DISCOS
«Una visión poética a la par que un compromiso político»
Enric Montefusco
Diagonal
EL SEGELL/UNIVERSAL, 2019
Texto: CÉSAR PRIETO.
Enric Montefusco, alma mater de los Standstill que ocuparon la escena hardcore durante los tres primeros lustros del milenio, lleva dos discos en solitario durante los cinco años que han pasado desde la disolución del grupo, en los que articula como ejes temáticos las avenidas de Barcelona. Si en su anterior disco, Meridiana, esta larga arteria representaba su infancia y el mundo de barrio, popular; en el presente la todavía más extensa Diagonal es símbolo del poder, de la ostentación, de las cadenas de ropas lujosas. De la impersonalidad, al fin y al cabo. Así que frente a la melancolía anterior, aquí se sustenta la rabia contenida, cruda a veces.
Sobre todo, la crudeza aparece en las primeras canciones. Siempre bebe Montefusco del aire de la música popular, pero en los primeros cortes es mucho más escueto en la instrumentación: percusiones compactas como en el single “Quien abre camino”, casi sacado de raíces, de la tierra, o valses tratados con desgarro como “Bienvenido”, con disparos melódicos de cierto calado en medio de la austeridad instrumental.
Poco a poco van pasando las canciones y, cada vez con más enjundia, crecen los arreglos de aire más delicado. A partir del séptimo corte —“La reconquista”—, la voz se serena y es capaz de sostener poco a poco un crescendo de fantasía. No es ajeno a este cuidado en las formas el riff que empapa “Por favor”, un piano obsesivo, claustral, en una canción monástica también en los coros, que acompaña de forma perfecta a una letra en la que se mascan voces dirigidas a quien lo pueda salvar de las llamadas del banco, un dios que cuide de su alma y también de su bolsillo. Las letras son un factor muy importante en el disco.
Las palabras tienen, así, ejes centrales. Uno de ellos es el dinero, la codicia. En “Diagonal” los vientos acompañan una invocación ante el dios de lo material, al que, como en los sacrificios antiguos, se le ofrece tiempo y dignidad para que nos acoja en el seno del lujo. Otro es la obsesión por elevar nuestro origen a lo sagrado, y aquí es donde Enric Montefusco lanza los dardos más sangrantes. Hay dos canciones casi complementarias y de ironía descreída: “Himno de Europa” y “Hermosa España”. La primera contrapone la tragedia de los inmigrantes que buscan su salvación —personal, auténtica— en una barca de la que quizás no saldrán, con otro tipo de cantos que demuestran la “grandeza” de nuestro continente: los «oé, oé, oé, oé…» futbolísticos. La segunda toma esos ritmos festivos de exaltación de lo español y los retuerce; recuerdos a Berlanga o Valle-Inclán son punzones que hacen pervertida la complacencia.
Meridiana era un disco con mucha ternura bajo la crudeza; en Diagonal se soterra mucha mala leche bajo el cuidado en los arreglos. Dos caras de la misma moneda. Como en los grandes creadores, Montefusco parte de su visión local, de sus calles, para dar su visión del mundo. Una visión poética a la par que un compromiso político. En ocasiones vienen a ser lo mismo.
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Anterior crítica de discos: La deriva sentimental, de Parade.