En su momento fueron éxitos que sonaron en la radio, pero la memoria es caprichosa y muchas han pasado a dormir el sueño de los justos. Para remediarlo, César Prieto recupera diez temas que escuchamos y no recordamos.
Selección y texto: CÉSAR PRIETO.
1. Richard Cocciante: ‘Bella sin alma’ (epé “Bella sin alma”, EMI–Odeon, 1974).
De toda la cohorte de italianos que desembarcaron en España en los 70, Richard Cocciante fue el más desgarrado. Aunque de orígenes franceses, sus interpretaciones llevaban al límite el paroxismo del dolor, especialmente este ‘Bella sin alma’, de estremecedores contrastes no ajenos a los arreglos de Ennio Morricone: el bucle de guitarra inicial y el coro angelical asisten impertérritos a la voz que se rompe, el despechado que tiene un momento de lucidez pero cuyos gritos rozan la locura. Un monologo teatral en cuatro minutos de pasión. El Camarón de la música ligera.
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2. Tara: ‘Happy’ (epé “Happy”, Fonogram, 1970).
Si alguien fue la voz, fue Tara. Si alguien está olvidada, es Tara. Emigrada de su Coruña natal a Barcelona, pasó por las manos de Maryni Callejo y Augusto Algueró. Debuta con este ‘Happy’ que empieza en dabadabada, pero a la que entra su garganta arrasa. Pura esencia Motown y norther soul, la versión de William Bell resulta en su voz y en la precisión instrumental un antecedente del futuro negro. Dejes de blacksploitation y Philadelphia, protodisco. Alguna mano tendría el ingeniero de sonido de los Kinks a los mandos. Un par de singles más y un elepé en directo y desapareció. La música aún lo lamenta.
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3. La Romántica Banda Local: ‘El bus’ (epé “El bus/Querida libertad”, CFE, 1978).
Gestados a la par que la nueva ola, La Romántica Banda Local rompía más esquemas que los primeros punkis. Las inquietudes de estos estudiantes universitarios y de conservatorio los llevaban a actuar junto a Kaka de Lux y fundar laboratorios musicales como La Cochu, de donde salieron los 80, al mismo tiempo que convertían una agridulce historia de noviazgos adolescentes en folk costumbrista con humo de calles y toques caribeños. Tras sus dos elepés pasaron a la radio o a grupos de música tradicional. Quique Valiño, Carlos Faraco o Fernando Luna son la cultura escondida.
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4. Paco Revuelta: ‘Hueles a noche de amor’ (epé “Hueles a noche de amor”, EMI, 1975).
Desde Huelva y con aires serratianos, Paco Revuelta se apuntó al género de la intimidad, canciones de cama que escondieron a los setenta en las alcobas. Con una estructura que va desde la orquesta de maneras sentimentales hasta el piano de club nocturno, el onubense adopta maneras de cantautores y tiene la rara virtud de parecer que habla mientras canta. La letra, en ocasiones ripiosa, posee otra extraña luminosidad, crea imágenes desde lo básico. Que Miguel Gallardo o Azúcar Moreno hicieran una versión reafirma la validez y versatilidad de la canción.
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5. Víctor y Diego: ‘La mujer de cristal’ (epé “La mujer de cristal”, EMI, 1974).
También con dejes del Serrat más festivalero y garantes de una tercera vía –hay mucho en esta canción de los coetáneos Solera de Rodrigo García– Víctor y Diego debutaron con esta composición de letra algo insulsa pero de melodía y arreglos que apuntaban lo que pudieron ser. Lo más cercano que tuvimos a Simon & Garfunkel, con voces en paralelo que a veces escapan, acústicas llenando todo y leves dejes orquestales que derivan de la producción de Ramón Arcusa. Se comprometieron y mejoraron las letras en su guadianesca producción, pero aquí se acercaron como nunca al Greenwich Village.
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6. José Augusto: ‘Melancolía’ (“Melancolía”, EMI–Odeon, 1975).
Parece un imitador de Roberto Carlos, pero no se lleven a engaño. José Augusto, también carioca, tuvo este éxito en España de la mano de Ray Girado –su lista de composiciones es impresionante– y casi desapareció tras tocar el cielo. Esta sola vale por muchas carreras, placida y neurótica, ‘Melancolía’ sabe captar el punto preciso de emoción y la voz se quiebra levemente y se hace profunda. Precisamente lo que quiere transmitir, un sentimiento suave y hondo.
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7. Los Tamara: ‘O vello y o sapo’ (“Na fermosa Galicia”, Zafiro, 1970).
La carrera de Los Tamara da bandazos continuos, sobre todo en los setenta, pero la voz de Pucho Boedo –olvidado en España, adorado en Galicia– puede con todo. Toma este poema de Curros Enríquez y lo hace vida, no en vano era su canción preferida. Melancolía, perdedores, desarraigo en una interpretación modélica. La recrea en el fin de año de la televisión de Galicia, 1985. Un mes antes de morir. Tiene la orquesta detrás y estremece, escupe en el estribillo, levanta el puño. Quizás un recuerdo de su familia, asesinada durante la Guerra Civil, un último gesto de rabia cantada para lo que debería convertirse en un himno de los que siempre han perdido.
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8. Joan Baptista Humet: ‘Gemma’ (“Gemma entre fulls”, Picap, 1973).
En los años en que la música en catalán estaba polarizada entre la nova cançó y los progresivos, este maestro de Terrassa destacó con una canción llena de clara ternura. ‘Gemma’, dedicada a su hermana enferma de poliomelitis, llenaba la lengua de Cataluña de imágenes sencillas e íntimas, de sensibilidad que rozaba lo cursi pero se resolvía en la dulzura de su melodía y en una letra que apuntaba a la lucha diaria, a la belleza. Humet, poco después con canciones de contenido social y no político, fue un maestro en el uso de la intimidad, el cantante español que mejor supo reflejar en sus canciones las miradas.
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9. Itoiz: ‘Lau teilatu’ (“Itoiz”, Xoxoa, 1978).
El primer disco de Itoiz es de lo mejor que se hizo en este país en 1978. Su nula repercusión deriva del hecho de que esté cantado en euskera, pero el aire progresivo de sus canciones supone el culmen del género. Y sobre todo está ‘Lau teilatu’ que se desvía a aires folk –sostenida por una acústica y una travesera–, y bebe de esa delicadeza de los cantautores vascos a la vez que anticipa posteriores episodios de preciosismo que se dieron en la Donosti de los 90. Su letra, esperanzas de un amor impedido y aplazado, sabe ser natural y evocadora. Su música flota en la piel.
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10. Nathalie et Christine: ‘Femmes’ (epé “Femmes”, EMI, 1975).
Lo crean o no, esto fue número uno en la España de 1975. Percusión programada, melodías obsesivas en su lentitud y unas voces susurrantes que dejaban claro que sugerían. A la estela de la idea ejecutada por Gainsbourg y Birkin, ese año impulsó la aparición de lo que se vendió como ‘Sonido Perpignan’ y que dio media docena de buenas canciones como esta, solo presentes en algún lejano recopilatorio y olvidadas para la historia del pop. Al fin y al cabo no fueron sino un antecedente del chill out. Ahora bien, si la hubieran puesto en el Café del Mar, las consecuencias hubieran acrecentado la natalidad balear.