se fueron al pasado y se descolgaron con un trabajo producido por Tom Dowd y George Drakoulias cuyos dos primeros cortes cuadraban más en el debut de unos Black Crowes que en una rave en Mamchester.

El álbum fue recibido con un aluvión de críticas negativas y las ventas tampoco paliaron la sensación de fracaso. Los palos fueron casi unánimes. Y las entrevistas de la época con Bobby –tan susceptible siempre– son míticas, con la estrella intentando defenderse con un buen ataque de las iras de los malvados críticos.

El tiempo ha dejado claro que el pepinazo inicial ‘Jailbird’ era una fiesta y ‘Rocks’ un hit para toda la vida. Dos temas como dos copas de pino de purito rock and roll. Pero había mucho más: funk en ‘Funky jam’, rock, pop… eran una esponja de influencias. Hubo tiempo hasta para baladas de influencia gospeliana había en la hora de ‘Give out but don´t give up’.

Por cierto, en esos viajes del rock clásico a la electrónica bestia y vuelta a empezar, Primal Scream editaron hace poco «Chaosmosis», que no es que haya sido recibido con un aplauso cerrado. Quizá en 2036 está en otra lista de discos que ganaron con el tiempo. Nunca se sabe.

 

 

10. ‘Second coming’, de The Stone Roses (Geffen Records, 1994).

El mundo era suyo en 1990. Vivían un estado de gracia absoluto, su primer disco era una maravilla y ellos los futuros inquilinos del trono del pop mundial. Todo estaba en su sitio, todo menos su segundo álbum, que tardó en llegar más de cuatro años por culpa de los litigios legales con su antigua compañía.

Lo que resultó aún más chocante es que cuando por fin se produjo el segundo advenimiento, los mancunianos habían dejado de cultivar las melodías perfectas de aroma sesentero para aliarse con musculosos riffs más cerca de Led Zeppelin. John Squire se recreaba en la suerte con aires de guitar hero desde la inicial ‘Breaking into heaven’. Y aunque había aciertos melódicos en canciones más cercanas al pasado como ‘Ten storey love song’ o ‘How do you sleep’, quedó muy claro desde el primer momento que ‘Second coming’ no era lo que el mundo –y mucho menos la crítica– estaba esperando.

Ellos tampoco lo ponían fácil cuando se negaban a dar entrevistas para promocionar el disco, y como suele ocurrir, se pasó de la alabanza casi incondicional a juzgar la obra con saña. Lo cierto es que estaba muy lejos de su debut, pero también que más de la mitad de las canciones se salvaban de la quema. Eran antipáticos, sí, creían que seguían siendo los reyes y cuatro años lo había cambiado casi todo, por supuesto, pero ‘Second coming’ no era tan malo, hombre.

Lo peor vendría después. Las salidas de Reni y Squire dejaron a un Brown perdidísimo defendiendo el legado del grupo sobre los escenarios en un mal chiste al que, por suerte, pronto le daría el tiro de gracia. 2016 será el año de la edición de más «música gloriosa» como la define el vocalista. Ya tenemos los dedos cruzados.

 

Críticos, no profetas

Seguramente se pueda hacer una bonita recopilación con críticos augurándole un negro futuro a los Beatles o asegurando que los Rolling Stones no llegarían a ningún sitio. Y de ahí para abajo, lo que quieran. Yo, a modo de guinda, me reservo una de las andanadas más virulentas sufridas por un grupo en sus comienzos.

The Clash aún no eran nadie, corría agosto de 1976 y apenas contaban con dos conciertos en su hoja de servicios. El tercero tenía como escenario el Screen on the Green. Y allí que se fue el crítico del “NME” Charles Shaar Murray, al que el bolo no le terminó de convencer. Solo así se explica que entre otras cosas lanzara una frase que a Strummer y compañía se les quedaría grabada para siempre: «The Clashes, la clase de banda de garaje que debería rápidamente regresar a su garaje, preferiblemente con la puerta cerrada y el motor en marcha».

La respuesta se serviría en forma de canción al año siguiente, cuando se editó el mítico debut de los Clash. Lo cerraba ‘Garageland’, una canción que más allá de su intención inicial, se convirtió también en un canto de protesta de muchos jóvenes ante las diferencias sociales que reinaban en el Londres de la época.

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