De la calle al directo plastificado (Segunda parte)

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De la calle al directo plastificado(Segunda parte)

Publicamos la segunda parte del informe con el que repasamos de la mano de Josemi Valle, y con la grabación esta semana del primer directo de Asfalto como excusa, los discos en vivo que dejó el rock urbano nacido en los 70 y sus secuelas más o menos rudas, más o menos fieras. Álbumes que forman parte de la historia del rock español.

 

Texto: JOSEMI VALLE.

 

LLEGA LA ÉPOCA DE LA TERRIBLE DEFLACIÓN ROCKERA

El movimiento emprendido en los 70 por bandas heroicas de Madrid, dignificado por Asfalto y Bloque y el punto de anclaje que supusieron sus discos de debut, y lanzado a la popularidad por Barón Rojo y Obús, lanza serios estertores a finales de los ochenta. Diferentes bandas han firmado el acta de defunción (Tequila, Cucharada y sus herederos Alarma, Bloque, Triana, los propios Asfalto se dirimen entre la vida y la muerte). Al movimiento le perjudicó sobremanera el caudillaje ejercido por fundamentalistas rockeros con propensión mental a ensalzar acríticamente a los suyos y repudiar con inquina acérrima todo lo ajeno. Los paladines intelectuales de la propuesta se empecinaron en enarbolar la bandera de la autenticidad y el dogma de la música verdadera como antagonismo de lo que denominaban basura. Consideraban a todos los demás sacrílegos entregados a la adoración de un estúpido becerro de oro. La imposibilidad de convivencia con otras propuestas, la abolición de mutuo enriquecimiento creativo, la incapacidad para mutar y crecer desde una visión multidisciplinaria, aceleró la decrepitud. También la ausencia de mecenazgo radiofónico y cobertura mediática. Grupos que atiborraban pabellones pasaron a tocar ante audiencias ridículas. Fue una situación dolorosa. Algo parecido a si la próxima temporada Fernando Alonso tuviera que ganarse la vida arreglando pinchazos de bicicletas.

En 1987, con el rock patrio cayendo en barrena, Moris publica su directo bajo el ilustrativo título de Moris y amigos. Ha dejado Chapa y lo publica Twins. Se registra en la sala Universal de Madrid el 19 de diciembre del 86. Sólo se edita en España. Se elige bien el repertorio pero no suena tan rockero como su debut Fiebre de vivir. Por allí desfilan Hermes Calabria de Barón Rojo y Fortu de Obús. El álbum huele a despedida y se intuye la cancelación de cualquier esperanza. Con este disco Moris concluye su etapa en España y retorna a su Argentina natal. Visto retrospectivamente, este álbum no fue un disco. Fue un adiós. La despedida al hombre que nos enseñó a hablar de nosotros mismos y nuestras calles en una canción de rock.

En 1987 Panzer edita Sábado negro, álbum grabado en el anfiteatro Egaleo de Leganés el 27 de junio del 87. Panzer nunca logró saltar a la primera división del heavy, pero la banda de Carlos Pina se pasó años jugando la promoción para conseguirlo. En aquel directo se citan todos los clichés del malditismo, la fatalidad, el infortunio y el azar en su vertiente más aciaga (apagón de luz, contratiempos técnicos, etc.) que se abrazan a la banda desde su nacimiento. Sonido incalificable y disco inadvertido que apuntaló su leyenda de pájaros de mal agüero. La argumentación más sofisticada para explicar por qué Panzer no ascendía a primera división se reducía a calificarlos como gafes. Se extendió la leyenda de que era un grupo con imán para el mal fario. Decir Panzer era citar a la mala suerte. Nadie me ve, pero ahora mismo he levantado las manos del teclado para cruzar los dedos. Veintidós años después, el pasado 30 de mayo, han vuelto al lugar de los hechos para revocar el maleficio de aquella infausta noche. Han grabado de nuevo en el anfiteatro de Leganés para editar la actuación en DVD y reclamar justicia poética. Toquemos madera.

