David Otero: “Todavía no me conozco”

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“Creo que he editado el cinco por ciento de lo que he compuesto. Bastante poco, pero ha de ser así en mi caso”

 

Al trabajar en su último disco, “1980”, David Otero abrió una caja de Pandora de la que han salido sonidos ochenteros, canciones sinceras, dúos anhelados y un montón de preguntas sin resolver. A escasas horas de presentar el disco en el Circo Price de Madrid (el viernes 21), se lo revela en esta entrevista a Arancha Moreno.  

 

Texto: ARANCHA MORENO. Fotos: PATRICIA J. GARCINUÑO.

 

Dan las doce de la mañana cuando recorro un pasillo de puertas idénticas. Me detengo dudosa ante un cartel en el que pone “ingeniería medioambiental”. Toco el timbre y descubro que no me he equivocado de sitio. Estoy entrando en el estudio de David Otero (Madrid, 1980), el lugar donde trabaja desde que volvió de Argentina, hace ya un par de discos. Entonces se hacía llamar El Pescao, sobrenombre artístico que tomó tras la disolución de El Canto del Loco, y se encontraba presentando “Ultramar”. Pero desde que publicó su álbum anterior (“David Otero”, 2017), ya no se esconde detrás de ningún antifaz. Quitárselo, tal vez, haya sido el comienzo de un viaje introspectivo que le está llevando a descubrir quién es en realidad.

Con casi veinte años trabajando en la música, su vida personal y la profesional se habían fundido de forma natural. Componía en su propia casa, una especie de trastero reconvertido en estudio en el que ya no se sentía cómodo: “Era un sitio muy pequeño y se me acumulaba todo, tantas cosas que he ido comprando, recopilando y almacenando que se me iba acumulando material de guitarras, de amplis… y necesitaba un espacio para colocarlo todo y sacarle partido”. Hacía como los niños: jugar y recogerlo todo después. Pero necesitaba tener los instrumentos a mano, y también más luz. Esa que se filtra en sus canciones y que pocos estudios de grabación tienen. El suyo, ahora, sí. En un loft que le alquiló un amigo, abuhardillado a la entrada y con un fondo acristalado que genera sensación de amplitud y aminora el encierro. En esa otra parte, donde el techo está más lejos, hay una hilera de guitarras, un piano, amplificadores y el resto de aparatos con los que trabaja. Poco a poco fue haciéndolo suyo: “Puse una mesa y unos altavoces. Compré un stand guitar. Puse la alfombra, luego paneles de estudios para acondicionar el sonido, los fui tapando con telas que tenía en casa para que no se viesen, porque siempre me han parecido muy feos. Hicimos un biombo para las voces, lo forramos con material aislante, pusimos una cortina… han sido cuatro años de eterna reforma hasta que paramos hace unos meses”. Y aquí grabó su último disco, “1980”. Todo menos las baterías.

 

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“Creo que hay que ser generoso a la hora de trabajar en equipo”

 

Un orden desordenado
Las cámaras han entrado en su refugio unas cuantas veces, pero nunca había hecho una entrevista aquí de esta forma, sin mirar el reloj y a grabadora y voz. Se sienta en una mesa grande, de madera robusta y sin tratar, un trocito de bosque sobre el que le gusta escribir. Por encima de nuestras cabezas pende una lona estratégicamente situada para acondicionar el sonido, y a su espalda hay un mueble vintage lleno de vinilos con los amplificadores dentro. “Me gusta estar aquí. Me paso aquí el día. Tengo mi réplica de algunas cosas que necesito, mis vitaminas, mi agua, una minicocina, aunque no cocinamos. Tiene un orden desordenado muy chulo”. En un armario a nuestra derecha conserva una pila de cuadernos con las canciones que ha escrito en las últimas dos décadas. Se levanta y los hojea. “En todos pone disco y año. Este está vacío, puede ser el siguiente”, aventura, mientras acaricia su montaña creativa antes de cerrar la puerta. Pero la montaña no está completa.

