Este sábado, 25 de noviembre, se cumplen cinco años de la muerte del compositor y productor santanderino Juan Carlos Calderón. César Prieto escoge diez temas en los que participó y dejó su huella, desde Nino Bravo a Cecilia pasando por Serrat o los propios Tequila.
Selección y texto: CÉSAR PRIETO.
1.‘Bandolero’, Juan Carlos Calderón.
Adorado por los seguidores del jazz fusión por un par de discos publicados en el 68, en los 70 el santanderino ensayó en su carrera en solitario un sonido easy listening que no desmerece respecto al de ilustres europeos como André Popp o Paul Mauriat. De su serie con el Taller de Música, su gran éxito fue este ‘Bandolero’ de ritmo trotón y en bucle que se refresca con la guitarra de Manolo Sanlúcar. Vientos, teclados y percusión se cruzan en un tejido producido y arreglado de forma soberbia del que incluso se preparó una mezcla para discotecas en pleno 1974.
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2. ‘Esa será mi casa’, de Nino Bravo.
Calderón también asume los arreglos de un recién llegado Nino Bravo, que sin embargo en ese 1970 se metió en la selección para Eurovisión. De su primer elepé destaca esta balada que se aparta de las melodías más estándar y parece creada especialmente para su voz. Cierto que su inicio bucólico la acerca peligrosamente a la canción melódica, pero al entrar el estribillo viene con él cierto calado soul que se convierte al final en esa grandilocuencia de las canciones que le hacían Cook y Greenaway a Gene Pitney. Hay en internet maquetas de la canción que demuestran bien a las claras la importancia de esos toques en los arreglos, la verdadera arquitectura de la emoción.
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3. ‘Nada de nada’, de Cecilia.
Un par de años después, toma los arreglos de la también principiante Cecilia y ajusta perfectamente la instrumentación a su voz, más escasa pero igualmente estremecedora. ‘Nada de nada’, que siempre habíamos visto como un bello retrato autobiográfico, resulta asombrosa en su andadura instrumental. Comienza enormemente llena, pero solo se sostiene con un bajo y unos juegos de cuerdas. El estribillo entra a la manera de Serrat y poco a poco se crece en detalles —vientos sobre todo—, hasta acabar formando un entramado diferente al del inicio. Calderón la hace crecer sin que apenas lo hayamos sentido.
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4. ‘Poema de amor’, de Serrat.
Y ya que estamos con el del Poble Sec, la similitud entre sus estribillos y el de ‘Nada de nada’ quizás provenga de que Calderón se había encargado de tres canciones del primer elepé de Serrat, los primeros singles en su otra lengua antes de que entrara su director musical de cabecera, Ricard Miralles. En este ‘Poema de amor’ apunta una de sus virtudes, ajustarse a la evolución de la canción. Un primer recitado se abre con un piano como base, pero al empezar a cantar una trompeta golpea, el bucolismo toma luz y la percusión se apropia de la andadura: unos bongos que separan estrofas, una pandereta que marca los compases y, para concluir, una guitarra que queda como una leve evocación.
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5. ‘Algo más’, de Camilo Sesto.
Lejos de cantautores, se encarga también de arreglar una canción de un Camilo Sesto que ese 1973 ya vivía en un dulce y fructífero éxito. Y parece ajustarse a él porque renuncia a parte de sus presupuestos. Cierto es que hay flautas al principio y trompetas al final, pero construye una canción que parece la de un grupo pop al uso abanicado por arreglos orquestales y no al revés, una orquesta que se torna pop. Batería y bajo potenciados hasta resultar tan cercanos a Formula V como al sonido Torrelaguna.
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6. ‘La otra España’, de Mocedades.
Otra de las facetas de Juan Carlos Calderón, menos cultivada, es la de compositor para otros. A mediados de los 70, tras el éxito del ‘Eres tú’, se encargó de las partituras de Mocedades e incluso desató una vena tropical extraña en él. Mucho más alegre de lo habitual, con ‘La otra España’ planteó un homenaje a aquellos que habían tenido que emigrar a América a través de una letra llena de plasticidad y estímulos sensoriales. La subida en el estribillo resulta mucho más ligera y adquiere aire casi de habanera y, aunque solo sean coros en bucle, el final es un verdadero tumbao.
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7. ‘No me quiero casar’, de Marisol.