Obús vuelve al Pabellón del Real Madrid donde se consagró años antes y graba un doble directo que aglutina su munición de más calibre. Después de su aclamado El que más de 1984, Obús dilapidó gran parte de su capital con dos posteriores álbumes de escasa calidad y exigua repercusión. Obús mantuvo una encendida enemistad con los barones que el tiempo desenmascaró más ficticia y mediática que real y caínita. Fueron los sempiternos segundos, la medalla de plata, los aspirantes a un oro que se resistía a abandonar el pecho de Barón Rojo. En la geopolítica del rock de principios de los ochenta, Barón Rojo era Estados Unidos y Obús un potente país miembro de la Unión Europea. Pero no nos dispersemos.

Estamos en el Pabellón del Real Madrid, es 21 de febrero de 1987, pero los tres años que separan al grupo de su momento de gloria con la edición de El que más parecen lustros. Así que Obús intenta recuperar posiciones de liderazgo recurriendo a uno de sus puntos fuertes, el directo. El disco, En directo 21-2-87, que recoge aquel concierto es una explosión del orgullo macarra y loas ala vida disoluta y el hedonismo primario. Todo aderezado de heavy clásico y estribillo recalcitrante. Suena bastante bien y respira grandeza. Sin embargo las circunstancias conspiraron contra este trabajo. Cuando el disco ve la luz se vive la desertización lacerante del género, una devastadora sequía que aniquila a todos los grupos que ven cómo se les ha derogado el derecho a sonar en las radios y aparecer en la tele. Pocos sobrevivirán. Aquel fue algo más que un álbum en directo. Fue un epitafio.

La noche del 30 de octubre de 1987 Topo reúne a una nómina de invitados y graba su merecido directo en la sala Canciller, recinto en el que tocaban frecuentemente. Aprovechan el buen momento y la buena acogida del álbum Ciudad de músicos del 86, una continuación de Marea negra aunque con gente nueva y muy joven acompañando al gran capitán José Luis Jiménez. En el concierto se repasan los clásicos de la banda y además de los músicos que alguna vez se alistaron con Topo participan Molina, Julio Castejón y el teclista Miguel Ángel Collado. El directo selecciona bien el repertorio, pero las canciones pierden personalidad y gracia al estar acompañadas por unos teclados con demasiado afán exhibicionista y empeñados en mostrar texturas que han envejecido aceleradamente. La portada del disco no es de la actuación del grupo en Canciller, sino de un concierto de Marillion. Este inadjetivable dislate de algún departamento de Zafiro es el ejemplo perfecto de la devastación que vive el rock nacional y el oprobio que se impregna en los gestos cotidianos. El disco, bajo el nombre de Mis amigos están vivos, se edita en 1988, pero no logra sortear las cuchilladas de la invisibilidad mediática, así que al año siguiente José Luis Jiménez aparca Topo y aparece la Rockorquesta, grupo de versiones en el que milita la plana mayor de la formación originaria de Asfalto, con el fin de tocar covers del rocanrol embrionario. La Rockorquesta ejercerá de pista de despegue de la vuelta del mítico grupo en 1990 al estudio de grabación y los escenarios para presentar Sólo por dinero.

El 31 de octubre de 1989 Rosendo se enclaustra en la sala Jácara del distinguido barrio de Salamanca de Madrid y graba su Directo. El lugar elegido provoca sarpullidos entre la militancia más integrista que censuraba que una propuesta como la del hombre a una nariz pegado aterrizara en el distrito más pijo de la capital (en el 2002 volverá a grabar en directo, esta vez en la Cárcel de Carabanchel cuando se anuncia su demolición). Probablemente el afilado instinto de conservación de Rosendo eligió deliberadamente ese lugar como un hecho más que anunciaba su alejamiento del moribundo heavy. Se rumió grabarlo en Moscú, pero finalmente el sentido común y la imposibilidad económica y los obstáculos logísticos desestimaron la idea. La sala Jácara se llena de público entusiasta y el disco ofrece una versión mejorada de Rosendo que hasta un año antes vadeaba claroscuros y se dedicaba a dirimir su continuidad o no en la música. Rosendo firma una discografía lo suficientemente profusa y con un buen ramillete de piezas de primer nivel para dar salida a un directo encomiable. El repertorio expuesto desde el escenario es selecto aunque desgraciadamente embarrado por una injerencia totalizadora de los teclados, manía preocupante que en esos años mantiene abducido a Rosendo. Tiempo después esos teclados tan añejos e incordiantes serán desterrados de sus siguientes álbumes. En más de una entrevista posterior el propio Rosendo admitirá haber padecido una obsesión enfermiza con este asunto.


