“A lo largo de todo el documental planea el poderío de un artista que luchó desde abajo para llegar a lo más alto en más de una ocasión, pero cuyo magnetismo en ocasiones se puede tornar excesivo e incluso repelente”
Alex Gibney
“Sinatra: All or nothing at all”
UNIVERSAL
Texto: JUANJO ORDÁS.
Con Sinatra ocurre como con tantos otros iconos, que trasciende a la baja y la alta cultura, Sinatra es un icono cultural, punto. Pero al igual que ocurre con todos ellos, cualquiera parece sentirse capaz de hablar sobre él. Tópicos como llamarle “La Voz” están a la orden del día y seguramente ocurra así para siempre. Sin embargo, el cantante era mucho más que una idea estereotipada sobre sí mismo, era un artista de múltiples aristas y personalidad compleja, con una trayectoria pensada y cargada de ideas que van mucho más allá de las cuatro canciones que el populacho pueda entonar.
“All or nothing at all” recoge en dos deuvedés el documental fraccionado en cuatro capítulos de la HBO. En total nos vamos hasta las cuatro horas que toman como hilo conductor el concierto de despedida que dio en 1971, que de despedida no tendría nada, aunque el hecho de que Sinatra seleccionara un set list que de alguna manera reflejara su vida es óbice para un guión hecho a medida. Hay más luces que sombras a lo largo de “All or nothing at all” –no queda clara la calidad de su relación con sus padres en su juventud, por ejemplo– pero cuando va al grano, va al grano, y el director Alex Gibney crea una obra absorbente que te lanza directamente a escuchar todos los discos de Sinatra que tengas en casa. No obstante, a lo largo de todo el documental (refirámonos a él, así en lugar de serie) planea el poderío de un artista que luchó desde abajo para llegar a lo más alto en más de una ocasión, pero cuyo magnetismo en ocasiones se puede tornar excesivo e incluso repelente. Hablamos de un tipo que sabía jugar con el poder, arrogante y también genial. Todo o nada, parafraseando el título. Es comprensible que en algunos momentos la figura de Sinatra pueda echar atrás, su seguridad en sí mismo podía interpretarse como prepotencia, la otra cara de una moneda a la que dos caras se le quedaba cortas. Sinatra vivía en un bosque de asfalto y había que saber ver entre los rascacielos.
Es un acierto que los entrevistados nunca aparezcan en pantalla sirviéndose de su voz en off para organizar la narrativa, dejando que sea el artista la figura principal a lo largo y ancho de la duración de cuatro horas gloriosas que sacian, siendo necesaria una felicitación para Gibney por un trabajo que no debió resultar sencillo y que contiene muchas más claves de lo que parece.
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Anterior crítica de discos: “Tendrá que haber un camino”, de Soleá Morente.