En el último disco juvenil de la niña prodigio, Juan Carlos Calderón metió mano en arreglos y composiciones. Fernando Arbex o Pablo Herrero, que también componen cortes de este disco, conservaban ese espíritu veraniego y ultrapop en sus trabajos para la malagueña y Juan Carlos Calderón se apunta a la estética, por ejemplo en este ‘No me quiero casar’, desenfadado y feliz a pesar de su letra. Es un aire de feria totalmente diferente que no desentonaría en Palito Ortega, luminosa, circense y con un coro ye-yé que hasta parece paródico. Si las canciones buenas son las que despiertan sensaciones, esta eleva la alegría hasta el dogma.
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8. ‘Se detuvo abril’, de Ana Belén.
Un caso raro. Para el primer disco que llega a las masas de Ana Belén, Juan Carlos Calderón compone a medias, junto a Víctor Manuel, y además no arregla él, le deja la tarea a Graham Preskett, que venía de hacerlo con grupos glam, los australianos The Saints o Miguel Bosé. Quizás de Calderón venga ese toque pastoril que se ajusta a la letra como un guante. La canción evidentemente no parece de él, mucho más eléctrica, pero ese toque de folk sofisticado de las estrofas es perfectamente reconocible. Y el estribillo tiene toda la pinta de llegar de la mano del asturiano. Prueben a jugar con las conexiones.
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9. ‘La quiero’, de Peret.
El único single eurovisivo que abordamos de quien fue una de las caras de Eurovisión. Pero dejemos el ‘Canta y sé feliz’ y vayamos a la inesperada cara B, la que se hizo para completar. Parece extrañamente de Las Grecas, cuando aún las Grecas no tenían disco en la calle, que les faltaban semanas. No sé de qué se embebió Calderón, pero fue precursor de algo que se concede al dúo gitano: esa batería omnipresente, esos ‘nainonaina’. El Peret más atento a lo que se hacía en las calles de Madrid y la constatación de que Juan Carlos Calderón fue grande pero no sabía lo que era la rumba catalana.
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10. ‘Rock and roll’, de Tequila.
Y si hay alguna rareza es esta que cierra la lista. Juan Carlos Calderón no compone, no arregla, no orquesta… simplemente toca el piano en el disco de unos argentinos que se habían gestado en ambientes subterráneos y que, provenientes del rollo, en su segundo disco contaron con él. Ni era su mundo ni su gente, y un triunfador de Eurovisión –aunque nunca ganara— se coloca al nivel de la gente joven de Malasaña. ¿Cómo pudo ser? Ariel Rot nos comenta que lo grabaron en el estudio de Joaquín Torres –otro desconocido a recuperar—, que era colega suyo y ese año había grabado con él ‘Disco’. Ante la falta de músicos de piano que tuviesen calado rock en esos años, fue lo que pudieron encontrar. Calderón sigue el ritmo canónico, acepta un pequeño solo, pero lo importante es que acompaña a la energía juvenil que iba a venir en los 80. ¿Qué hubiera pasado si se hubiera integrado en la nueva ola? Universos separados y preguntas sin respuesta.
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Bonus tracks
11. ‘Verte y no hablarte’, de Los Tamara.
La encontrarán en los cajones de saldos pero es unas de las más felices conjunciones de la música española. El arte de Juan Carlos Calderón que compone y arregla –no hubo más para ellos, rara avis— y mi voz favorita, con el permiso de Nino Bravo. No deja de ser una tonta canción de amor con la sempiterna flauta, pero entra Pucho Boedo y lo arrasa todo. Habla más que canta; pero hablando, canta como nadie. Sabe sacar de su garganta tristeza y te la mete dentro, susurra, se estremece a punto del llanto y a la vez se aferra a una serenidad estoica. No se ajusta a la canción, la moldea como le da la gana. Mucha vida había en ese hombre.
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12. ‘Fue una lágrima/ Cae la lluvia’, de Elia y Elisabeth.
Hijas del gran tenor Miguel Fleta, pero nacidas en Colombia, Elia y Elisabeth fueron las grandes olvidadas del pop en español hasta que Munster las recuperó ya en el siglo XXI. Su primer single, con canciones compuestas por Elia –pásmense, acabó de teresiana en Taiwan— y el maestro y producidas por este último, conmueve a la primera por la ingenuidad y la elegancia de su propuesta, por su pureza adolescente. Son pop suave de California y Bacharach, grupos de chicas e irremediablemente latinas. El estribillo acogedor de ‘Fue una lágrima’ contrasta con la delicadeza orquestal –esa travesera que va de la mano del pequeño coro— de la segunda. Uno de esos aromáticos bombones para los que dejan actuar a su curiosidad.