De ruta por el Nueva York punk (I)

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“Joey Ramone nos indica desde una pared multicolor que por fin hemos llegado. Al otro lado de la vía se levanta la catedral del punk, el garito insignia de la escena, eterno lugar de peregrinaje en la historia del rock casi medio siglo después, el CBGB”

 

La gran metrópoli neoyorkina alberga múltiples rincones plagados de historia musical, lugares emblemáticos que marcaron el nacimiento del punk en los 70. Sara Morales nos invita a recorrerlos y nos descubre cómo son, y cómo fueron.

 

Texto y fotos: SARA MORALES.

 

Frenética y estimulante se alza Nueva York entre interminables rascacielos que desafían al cielo. La gran metrópoli. La del maxi size en lo tangible y el avant garde en lo mitológico. Asentada a orillas del río Hudson, ante la inmensidad Atlántica, se expande como el inconmensurable plató de buena parte de la cultura popular global. Un decorado gigante atestado de focos, neones, maquillaje y purpurina con los que iluminar el rostro de incontable protagonistas –antagonistas también – que un día pulularon por las avenidas y calles de esa cuadrícula casi perfecta, y cuyas proezas continúan engrosando hoy el imaginario del primer mundo.

Urbe adictiva, descomunal, exagerada y arrogante en formas, pero sencilla en fondo. De aires húmedos en verano y suspiros casi árticos en invierno; todavía joven en la Historia de la humanidad, aunque veterana y sabia en esas otras historias, las de la calle, las que se encargan de perfilar el mantra artístico de la era moderna en Occidente.

Nueva York, «ciudad que nunca duerme» como cantaran Liza Minnelli o Sinatra en los setenta, amiga íntima de los contrastes y ama de llaves de escenarios del cine y de la música por los que todavía soplan los vientos de sus leyendas. La del punk es solo una de ellas, pero es la que nos detiene hoy aquí para recorrer, a través de estas líneas, los rincones más emblemáticos de aquella escena que revolucionó el rock; que surgió del inframundo para merendarse los tabús a mordiscos y desmontar la realidad social a golpe de guitarra e irreverencia.

 

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East Village, cuna del punk

En el sur de Manhattan, justo a la altura de Greenwich Village pero extendiéndose hasta la orilla del East River que separa la gran isla de Brooklyn y Queens, se encuentra este histórico rincón de aspecto destartalado y alma bohemia, el East Village. Un barrio que le debe su nombre al río y su tradición a Holanda y a Alemania por aquellos primeros asentamientos europeos en la primitiva formación de Nueva York, allá por 1614. Estas influencias, reducidas hoy al estilo arquitectónico de sus edificios, le llevaron a convertirse de forma natural en un barrio diferente que ha ido alimentando su singularidad. En los años 50 fue elegido por la Generación Beat como la sede de aquel movimiento socio-literario que propiciaron para impulsar la revolución a través de las letras. Un lugar que ya quedaría marcado como el paraíso de las mentes más transgresoras de la ciudad, que también serviría de oasis para los hippies una década más tarde y culminaría como hogar de la generación punk en los setenta.

 

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Bajos St. Marks Place.

 

En los bajos de estos edificios que bordean la St. Marks Place, la manzana más emblemática del barrio, encontramos el auténtico origen del punk, que empezó a germinar en 1973. Convertidos hoy en locales comerciales de ropa de segunda mano, moda alternativa, cómics, estudios de tatuajes, cafeterías y pubs se encargan de mantener el espíritu underground que un día nació entre estas paredes para azotar al mundo. Antes eran garitos, estudios de grabación independientes, redacciones de fanzines, radios piratas y antros abandonados que servían como punto de encuentro para las pandillas de punkis que habían comenzado a transformar la cultura callejera y a reconvertir la música: The Dictators (Manitoba, su líder, regenta a día de hoy un bar en el barrio), los New York Dolls, Patti Smith, Television, Talking Heads, los Ramones, Blondie (el primer apartamento de Debbie Harry en la ciudad también se encuentra aquí)… y muchos otros personajes que, aunque anónimos, fueron imprescindibles para configurar la escena más insurrecta del rock.

 

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Graffiti Joe Strummer en East Village.