El último, el de “1980”, está sobre la mesa de trabajo. “Aquí está ‘Jardín de flores’, aquí ‘Gira’…”, va recorriendo con el dedo índice. No tiene muchos tachones porque acostumbra a pasarlas a limpio. Junto al cuaderno ha colocado una carpeta llena de hojas con canciones que aún no ha editado “ni he procesado”. Las marca con post it de colores. La mayoría son descartes que no conoce el público: “Creo que he editado el cinco por ciento de lo que he compuesto. Bastante poco, pero ha de ser así en mi caso. Igual me pierdo muchas cosas que son interesantes por seguir buscando”. Aún así, ha maquetado muchas con música y letra:“Si le falta una de las dos cosas es como una peli sin sonido, o el sonido de una peli sin imagen. Hacer música sin letra para mí no es canción”. Que pasen de esa carpeta privada a los oídos de la gente depende de lo que le transmitan: “Si me apetece cantarla otro día, pasa el primer filtro. Tiene que ser una cosa de enamoramiento, de amor hacia eso que has hecho. Si no existe eso me tienen que empujar un montón. Hay algún tema que nos ha quedado chulo en alguno de los discos, pero que no nos convencía, y no lo queríamos presentar en Sony para que no se encariñasen con ese tema y nos obligasen a grabarlo”, ríe. “No las enseñaba, las dejaba ahí guardadas”.

Algunas, no muchas, se quedan fuera de un álbum pero logran formar parte del siguiente. Cita el caso de ‘Abre tu mente’, creada cuando preparaba «Ultramar», pero editada en el siguiente, el homónimo «David Otero». Hay más casos: “‘Que no te llamen loco’, que está en el epé ‘Ciao pescao’, es de la época de El Canto del Loco, yo la presenté y no les gustó. Y ‘Castillo de arena’ lo mismo, iba para ‘Personas’ y se quedó ahí. Sin embargo, ‘Eres tonto’, ‘Peter Pan’, ‘La suerte de mi vida’ sí entraron. Pero lo entiendo: no veía a Dani cantando ‘Castillo de arena’. Pero bueno, el proceso de las canciones es loquísimo”.

 

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“Llevaba diecisiete años centrando la grabación sobre las guitarras, queríamos darnos un respiro”

 

Para “1980” compuso cuarenta o cincuenta temas. Tato Gómez, con quien ha coproducido el disco, le sugirió no hacer maquetas para no condicionar el resultado. “Creo que hay que ser generoso a la hora de trabajar en equipo. Si me dice el comandante que no haga maquetas, pues no las hago”. Buscaban un sonido característico “sin meternos en un lugar del que fuera difícil volver”. Es una de las diferencias de este trabajo, en el que tampoco ha partido de su instrumento habitual: “Llevaba diecisiete años centrando la grabación sobre las guitarras, queríamos darnos un respiro. Empezamos a encajar ritmos, los groove, lo hicimos al revés. Queríamos buscar sintetizadores analógicos y reales, no hacerlo con sintes virtuales. Creo que hacerlo a mano le da otro carácter”. Se ponían en situación escuchando grandes éxitos de los ochenta. Viraban de Madonna a Depeche Mode, de Tracy Chapman a Mecano, de Deft Leppard a Gloria Estefan, o a Miami Sound Machine. Cabía lo heavy y lo latino. Y entre medias, investigaban en cajas, secuencias y arpegios. Aprendían y erraban. Él insistía en que los pluggin fuesen reales: “Todo lo que sea electricidad pasando por circuitos se escucha. Hay un ruido detrás de los instrumentos que creo que se oye. Están más vivos”.

Pero no todas ha pasado por el filtro ochentero. ‘Manuscrito’, ‘Precicipio al mar’, ‘No te voy a olvidar’ y ‘Lo peor’ tienen otro tratamiento lejos de los sintes, el pop y la música de baile. “Si hay canciones que me gustan más orgánicas van a entrar, estemos haciendo un disco con aires más electrónicos o no”, dice con firmeza. De la misma manera que, aunque lo parezca, no solo hay amor en este disco: “Hay bastante mensaje escondido que no es exactamente lo que parece. ‘Baile’ no habla de amor, y ‘Precipicio al mar’ habla de un amor muy diferente, a mi hija, que es otro tipo de amor. ‘Gira’, aunque parece que sí, no habla de amor. Hay de todo, lo que pasa es que sí que tiene ese lenguaje del amor. Me cuesta escribir sin eso, siempre le doy un aire de relación para poder mandar el mensaje que me gusta”. A veces manda más la estética y otras el significado.

