Según la Teoría de los seis grados de separación, cualquier ser humano está conectado con otro individuo con solo cinco intermediarios. Fernando Ballesteros comprueba qué cinco músicos nos llevan de Radio Futura a Frank Sinatra.
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
La Teoría de los seis grados de separación dice que cualquier persona en la Tierra puede estar conectada de alguna forma a cualquier otro individuo que habita el Planeta, mediante una cadena de conocidos de no más de cinco intermediarios. En Efe Eme vamos a probar esta teoría en la música, aunque aquí los grados podrían ser reducidos drásticamente. Recordemos que los hermanos Calatrava versionaron a David Bowie, y David Bisbal hizo lo propio con ‘The sun ain’t gonna shine anymore’ de los Walker Brothers. A partir de ahí sobran pasos intermedios, cualquier cosa es posible y nada me va a asombrar.
Aplicando la teoría al campo musical, encontramos seis grados de separación entre el Madrid de comienzo de los ochenta que vivieron Radio Futura y los sesenta del Frank Sinatra de Las Vegas. Seis eslabones que van a unir el Rock-Ola con el Sands y que son, al fin y al cabo, una simple excusa para recordar un ramillete de buenas canciones y refrescar la memoria con alguna que otra historia. A partir de ahí, la mente nos llevará a más temas e historias y con un poco de suerte nos podemos perder un buen rato en ellas.
Radio Futura le canta a Alaska y T. Rex ponen la música
Este viaje comienza en el Madrid de 1980. Bueno, en realidad unos meses antes, cuando se formó Radio Futura. Eran años de descubrimientos y de dar un paso al frente, también en lo artístico. Como el que dio Herminio Molero para reclutar a sus compañeros de banda, una de las más importantes que ha dado el pop español de las últimas décadas.
Todo iba muy rápido aquellos días, y el grupo no tardó en debutar con el elepé “Música moderna”. Molero tenía el control todavía y los Auserón aún permanecían en un segundo plano de protagonismo. En aquel disco ya histórico estaba ‘Divina’, una versión, con su letra adaptada al castellano, del ‘Ballrooms of Mars’ de T. Rex, un tema que el grupo de Bolan había publicado en 1972 en “The slider”. La traducción, dicho sea de paso, era bastante libre, de manera que si en la canción de T. Rex las referencias eran a John Lennon y Bob Dylan, en ‘Divina’ la protagonista era una juvenil Alaska, una chica que pisaba los escenarios con Kaka de Luxe y a la que el autor había visto bailar con pegatinas en el culo. Curiosamente, también se referían al Duque Blanco: “David Bowie lo sabe y tu mami también, hay cosas en la noche que es mejor no ver”.
Han pasado 37 años desde la publicación de ‘Divina’. Decía la canción aquello de “estuviste con Kaka de Luxe, pero no te oí cantar”. Bien, eso es historia, llevamos cuatro décadas escuchando a Olvido, cantar, hablar, opinar. La seguiremos escuchando.
T. Rex y Bowie: amigos, rivales y residentes en el glam
Tres años más tarde del debut de Radio Futura, la propia Alaska -ya con Dinarama- cantaba aquello de “Te has quedado en el 73 con Bowie y T.Rex”. Hagamos caso entonces, y viajemos nosotros 44 años atrás para plantarnos en aquel 73 del que hablaba ese ‘Rey del glam’ de Carlos García Berlanga. Y allí nos encontraremos a dos artistas jóvenes de éxito, amigos, rivales y que vivían un estado de gracia creativo incontestable. En menos de tres años, T. Rex habían publicado “Electric warrior”, “The slider” y “Tanx”, y Bowie completaba otra trilogía sobresaliente con “Hunky dory”, “Ziggy stardust” y “Aladdin sane”. Palabras mayores.
