PUNTO DE PARTIDA
“Imponía en tu espíritu una incómoda sensación de rebeldía y libertad que desembocaba en romper pantalones, atarte camisas de cuadros a la cintura o comprar camisetas de calaveras”
Caminaba deprisa, con el walkman puesto, escuchando a todo volumen “Ok computer”, de Radiohead. David Otero nos cuenta cómo le marcó aquel disco de Radiohead hace casi dos décadas.
Radiohead
“Ok computer”
1997, PARLOPHONE.
Texto: DAVID OTERO.
No lo compré, no fui a buscarlo a ninguna tienda, no me habían hablado de él, no era esperado, ni siquiera soñado… Cuando la sangre llena de hormonas provocadas por la pubertad circulaba por mis venas, encontré de forma casual una puerta que se abriría de por vida a una forma de entender el pop, el rock, la psicodelia, la electrónica o el género que en la canción que sonaba fuera imperando.
Creo que ese disco no dejaba indiferente desde la primera canción e imponía en tu espíritu una incómoda sensación de rebeldía y libertad que desembocaba en romper pantalones, atarte camisas de cuadros a la cintura o comprar camisetas de calaveras. La sucesión de acordes en sus canciones no seguía la lógica de los temas que solía aprender. Los compases terminaban antes de lo esperado, el panorama de los efectos mareaba o rompía con una estridente sensación de vuelo que provocaba que el camino de mi casa al colegio, con el walkman a toda pastilla, pasase de durar doce minutos a ocho. Aceleraba el pulso y te ponía a cantar cuando nadie te escuchaba, sin saber casi qué palabras pronunciabas o hacer un desafortunado playback en casa cuando tus hermanos estaban a más de una pared de distancia.
¿Cómo llegó hasta mí? Fue curioso, mi hermano lo trajo a casa, el era mi «dealer» musical. Aerosmith, Gun’s, Green Day fueron algunos de los grupos que me descubrió casi una década antes de aparecer esa joya. Y ya a los 17, cuando apareció “Ok computer”, tocaba prácticamente todos los acordes de todas las canciones que me llegaban al corazón. Siempre dejaba los solos y los arreglos complicados a aquellos amigos que tocaban la guitarra mejor que yo, y me centraba en las guitarras más rítmicas y en los riffs.
Recuerdo que unos días después de ponerme aquel disco en bucle, descubrí el videoclip de ‘No surprises’ en la en aquel momento famosa MTV. Entonces ya conocía ‘Creep’, ya que mi vecino de arriba unos años antes se dedicó a taladrarnos la cabeza con su interpretación grunge del tema en su pequeña habitación de adolescente, pero el vídeo de ‘No surprises’ me descubrió el extraño rostro de Tom. Si ya estaba enganchado al disco, tras ver ese rostro comenzó a crecer en mí una impaciente necesidad de descubrir más sobre esa banda. Sin Internet, sin fuentes de información, sin ver más que unos minutos de aquel vídeo, en los que somos de la generación de los años ochenta crecía una especie de admiración por esos grupos que decían con su música aquello que nosotros queríamos decirles a nuestros padres, a nuestros profesores o a aquellos adultos que creían saber más que nosotros sin darse cuenta de que nosotros teníamos en nuestro poder un arma secreta… aquellas canciones.
Una vez completé mi colección de cintas de Radiohead, me di cuenta de que esa era la banda que expresaba con sus guitarras y sus melodías aquello que quería sentir. A veces dulces, a veces amargas, unas veces delicadas y otras ásperas, un mundo de contrastes que conjugaba a la perfección con lo que un chaval de 17 años quiere expresar con su propia música. Nunca traté de imitarles o copiarles. Siempre supe que estaban en una categoría distinta a la que aparecía cuando creaba mis propias canciones. Pero a nivel de sonido, sí que es cierto que el «crunch» de guitarra ha sido tal vez el que más me ha influido a la hora de combinar guitarras limpias con distorsionadas. Un tipo de «crunch» que rompe cuando tu mano agita con violencia las cuerdas y se enternece cuando tu dinámica cae hasta la delicadeza.
Hoy en día lo escucho muy de vez en cuando, tal vez lo guardo en algún lugar privilegiado para que no agote el cupo de repeticiones permitidas por tu admiración, y no se convierta nunca en un disco que ya tienes quemado por los años. Es como un buen vino que solo se abre de vez en cuando.
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