LIBROS
“Cierras el libro con la impresión de que rezuma humanidad, precisión en los sentimientos”
Ignacio Martínez de Pisón
“Derecho Natural”
SEIX BARRAL
Texto: CÉSAR PRIETO.
Ignacio Martínez de Pisón indaga en su novela reciente en las relaciones entre padre e hijo. De nuevo, como en “La buena reputación” o “Carreteras secundarias”, progenitores que huyen no se sabe muy bien de qué y decorado histórico se alían para hacer paralelos los cambios en la familia y el país. En “Derecho natural” está mucho más marcado este fondo que recorre los últimos años del franquismo y la transición, hasta llegar a ser casi unos “Episodios Nacionales”. Aparecen actores reales de la vida española como Gregorio Peces Barba o Demis Roussos de quien el padre del narrador, Ángel como él, se transforma en doble en cochambrosos locales de Madrid y Benidorm. O Íñigo, que lo lleva a “Estudio Abierto”.
La figura del doble, pues, siempre más auténtico que el original porque se estanca. El doble es el personaje como ideal. De la misma manera el padre, actor en principio de serie Z, aparece y desaparece de la familia, sin dar señales de vida en años, y a veces al retornar viene con un accidente y una hija. Sobre esta columna de los encuentros y desencuentros con un padre tan casquivano que no llega ni a ser cínico, discurre la novela, que consta de dos partes.
La primera, la infancia, tiene lugar en Barcelona, donde ve residir al escritor zaragozano actualmente. Las constantes mudanzas retratan ámbitos íntimamente barceloneses pero fuera del turismo, como la calle Santaló o el Guinardó de Marsé. De hecho, este bloque tiene mucho de Marsé: niños, adultos con secretos y cine.
Sutilmente, en no se sabe qué momento determinado las cosas van degradándose: desde el afán cleptómano del hermano pequeño hasta la separación de los padres y la entrada en los servicios sociales de algunos de los hijos, poco a poco se derrumba el frágil equilibrio que la madre ha ido sosteniendo. El ansia de escapar y el afán por recuperar un leve amor de infancia –Irene– llevan a Ángel hijo a Madrid donde –ya en la segunda parte– vive la postmovida, puesto que Irene, con la que mantiene una relación, trabaja en una revista que parece asimilarse a “La luna de Madrid”.
El estilo es plano pero efectivo y sabe adaptarse a las situaciones. Estas páginas de la relación con Irene son mucho más cálidas y el tempo se acelera al final. Y cierras el libro con la impresión de que rezuma humanidad, precisión en los sentimientos. Sobre todo en ese final emocionante, de felicidad suprema que anula todos los sufrimientos y da entidad sobrehumana incluso a un padre que durante toda la novela suscita una mezcla de admiración y vergüenza. Vean si no esta imagen: en gorro de ducha y calzoncillos y repitiendo una cassette de un método de inglés.
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Anterior crítica de libros: “Los Sexcéntricos”, de Ramón Boldú.