Es evidente que Marc Bolan y David Bowie estaban luchando por un trono, y lo hacían con respeto y admiración mutua. Sin embargo, tras el 73, el líder de T. Rex dejó de crecer y emprendió la cuesta abajo, mientras que el ascenso de Bowie no conocía límites. Así las cosas, fue inevitable que Bolan albergase cierto resquemor hacia su colega que, sin embargo, nuncia le dio la espalda, como prueba aquel último favor que le hizo en 1977 cuando participó en el show televisivo que presentaba Marc pocos días antes del fatal accidente que le costó la vida.
Más allá de escenarios compartidos, su única colaboración discográfica había tenido lugar en 1970, cuando Bolan metió su guitarra en ‘The prettiest star’, un single que posteriormente sería incluido en “Aladdin sane”. No fue una de las canciones más gloriosas de Bowie, pero su valor histórico es indudable. En aquella colaboración, a diferencia de lo del 77, fue Bolan quien intentaba echar una mano a su amigo, porque por entonces a Bowie le estaba costando más el ascensod al trono. Vueltas que da la vida.
Bowie, el fan más ilustre e incondicional de los Pixies
David Bowie nunca dejó de evolucionar y adaptarse a los nuevos tiempos. Su habilidad en este sentido era espectacular y le hizo marcar diferencias con compañeros de generación, como hemos visto en el caso anterior. A otros de su quinta les ha costado mucho hablar de las virtudes de otros compañeros más jóvenes. A él no. En la segunda mitad de la década de los noventa era muy habitual escucharle elogiando a Trent Reznor, con el que colaboró y compartió escenario. Pero si hay un grupo del que se tiró años hablando maravillas en cada entrevista, esos fueron los Pixies.
A través de su guitarrista Reeves Gabrels, David conoció y trabó una gran amistad con los de Boston, iba a sus conciertos y vivía con pasión el ascenso artístico del grupo desde los tiempos de “Surfer rosa”. De aquel debut en largo de los de Black Francis, tomó prestado Bowie años después ‘Cactus’, un tema del que hizo una versión en su elepé de 2002 “Heathen”.
Años antes, cuando endureció su sonido con aquel proyecto bautizado como Tin Machine, se había atrevido con ‘Debaser’, una de las joyas de la corona del catálogo de los Pixies.
Ni que decir tiene que al otro lado también había admiración, tanta que en 2013 Francis ofreció los servicios de unos ya veteranos y reformados Pixies para ejercer de banda de Bowie. Y es que los duendecillos de Boston eran muy, muy fans de uno de sus más famosos seguidores.
La admiración de los Pixies por Neil Young
Cuando a Bowie le preguntaban por los grupos de Seattle, responía que le gustaban más los Pixies y que todo lo que ocurrió en la tierra de Nirvana había tenido su raíz en el Boston del 87 y sus grupos. Decía que sin Boston nunca hubiera existido Seattle, y algo de eso había.
El mismísimo Cobain, atropellado por el éxito y lidiando con la férrea ética punk que nunca le dejó disfrutar de sus mieles, solía decir que tendría que haber montado un grupo de versiones de Pixies. Hubiese sido un gran desperdicio para un talento como el suyo, pero la influencia reconocida existía.
Son las ventajas de ser algo mayor. Llegas antes a los sitios y marcas la senda de los que vienen más tarde. Los Pixies abrieron caminos para otros y también llegaron antes que sus compatriotas alternativos a la admiración y reivindicación del gran Neil Young. Mucho antes de que el canadiense fuera considerado el “padrino del grunge”, antes de que Kurt incluyera una línea de ‘Hey hey, my my’ en su nota de suicidio o de que Pearl Jam ejercieran de banda de Young en la grabación y gira de “Mirrorball”, los Pixies ya habían manifestado que la obra de Neil era una cosa muy seria.
Más allá de las palabras, esa admiración se plasmó en su versión de ‘Winterlong’, una canción no muy obvia de su repertorio. Se trataba de un descarte que no entró en ningún elepé y que había sido recuperado en “Decade”, un recopilatorio de tres cedés que reunía buena parte de su carrera hasta ese momento. La canción aparece en la discografía de la banda estadounidense en “Complete b sides”, descriptivo y explícito título. Antes lo había hecho en un disco tributo a Young.