 

Al final de St. Marks Place, en la esquina de la Avenida A y la calle 7th, un graffiti dedicado a Joe Strummer –líder de The Clash – nos recuerda que seguimos en pleno territorio punk. El mural sobrepuesto en el ladrillo rojo de la fachada lateral del Niágara Bar (años atrás pintado sobre la pared) rememora al que también fuera padre del movimiento, pero al otro lado del Atlántico. Original de Turquía, Strummer desarrolló su carrera en Inglaterra erigiéndose como uno de los precursores del punk en Europa, primero al frente de The 101’ers, después dando vida a los míticos The Clash y con The Mescaleros durante la última etapa de su carrera. Nueva York, y concretamente East Village, quisieron homenajearle un año después de su muerte en 2002 y, de la mano de los artistas urbanos Dr. Revolt y Zephyr, se inmortalizó su imagen para perpetuarla en el barrio que parió el leitmotiv de su vida y la de otros tantos, el punk.

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Punks en Tompkins Square.

 

El punk no ha muerto

Muy lejos quedan ya aquellos años 70 en los que tres acordes sencillos y abrasivos, vestidos de crestas de colores y ropas roídas, sirvieron para gritarle al mundo la existencia de una escena paralela y subversiva que crecía y se hacía grande ante lo establecido. Sin embargo, paseando por estas calles, no cuesta imaginar el ambiente que se respiraba en ellas entonces. Quizá porque en Tompkins Square –parque situado justo en frente del graffiti de Joe Strummer – todavía se hallan rescoldos de lo que un día fue este lugar. Espacio natural al aire libre para reuniones sociales, concentraciones, conciertos, botellones (o como se hiciera llamar en aquellos años), que hoy nos ofrece la imagen más cercana a todo aquello, aunque asumiendo –eso sí – que el tiempo inevitablemente ha pasado.

Un grupo de punks todavía custodia este pequeño pulmón verde de East Village, y es sencillo presenciar, sobre todo en verano, alguno de sus micro festivales de punk rock o, lo que ellos llaman, una de sus «Riot Reunion».

 

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Concierto en Tompkins Square.

 

El CBGB, un lugar para la historia

Es al sur de East Village, bajando el final de la calle Bleecker en en su cruce con The Bowery Street, donde Joey Ramone nos indica desde una pared multicolor que por fin hemos llegado. Que ahí está, que al otro lado de la vía se levanta la catedral del punk, el garito insignia de la escena, eterno lugar de peregrinaje en la historia del rock casi medio siglo después, el CBGB.

 

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Graffiti de Joey Ramone al lado del CBGB.


El graffiti, creado por los artistas Solus y John «Crash» Matos en septiembre de 2015, surgió del colectivo sin ánimo de lucro Little Italy Street Art Project NYC con la idea de conmemorar el cuarenta aniversario del debut discográfico y homónimo de los Ramones (23 de abril de 1976). La pared de la calle que preside la llegada a pie a la histórica sala de conciertos, que tantas veces recorrieron todos ellos, era el lugar perfecto para emplazar al líder popular de la banda de punk rock, cuyos guantes de boxeo representan –según los creadores del mural – la lucha que encarnizaron los Ramones, y en general toda la escena punk, por alcanzar el reconocimiento musical.

Y tras saludar al Joey púgil, y cruzar a la izquierda por The Bowery, llegamos a las puertas del templo, el CBGB. Hoy convertido en una tienda de moda de la firma John Varvatos que, a sabiendas de su valor como referente cultural, ha querido mantener la estética de antaño en su fachada y conservar las paredes y techos originales en su interior, para deleite de los melómanos que cada día traspasan su puerta en busca de la memoria punk.

 

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Antigua fachada de la sala CBGB.

 

Inaugurado en diciembre de 1973, su visionario dueño –Hilly Kristal – siempre tuvo la pretensión de hacer de él un lugar de culto. Y no hay duda de que lo consiguió. Aunque nació con la idea de acoger música en directo orientada a estilos más clásicos, tal y como indican las siglas de su nombre (CBGB atiende a Country, BlueGrass and Blues), enseguida se convirtió en el refugio de esa generación de jóvenes y artistas suburbanos que habían comenzado a invadir las calles del barrio y a extenderse por toda la ciudad: el punk y la new wave. La nueva escena y, en concreto sus bandas de música, andaban en busca de un local cercano en el que establecer su base de operaciones, una sala que confiara en su propuesta, les diera cancha y se atreviera a abrir las puertas a noches y noches de desenfreno al son de guitarras demoledoras y amplificadores distorsionados. El CBGB, sin demasiada confianza y cierto recelo inicial, se convirtió en ese lugar y añadió a su apellido aquello de OMFUG («Other Music For Uplifting Gormandizers», que significa «otra música para nacientes devoradores o consumidores voraces»).

