Días y noches, de Los Modelos

Autor:

DISCOS

«Sus temas son intensos y eternos, y su sonido, que apenas ha cambiado, es inconfundible»

 

Los Modelos
Días y noches

VINYLROUTE, 2024

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Sé que somos una minoría, pero hay una parte —muy pequeña, ya digo— de los consumidores de música que llevábamos tres décadas soñando con este disco. De hecho, no creíamos que fuera a suceder nunca —aunque se escuchaban rumores—; y ahora, con él en las manos y en los oídos, por sorprendente que parezca, ha superado las más felices expectativas. De hecho, las esperanzas estaban abiertas, porque la reedición de su disco de 1981, que publicó Snap Records, contaba con dos canciones nuevas.

Días y noches vuelve a demostrarnos lo que ya sabíamos de Los Modelos, que sus temas son intensos y eternos, y que su sonido, que apenas ha cambiado, es inconfundible. Han perdido, es cierto, en vehemencia adolescente, pero han ganado en belleza y, si bien algunos temas son tan inmediatos como los clásicos, en otros se vuelven más reposados y, a cada nueva reproducción, van creciendo y ocupando hermosos espacios anímicos.

La producción de Carlos Rodríguez es soberbia y sabiamente austera, permitiendo que las capas de guitarras que cimentan cada tema suenen con la intensidad y duración óptimas. Las voces, para poner la guinda, suenan increíblemente juveniles.

Hay tres temas que ya se conocían, rescatados de su directo en el Concierto de Primavera de 1981 y que ya fueron publicados en la edición de Discos de Paseo en 2010. Aquí, por primera vez, se graban en estudio. El primero es “Correré a tu lado”, un precioso canto a la solidaridad emocional. También está “Sé que piensas en mí”, grabada en forma más pausada. Como siempre, emerge la soledad, bañada de una exquisita sensibilidad, las esperanzas frente a la pasión que se desborda y duele, pero que es lo único que nos sostiene. Les ha quedado impecable y equiparable a cualquiera de sus clásicos. Nadie, en el pop español, ha sabido captar tan magistralmente ese romanticismo adolescente que después —la vorágine siempre gana— suele olvidarse.

“La estrella” es la única compuesta por Guillermo Pérez de Diego. Con un tono crepuscular, revela un mundo cinematográfico cercano a “Lo que quieras oír”, de Los Pistones, la decadencia de una diosa del celuloide. El ritmo es mucho más calmado que en la versión de 1981, y se acerca, extrañamente, a la Velvet, aportando con ello nuevos matices.

Tras estas tres, hay siete nuevas. Vamos a ellas.

“Espera” es un nuevo recorrido —con inicio bluesero— por el desamor y la vulnerabilidad, con un estribillo precioso que se matiza con la armónica, que vuelve a este ambiente de americana. De la misma manera, “Cuando llegue el momento” posee también un esplendoroso estribillo y un puente que pone los pelos de punta. Hay un inmenso y delicado trabajo de las guitarras en todo el disco.

Alguna de las canciones se aleja de su habitual primera persona y retrata la desolación en figuras femeninas. Ahí está “La chica de la maleta”, esa chica en los no lugares, nudos de transporte, que nos enamora los dos segundos que la vemos y nos acompaña toda la vida. Todo está envuelto en sutiles melodías guitarreras que evocan, por ejemplo, a la “Penélope” de Serrat. También está “La fiesta se acabó”, donde la soledad y el desamor se funden cuando todos se han ido —vasos vacíos, espejos que son reflejos de la derrota— y los teléfonos, como siempre, siguen sin contestar. Parece la precuela juvenil de “En cualquier fiesta”, de La Mode, y musicalmente se acerca al country rock a lo Gram Parsons. Los Modelos siempre fueron una feliz conjunción entre la música americana y la sensibilidad madrileña.

Hay también canciones con una visión más generalista. Ahí está “Esta ciudad”, plástica y cinematográfica, con solo dos versos sabe pintar toda una situación. También tenemos el optimismo de “Las nubes desde el cielo”, donde el tiempo y el viento adquieren una relevancia vital. Y, sobre todo, “Días”, pura poesía pop que enfoca un futuro si no halagüeño, sí esperanzador para su sensibilidad. Una sensibilidad que discurre paralela a la voz de Casilda, que llega a emocionar.

Así que el milagro ha vuelto a producirse y, tras cuatro décadas, el pop nacional se ve inmensamente engrandecido con este precioso vinilo blanco que rebosa magia, emoción y genialidad en cada surco. Hay en él infinitos momentos de felicidad encarnados en diez canciones, que esperemos que se amplíen en el futuro con un nuevo elepé.

Mientras tanto, disfrutemos de este. Tenemos muchos días y noches para dejarnos llevar por la belleza de estas canciones.

Anterior crítica de discos: Call a doctor, de Girl and Girl.

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