No fue la única versión de Neil Young que hicieron los Pixies: en el maxi de “Velouria” tambień releyeron su ‘I’ve been waiting for you’.
Neil Young y Dylan, dos gigantes
Neil Young y Bob Dylan suelen aparecer juntos en mi cabeza. La mayoría de las veces bajo el epígrafe “los dos mejores compositores de canciones de la historia”, otras con el título “los dos mejores cantantes distintos del mundo”. A veces pienso que Young es el más grande, entonces recuerdo a Bob Dylan y pienso que está fuera de categoría, algo así como los Beatles cuando hablamos de grupos pop. Tonterías aparte, la relación entre estos dos pesos pesados siempre ha sido de admiración mutua.
En “Psychedellic pill”, el álbum que lanzó Neil en 2012, había un tema titulado ‘Twisted road’ en el que describía el efecto que le produjo la primera escucha de ‘Like a rolling stone’, que le marcó profundamente. Por su parte, Dylan también tiene en alta estima a su compañero de oficio, aunque en cierta ocasión declaró que llegó a odiar ‘Heart of gold’. Lo contaba así:“Siempre me gustó Neil Young, pero me sentaba mal escuchar esa canción. Cuando supe que era número uno me dije: “Mierda, ¿qué soy yo ahora? Suena como mis temas, ese que canta debería ser yo””.
En realidad, Bob también ha sonado de una forma parecida a Neil. Una escucha de ‘Knockin’on heaven’s door’ basta para captar su semejanza con ‘Helpless’ que había compuesto el canadiense cuatro años antes. Pero hablemos de versiones: ‘All along the watchower’, imprescindible del repertorio de Dylan, ha sido interpretada por muchos otros músicos. La de Jimi Hendrix es considerada con frecuencia como la mejor que han hecho de su cancionero, pero la de Neil le va a la zaga.
De todos modos, por lo personal de su lectura y seguramente por lo que me impresionó -personalmente- tras la primera escucha, me quedo con la versión que Young hace de ‘Blowin in the wind’ y que incluyó en su trabajo en vivo “Weld” de 1991. Ralentizada, electrificada, saturada, con coros majestuosos, emocionante. La canción cobraba vida propia en sus manos.
Dylan intenta escalar la montaña de “La Voz”
Y llegamos al último eslabón, el que une a Bob Dylan con Frank Sinatra. Una relación, a través de versiones, fructífera y continuada en el tiempo que nos traslada hasta la actualidad. Este mismo año veía la luz “Triplicate”, un disco -tres, en realidad- en los que el genio de Duluth sigue dando rienda suelta a su admiración por “La Voz”. Un camino que comenzaba en 2015 con “Shadows in the night” y que continuaba un año más tarde en “Fallen Angels”.
Hablamos de Dylan, un señor que no pone fácil ni la entrega de un Premio Nobel. Evidentemente, no iba a caer en lo obvio a la hora de abordar el legado de Sinatra: por supuesto, entre sus versiones no están las cinco o seis canciones que primero se le vienen a la cabeza al aficionado medianamente iniciado en su obra. Bob aborda el empeño cargado de respeto y sin ánimo de que surjan las comparaciones. Lo hace, en sus propias palabras, como si de un reto se tratase. Para él, Sinatra “es la montaña que tienes que escalar aunque solo llegues a una parte de ella. Amo esas canciones y no voy a faltarles al respeto. Convertirlas en basura sería un sacrilegio’. Palabra de Bob.
En “Triplicate” encontramos ‘I could have told you’, una canción escrita en 1959 para Frank y una muestra más de como la voz de Dylan, particular y gastada, puede rendir tributo a “La Voz”. Seguro que Frank estaría orgulloso. Con ella hemos llegado a Las Vegas de Frank Sinatra, estamos en 1959. Termina nuestro viaje.