ADIÓS A LOS 80, LLEGA 1990

Ramoncín graba en 1990 el referencial disco en directo bautizado como Al límite, vivo y salvaje. Es una selección de extractos bien presentados de la gira de ese año cuando recaló en Madrid, en Portugalete y dos noches consecutivas en Barcelona. Su periplo le ha llevado del punk descarado de sus inicios en los setenta al rockero cordial y casi institucional de finales de los ochenta. El disco se fija más en esta segunda faceta y prescinde del cancionero de sus orígenes, aunque hay alguna relectura despojada de cualquier indicio punk (“El Cheli”). El primer single, “Hormigón, mujeres y alcohol”, la conocida popularmente como “Litros de alcohol” se propaga por las emisoras como una pandemia. También el segundo sencillo, “Como un susurro”, se convierte en una de las canciones más escuchadas del año. En los noventa eran dos piezas innegociables en cualquier noche de verbena. Años más tarde la omnipresencia mediática de Ramoncín provocó la desfidelización de muchos aficionados y algún que otro bochornoso incidente. Desgraciadamente muchos discos valiosos que jalonan su carrera sufren inmerecido destierro por la imposibilidad de separar al artista de su obra.

Burning graba su En directo en la sala Universal Sur de Leganés el 18 y 19 de diciembre de 1990. Será su herramienta de conquista de público perteneciente a una nueva generación. Supervivientes del Rollo y partícipes históricos en “la invasión de la cochambre” del 75, no será hasta 1991 cuando Burning publiquen un directo que es un grandes éxitos presentados con toda la maduración personal que garantiza una dilatada trayectoria. Es un cofre que guarda sus canciones más laureadas, compiladas por vez primera con un sonido similar, limpio y excelente que le supone un espaldarazo de popularidad y ventas. Le acompañan en la aventura amigos ilustres como Rosendo, Miguel Ríos, Sabina, Antonio Vega y Loquillo (curiosamente, el Loco un año antes había rubricado uno de los directos más aplaudidos del rock español, el doble ¡A por ellos…! que son pocos y cobardes, registrado en diciembre del 88 en la sala Zeleste). Burning saca lustre a su cancionero suburbial, a esas piezas que levantan acta del orgullo de barrio, la vida noctámbula, las mujeres fatales, el hedonismo llano y la vida al filo de la navaja. Los nuevos siervos de la gleba hacinados en las incipientes urbes verán en los Burning los mejores notarios de la chulería de alterne y la amistad inquebrantable a la barra de bar. Es su disco más vendido, su disco más popular, su puesta de largo para presentarse en sociedad ante todos aquellos que ignoraban su existencia. Después de la luz de bengala que supuso este trabajo, el gran público continuó ejerciendo sobre ellos el derecho de admisión.

Ese año unos olvidados Medina Azahara estigmatizados por su pasado setentero también deciden recolectar en directo las semillas esparcidas en sus distintos discos y sellos discográficos. Graban su disco en el Anfiteatro Egaleo de Leganés el 30 de junio de 1990. El álbum titulado escuetamente como En directo funciona relativamente bien entre la minoría rockera, pero no ayuda a avizorar lo que vendrá después. Aloja catorce piezas que se reparten entre sus canciones más conocidas, la relectura de su célebre “Paseando por la Mezquita” y la versión de “El lago”, de Triana, que prologa su inclinación al arte de releer cancionero ajeno. Con inteligencia mercadotécnica en su siguiente disco la banda versiona a la brava y al galope heavy la melódica “Todo tiene su fin” de Los Módulos y se convierte en un superventas. Con el tiempo este directo se ha erigido como el compendio de la primera etapa de su trayecto biográfico, la del rock andaluz genuino, antes de dar el salto al heavy de melodía adhesiva, la enorme popularidad, y a cierta pose caricaturesca.