 

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“Quizá todo lo que he visto, con las fotos, con el arte de este disco, me ha removido en este proceso”

 

Cuando tiene dudas creativas también recurre a los amigos. Diego Cantero, Funambulista, le ayudó con un par de temas. “Iba a ver a Diego con la canción y le decía: ‘Venga, critícame’”. Él le proponía cambiar una frase, le daba una idea o buscaban juntos otra cosa. Fue él quien se quedó prendado de ese verso de ‘Gira’, «bailar en braille», y le sugirió repetirlo más veces a lo largo del tema. Y el que le ayudó a redondear ‘Precicipio al mar’: «Necesitaba una mano para expresarlo bien, me iba demasiado a lo que sentía y me costaba”. Su química es tan real que le gustaría trasladarla un poco más allá: “Me encantaría hacer una gira con él, encajamos también de energía… nos aportamos muchas cosas. Creo que estaría muy bonito hacer una gira juntos como compañeros. Encajo muy bien con mucha gente, pero con Diego conecto especialmente bien”.

 

Bailando con Rozalén

Todavía se acuerda del día que conoció a María Rozalén, la voz invitada en este disco. Fue a verla a un concierto que daba en el Libertad 8, en Madrid, delante de la gente de Sony. El encuentro fue rápido: concierto, dos besos y poco más, pero conectaron. “Desde el primer minuto nos caímos muy bien, empatizamos muchísimo”. Admiraba también su trabajo: “Cuando me preguntaban con quién quería hacer uan canción, decía que con María. Me encanta su música». Cuando compuso ‘Baile’ pensó rápidamente en ella, y la invitó al estudio. «Le puse varias canciones, para que no fuera muy empujado, pero cuando escuchó ‘Baile’ dijo: ‘¡Me quedo con esta!”. El resultado fluyó tanto como esperaba: “Es un tema que me gusta mucho. Es espectacular haber contado con María, lo ha puesto todo. Hemos conectado increíble. Creo que va a ser algo importante para este disco, ojalá no me equivoque, me apetece mucho que sea un tema importante en mi vida. Le tengo mucho cariño a esta canción”.

 

 

Aunque puede pasar desapercibido, hay cierto aire andino en ‘Baile’. David se sorprende, pero capta mi referencia. “Siempre he tenido un poco de rollo con esos sonidos. Hay una quena, es verdad, no me acordaba. Ese sonido de flauta peruana es muy característica. La has cazado, no me lo ha dicho nadie. A nivel rítmica puede ser, me encanta esa estética. El pop que se hace en Chile me flipa, Colombia también, Argentina también puede tocar algo”. Habla de Gepe, Javiera Mena, Álex Anwandter, Fernando Milagros también me gusta… sus favoritos”.

Ahora, que ha empezado el trasvase de este disco al directo, dice que en el escenario ganan energía, aunque se reduce el número de “cacharros”. “Llevamos sintes y algunas cajas de ritmos, pero muchas menos. El que venga a escuchar el directo que no se espere una pared de sintetizadores ni alguien tocando dos teclados a la vez”, ríe, alargando los brazos e imitando esa imagen a dos manos que popularizó en su día Nacho Cano. Siente que ‘Baile’ y ‘Gira’ están conectando muy bien con el público, y espera que suceda también en el Circo Price, donde toca este viernes 21 de septiembre.

 

Conocerse a uno mismo

Cuenta David que, aunque no sea indicativo de la gente que va a sus conciertos, suele comprobar cuáles de sus canciones despiertan más interés en la Red. Calcula que con «1980» ha aumentado 250.000 oyentes al mes, y ha superado las 700.000 reproducciones. “No es que vendas más entradas, pero sí hay más gente esuchando tu música. Es tu EGM”, compara. Pero intenta que las cifras y la imagen externa no le afecte más de la cuenta. Porque durante la grabación de este disco ha tenido momentos de crisis: «No tanto creativa, algunos momentos de tristeza, incertidumbre, de no saber bien qué eres. Al final aquí lo que se ve es una parte de lo que tú eres, pero hay muchos momentos que te entran dudas sobre qué eres tú, qué quieres transmitir”. 

