De Orense al “Taka-takatá” (biografía de Paco-Paco), de Antonio Montilla Romero

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LIBROS

«Ahí se ve, desde una perspectiva diferente, parte de lo que ha sido nuestra música»

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Antonio Montilla Romero
De Orense al “Taka-takatá”. La aventura de mi vida.
EXLIBRIC, 2021

Texto: CÉSAR PRIETO.

Las estanterías de las librerías están plagadas de biografías de músicos, sus vidas están contadas con precisión milimétrica, casi su día a día. Uno diría que hay biógrafos que saben más de John Lennon o de Jim Morrison que lo que ellos supieron nunca de sí mismos. Pero claro, toda la estantería está copada por grandes figuras. Si bajamos un poco, los de mitad de la tabla parecen no haber existido. No se puede saber nada de la vida de Rod Argent ni de los Zombies, ni de Steve Harley, de Cockey Rebel. Imaginen qué pasa con figuras locales, de un país alejado de los centros de poder de la industria discográfica y que tuvo un solo éxito en la vida; eso sí, ¡qué éxito!

Imagino que el nombre de Francisco Ropero Gómez no les va a decir nada. Su alias artístico, Paco-Paco, quizá le diga menos. Pero si en cualquier plataforma buscan una canción que atiende al nombre de “Taka-takatá” la reconocerán enseguida. La han escuchado en alguna noche de fiesta, en algún recopilatorio, en alguna boda, en alguna versión de las ciento y pico que tiene la canción y que emergieron desde el mismo momento en que se editó. Si hay en el mundo algún caso de one hit wonder es este, sin lugar a duda.

https://www.youtube.com/watch?v=ERyAAtEpZ3A

Pero resulta que la canción de Paco-Paco no está firmada por Francisco Ropero, está firmada por un prestigioso director de orquesta belga, que realmente no compuso esta rumbita dicharachera del tal Francisco Ropero, que había nacido en una ciudad tan poco flamenca —pero tan musical, eso sí— como Orense. Atiendan, que van a asistir a una curiosa historia. Hay veces en que los entramados musicales vistos desde el margen, y no desde la elevación de las grandes figuras, quedan más claros.

Francisco Ropero es gallego por una razón muy hispana: su padre, guardia civil, estaba destinado en Orense y en esa ciudad se casa con la sobrina de la pensión en la que vivía. Nuestro Francisco es un niño de travesuras sin número, una especie de Guillermo Brown de la ciudad de las Burgas, pero empieza a sentir pasión por la música y a tocar en diversos escuetos escenarios. Uno de sus compañeros lo alió para emigrar —el destino de tantos gallegos— y, visto el precio del billete, decide asumir el rol de polizón en uno de esos trenes que llevaban cargas de mano de obra más allá de los Pirineos. Ya en París, duerme en barcas atracadas a orillas del Sena y come de lo que rebusca en las papeleras. Si fuera una estrella del espectáculo esto sería un plus de autenticidad.

Empieza a buscar trabajos, y los encuentra, pero lo suelen echar de casi todos. En algunos resulta lógico. Entra en la Citroën y le pega un llavazo —de llave inglesa— al encargado. Pero hay una losa que afecta a su emigración: ha de realizar el servicio militar, así que regresa a España, a Málaga, y empieza a militar en grupos: Los Kramp’s, Los Barones, Los Boing. Coincide en ellos con Adolfo Rodríguez. Un día está con Adolfo en una cafetería y un vecino de mesa, por casualidad, les oye hablar de música. Se une a ellos y les propone unirse a una nueva banda. Son Los Íberos en su primera formación, pero cuando ven posibilidades y deciden emigrar a Madrid, Paco no puede acompañarlos. Su condición de quinto le impide salir de Málaga.

Tiempos de intercambios de músicos entre bandas o de pelos largos, que la policía les obliga a cortar porque —literalmente— «lo dice el obispo». También de emigración, como decimos, aunque Francisco Ropero vuelve a emigrar porque su mujer, belga, embarazada, se instala en casa de sus padres porque le prescriben reposo. Ahí Paco, emprendedor siempre, decide abrir una taberna flamenca, donde actúa cada noche para la concurrencia, y ahí es donde empieza su recorrido el “Taka-takatá”, que oye un ejecutivo de la Philips belga. Tarda tres segundos en proponerle grabar un disco. Un disco belga en el que aparece firmada su composición por un belga, como decimos, prestigioso director de orquesta, llamado Al Verlane: es el suegro del autor. A Paco-Paco la legislación belga no le permite registrar la canción al no tener carné de músico. Pactan que los beneficios se derivarán al verdadero autor.

A partir de ahí, éxito mundial, conciertos multitudinarios y una carrera con altibajos que sufre los embates de la censura —Manuel de la Calva, el director de Columbia, le pide una canción sobre las primeras elecciones democráticas, cuya edición secuestran por tomarse a chufla la democracia— y que concluye con un par de discos en gallego. Aunque no llega a dejar nunca la música, puesto que tras estos dos elepés regenta un piano bar y acaba trabajando como presentador en la televisión local de Málaga.

No se trata de una vida apasionante la de Paco-Paco, ni mucho menos, pero el curioso en la música de épocas pretéritas debería echarle un vistazo: ahí se ve, desde una perspectiva diferente, parte de lo que ha sido nuestra música.

Anterior crítica de libros: Cuentos de Katherine Mansfield, de Katherine Mansfield.

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