FONDO DE CATÁLOGO
«Un disco continuista pero más concreto, rotundo y punzante»
Sergio Almendros recupera uno de los primeros discos en solitario de Nacho Vegas, Desaparezca aquí, con el que se forjó parte de su leyenda de artista maldito.
Nacho Vegas
Desaparezca aquí
LIMBO STARR, 2005
Texto: SERGIO ALMENDROS.
Hoy día, Nacho Vegas es un autor bastante alejado de la imagen de cantautor maldito labrada en los primeros albores del siglo XXI, una imagen que convirtió al asturiano en una figura clave y única en el panorama musical nacional. Buena parte de la culpa de esa fama proviene de su tercer disco, Desaparezca aquí, sin duda una de las cumbres de su carrera y, por ende, de la primera década de este milenio en nuestro país.
Por ponernos en contexto, Nacho Vegas había militado en dos de las bandas de la primera ola del indie patrio, Manta Ray y Eliminator Jr., para en 2001 sorprender a propios y extraños con su debut en solitario, Actos inexplicables, un disco loado casi unánimemente y con el que empezó a granjearse su fama, un personaje que siguió creciendo con Cajas de música difícil de parar, un doble álbum en el que ahondaba, profundizaba y casi se regocijaba en esa oscuridad inundada de dramas, drogas y muerte, un trabajo también muy bien recibido y que podría considerarse, con todas sus diferencias, como su particular Honestidad brutal. Y en esas circunstancias, el asturiano llegaba a su tercer disco, un disco continuista pero más concreto, rotundo y punzante.
Con la muerte y el desengaño sobrevolando durante todo el trabajo, Vegas tira esta vez más que nunca de la ironía, demostrada desde el principio en la intro “Maravillas de la condición humana”, para dar paso inmediatamente a una de las mayores joyas de su cancionero y la que es absolutamente su canción más conocida, “El hombre que casi conoció a Michi Panero”. Ya lo avisa desde sus primeros versos: «Es hora de recapitular las hostias que me ha dado el mundo», y a partir de entonces comienza una de las letras más inspiradas de la producción nacional en muchos años, una pieza sobre temas tan profundos como la identidad, la trascendencia y la condición humana, algo que se hundiría en la pretenciosidad si no fuera por la ironía que inunda toda la letra, acompañada por unos arreglos musicales inéditos hasta ahora en su cancionero, con unos vientos y unos coros que levantan el tema y lo sacan de ese pozo en el que solía sumergirse el asturiano con facilidad.
Si hay otro elemento que diferencia Desaparezca aquí de sus anteriores trabajos, y lo eleva sobre ellos, es el sonido de banda. Su grupo de por aquel entonces, Las Esferas Invisibles, se muestra mucho más que como un mero acompañamiento e insufla una buena dosis de potencia y pulmón, quedando demostrado ya en “Ella me confundió con una persona”, un tema lleno de redobles y distorsiones, algo totalmente novedoso en su carrera en solitario y que le alejaba parcialmente de aquella música triste y sobria que acostumbraba.
La idea de banda queda reafirmada en “Nuevos planes, idénticas estrategias”, esta vez de forma más reposada y puede que hasta elegante, una canción que se encuentra entre las favoritas de la colección y que se convierte en un alegato de la desesperanza, un grito de supervivencia mientras te pisan el cuello, un tema que abraza la melancolía al proyectar un pretendido optimismo enterrado en toneladas de fango. El tema, como el resto del disco, está repleto de frases para enmarcar, quizás totalmente necesarias hoy en día para contrarrestar la actual felicidad obligada, porque «el cielo, aún tan negro, es nuestro cielo, es nuestro, y tengo un ambicioso plan, consiste en sobrevivir», aunque «ya nadie confía en la energía nuclear después de lo de Chernobyl».
A continuación, “Cerca del cielo” es un homenaje al escalador Juanito Oiarzabal que Nacho Vegas convierte en una metáfora enorme, en una lucha de la persona contra los elementos, incluso contra la propia vida, con un final clamando por un poco de paz entre las notas más luminosas de todo el álbum. Los sonidos más contundentes vuelven por segunda vez en “Perdimos el control”, donde pasa el testigo de los Dylan, Cohen y Drake habituales a los Crazy Horses y los Bad Seeds en una especie de roadsong apabullante.
Abro nuevo párrafo para dar su merecido espacio a otro de los grandes tesoros del disco, de toda su discografía y más. “Ocho y medio” puedo considerarla como una de las baladas más dolorosas, desnudas y escalofriantes escuchadas, y sin duda una de las canciones que más impacto me causó en una primera escucha. Con un mínimo rasgueo de acústica, salpicada con leves aullidos de guitarra y de armónica, todo el peso de la canción recae en una letra llena de grietas, lágrimas y sangre, en la que su único error es asegurar que «dentro en este horror no hay literatura», porque en esa gotera, ese colchón, ese televisor y ese pájaro gris y azul hay toneladas de dolor escalofriantemente descrito.
No me escondo al afirmar que la última parte del disco, para mí, no alcanza la altura del resto, o quizás sea que continuar tras algo tan grande como “Ocho y medio” es harto difícil. Sea como fuera, a “Al norte de mí”, “Autoayuda” y “La noche más larga del año” las tengo menor estima y se me antoja que su largo minutaje (algo casi general en todo el disco) esté quizás menos justificado, reconociendo el gran ejercicio autorreferencial de la primera, la tenebrosidad y mala leche de la segunda y el bonito epílogo que supone la tercera, perfecta de cierre y con uno de los estribillos más logrados de disco.
Algunos años después, Nacho Vegas optó por cambiar el polvo por la pólvora y se distanció casi totalmente del personaje atormentado y maldito de sus primeros álbumes, pero ahí quedaron estos como referencia y como referentes. Y ahí quedó este Desaparezca aquí como uno de los discos fundamentales de aquella época («veo que asentís»).
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Anterior Fondo de catálogo: Yo grito tu nombre (1965), de Los Shakers.