También en el 90 Barricada, epígonos aventajados de Leño, recolecta su repertorio en el directo Rocanrol, un disco doble que logra enseñar el brillante magisterio del Drogas y compañía sobre una tarima. Es un discazo. Pocas veces una grabación se impregna de las sensaciones que allí se congregan, el bramido de la multitud y una relectura de los temas que son presentados como trallazos eléctricos de principio a fin. También Los Suaves, discípulos de los héroes marginales de los 70, graban un año después ¿Hay alguien ahí? Reivindicando la figura del padre, versionan “Maneras de vivir” de Leño. Es la prueba irrefutable de que la segunda generación del rock patrio empieza a emanciparse con álbumes en directo en algunos casos de mucha más calidad que los de sus tutores. Y más ventas. Pero esa es otra historia.

En 1994 unas reuniones ocasionales de los cántabros Bloque disueltos en el 83 animan a grabar un disco en vivo. Se trata más de un ejercicio de romanticismo por saldar la asignatura pendiente del directo que de cualquier otra posible conjetura. No había detrás contexto alguno para reflotar el grupo. Se exhuma el cadáver con dos miembros originales (el guitarra Juanjo Raspuela y el cantante Juan Carlos Gutiérrez) del Bloque de los años setenta. En muchos lugares este disco no aparece entre los discos de la banda de Torrelavega. En directo se graba ese año en la madrileña Sala Revólver, pero no ve la luz hasta 1999, incongruencia que lastra aún más su posible repercusión. Obviamente no tuvo la menor relevancia. El sonido es regular (aunque por ahí he leído hipérboles inauditas como que es sobresaliente), si bien el repertorio se elige con racionalidad y buen gusto. Presentan un tema nuevo (“Rey de la noche”) y tres versiones. La voz de Juan Carlos Gutiérrez se mantiene en forma y es el cordón umbilical que anuda este Bloque con el de los años 70. Aun así en el epígrafe del debe hay que apuntar que resulta imposible no sentir que se trata de un disco ubicado en un tiempo que ya no es el suyo. Se respira cierto ineludible aire anacrónico.

 

EPÍLOGO

Gloriosos y mayestáticos, escuetos y humildes, tímidos y desastrosos, tardíos y a destiempo, perdidos en un tiempo que ya no era el suyo, cultivados en un suelo inadecuado para arraigar, muchos de estos discos viven el olvido más lacerante. Otros se han apreciado con el paso de los años. Todos transparentan una transmutación de valores estéticos y sociales, competencia de nuevas pasiones colectivas, mutabilidad del mundo, labilidad de los sonidos. Se pasó de una época en que hacer rock era una heroicidad a una normalización racional. Entre medias una eclosión inaudita y posterior inercia de acomodación y luces crepusculares anunciando la llegada de la noche. Todo acelerado por la servidumbre rutinaria de publicar un disco anual. Esa celeridad impidió en muchos casos el sano ejercicio del análisis crítico que sólo se alcanza con la pausa de la sangre. Muchos grupos pervivieron con la sensación de ser acreedores del tiempo que les tocó vivir, de que la vida les debía cantidad de impagos.

Llegaron tiempos nuevos, tiempos salvajes. Aterrizaron la cibercultura y el autismo intectactivo. Las autopistas de la información y las redes sociales. Los portales de Internet y la mensajería instantánea. Los móviles y las cámaras digitales. El DVD y el IPod. La caída del Muro de Berlín y la instauración del Euro. Las guerras preventivas y la inmolación terrorista. Las grandes superficies y los parques temáticos. Las armas de destrucción masiva y la inteligencia ecológica. Las grandes migraciones y las bolsas de excluidos. La multiculturalidad y la heterodoxia étnica. El capitalismo avaro y la gran crisis. A veces pongo en mi estupendo equipo alguno de los discos que he cartografiado aquí y le dio la razón al poeta que afirmó que la nostalgia es un error. A veces disiento y me alisto junto al que señaló que recordar es triste, pero olvidar es morir.

 

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