El niño que fue, el que nos sonríe desde la portada de “1980”, quizá tiró de uno de los hilos donde se enredaba una parte inexplorada de sí mismo. “Quizá todo lo que he visto, con las fotos, el arte de este disco, me ha removido en este proceso. Me ha molado mucho conectar con este”, dice, señalando la portada, “porque a este lo del espejo le daba igual. Es volver a lo primario. Los niños hacen lo que sienten, viven como lo sienten. Cuando somos más mayores vivimos pensando en cómo vamos a hacer las cosas. Un niño hace las cosas y se va a dormir. Tal vez mi proceso es un poco hacia ahí. Y en este disco he hecho lo que me ha dado la gana, a nivel sonido, y no he pensado mucho en la industria. Este disco me ha revuelto muchas cosas, y está bien”. Se ha cuestionado las cosas y ha aprendido de ello: “A mí me encantan las crisis, aunque lo pasas mal porque te afectan, tengo siempre la capacidad de ver lo que hay detrás, lo que me hace sentirme así. El proceso tiene que ir más allá. He descubierto muchas cosas de mí mismo que no sabía y gracias a ese proceso lo he conseguido. Todos damos la impresión de que vamos felices por la vida, pero creo que no es así, la realidad del ser humano es una mezcla de sentirse bien a ratos, de sentirse mal a ratos, de juicios de uno mismo, juicios de fuera…”.

 

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“A mí me encantan las crisis, aunque lo pasas mal porque te afectan, tengo siempre la capacidad de ver lo que hay detrás”

 

No ha desenredado la madeja él solo. “He tomado la decisión de analizarlo, buscar a alguien que me ayude a comprenderlo bien, no quedarme solo con los brazos cruzados. Me lo he tomado como la Universidad, he ido a mi clase de hacer terapia y he descubierto un montón de cosas. Y agradezco el proceso. Fui desinflándolo poco a poco: lo que hay de incertidumbre, de malestar, de rabia, de pasarlo mal…”. Había hecho psicoanálisis hace unos años, aunque reconoce que sigue tropezándose con ciertos tabúes sociales: “Me parece que España está retrasada a nivel empatía con los procesos de conocerse uno mismo. ‘¿Estás yendo al psicólogo? Joe. Lo estás pasando mal’. Sí. He comprendido que el procedimiento y la sensación van a estar ahí, otra cosa es hasta dónde llegue. Sé que hay cosas que me hacen daño, cosas por las que voy a tener que pasar y me duelen, pero yo me considero suficientemente feliz como para continuar con lo que hago y no centrarme solo en eso, que no me quite el sueño, poder desconectar, no seguir trabajando por la noche en la cama cuando se supone que debería estar dormido. Mi talón de Aquiles era el sueño: llevaba muchos años trabajando mientras dormía, me levantaba y apuntaba ideas, no descansaba. Era crónico”.

El enredo entre la música y la vida también le pasaba factura: “Este trabajo está muy mezclado con tus emociones. Hay gente que vive por el rock and roll, y si no, no vale. Yo lo veo distinto. La vida tiene muchos cajones: uno está el rock and roll, otro está la familia, otro los amigos… mi vida no solo va a ser feliz si triunfo en la música. Me encantaría, me fliparía llenar estadios, pero no condiciono quién soy por lo de fuera”. Lo siente así después de vivir dos décadas de exposición: “Desde los diecinueve prácticamente he vivido gracias a un espejo que me decía quién era, cómo era, el éxito que tenía, lo que valía… y de repente un día, dices: ‘¿Y si lo que veo en ese espejo, que es lo que valoran los otros, el público, la industria, no me gusta?’ Quizá tengo que conocerme a mí mismo y no conocerme a través de ese espejo”. Valorarse como persona, y no como parte de la industria: “Lo que te dan para un disco es lo que vales, a veces. Lo que vale tu talento. A lo mejor te dan 5.000 euros para grabar un disco y tú piensas que tu talento vale 20.000. Todo eso son espejos. Hay gente que es capaz de vivir sin necesidad del espejo, pero yo vivía muy condicionado por lo que iba encontrándome, no me conocía demasiado. ¿Y si haces lo que quieres, como quieres, y ya está?”. Emociones que quizá se conviertan próximamente en canción. “Bueno, tiene discazo, quizá sea el siguiente”.

Ya no es el guitarrista de El Canto del Loco, ni el hombre escondido detrás de El Pescao. Tampoco es únicamente el David Otero que se sube al escenario. Es alguien más. Y se está buscando. “Creo que es un momento de conocerme mucho mejor. Lo que no he hecho todavía es reflejar eso en canciones, pero ahora que lo estoy logrando no sé lo que pasará, igual es un momento de mirar atrás, ver todas las canciones que he hecho en mi vida y conocerme a través de ellas. Es un momento de conocerme a mí mismo. Treinta y ocho años, dieciocho en la música y todavía no me conozco, todavía no sé muy bien quién soy. Y está guay, tengo mucho que descubrir”.

 

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