 

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Gente a las puertas del antiguo CBGB, templo musical inaugurado en 1973.

 

Pasó así a ser testigo de excepción del nacimiento y crecimiento del punk, desde que unos jovencísimos Television inauguraran la nueva etapa del local con su concierto el 31 de marzo de 1974. Casa de acogida musical y club de referencia donde fueron a parar todos los grupos neoyorkinos que, en aquellos años setenta, daban sus primeros pasos en la música pero terminarían convirtiéndose en emblemas de la historia del rock: Blondie, los Ramones, Patti Smith, Heartbrakers, The Shirts, Suicide, los Dictators, New York Dolls, The Fleshtones… Sus fotografías enmarcadas, retratados durante alguno de sus directos allí, todavía empapelan las paredes del local que se han mantenido intactas entre garabatos, pegatinas y restos de carteles de conciertos originales, acumulados e incrustados de manera espontánea durante aquellos días a manos de todos ellos. Hoy respiran como retazos de la historia y son la muestra de que si todavía hay restos de ADN punk en el mundo, sin duda se encuentran en este lugar.

 

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Interior del CBGB hoy.

 

Aquellos grupos con sus conciertos casi cada noche contribuyeron a propulsar la imagen del club, provocando el efecto llamada sobre otras bandas amigas procedentes de todos los rincones del país. Así, Iggy Pop desde Detroit –al principio con sus Stooges y más tarde en solitario – también se convirtió en asiduo del CBGB, al igual que los Dead Kennedys desde San Francisco, los Dead Boys y Pere Ubu desde Cleveland o The Cramps desde Sacramento. Enseguida Kristal vio el filón y confeccionó una cuidadosa programación semanal con la que también ceder espacio a bandas homólogas venidas desde el viejo continente: The Jam, The Clash, David Bowie, Siouxsie And The Banshees, X –ray Spex, The Damned, Misfits, los Sex Pistols…

Y aunque las décadas fueron pasando, y al movimiento punk le tocó asistir a su propia evolución, el CBGB se mantuvo con vida hasta los primeros años del nuevo milenio. Por eso, no extraña toparse en su interior actual con imágenes y recuerdos de las bandas pertenecientes a otras generaciones y estilos, que también gozaron de su noche de gloria en este lugar pero ya en los ochenta y en los noventa: AC/DC, The Police, Elvis Costello, Led Zeppelin, Rob Zombie, Sonic Youth, Bad Brains, Agnostic Front, Living Colour, Bad Religion, Hole, Pearl Jam, Plasmatics, Spinal Tap, The Replacements, The Smashing Pumpkins, Teenage Fanclub, Mudhoney, Dinosaur Jr, Meat Puppets, Joan Jett, The B –52’s, Antrax, Marianne Faithfull, Korn, Yoko Ono, The Strokes, The Distillers, Rancid, The Libertines…

Las deudas contraídas por Hilly Kristal y el aumento del alquiler le llevaron a cerrar sus puertas el 15 de octubre del año 2006. Patti Smith fue la elegida para poner música y palabras a la última noche de CBGB; y mientras los focos desprendían su luz sobre el escenario para no volver a hacerlo jamás, la madrina del punk nombró a todos aquellos amigos y músicos ya desaparecidos que, una vez junto a ella, contribuyeron a encumbrar este antro de Nueva York como el principio de algo que todavía no ha terminado y ya nunca tendrá fin.

 

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Trastienda de la CBGB, antiguamente el backstage y los baños de la sala.

Hoy, la tienda que ocupa el local respeta su pasado y se enorgullece de él. Entre sus artículos en venta se encuentran libros, discos y camisetas de la historia del CBGB y las bandas que lo convirtieron en un lugar de leyenda. Los dependientes, conscientes de que su centro de trabajo no es un sitio como los demás, se muestran entusiasmados al hablar del asunto y presumen de que así sea. Uno de ellos, incluso me contó que la réplica del escenario que conservan en su interior no se halla realmente en su lugar original. Entonces se encontraba al final de la sala, encabezándola, para que el público enfurecido se explayara por toda la planta distribuida, igual que ahora, a modo de rectángulo. De camino hacia el emplazamiento exacto, hace parada en un pequeño rincón con la puerta cerrada. Al abrirla se deja ver la trastienda, lo que en su día fueron los baños y el backstage del CBGB que tantas anécdotas acogieron y tantos secretos callan todavía.

 

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Réplica del antiguo escenario de la CBGB.

 

Mañana, miércoles 12 de octubre, segunda parte de la ruta: El Nueva York de los Ramones.

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