Dani Martín: «La credibilidad se encuentra siendo quien eres»

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«Es mejor disfrutar de lo que uno es, que estar fustigándote todo el rato por lo que no eres»

 

Acaba de ver la luz Lo que me dé la gana, el cuarto disco de estudio solista de Dani Martín. Un laboratorio de emociones que ve la luz con retraso por los tiempos pandémicos. De las canciones y su aprendizaje habla con Arancha Moreno.

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: ALBERTO VAN STOKKUM.

 

No va a copas ni a espadas. Dani Martín apuesta por los cuatro palos de la baraja y juega con todo lo que tiene a su disposición. En el fútbol milita en un solo equipo, pero en la música no quiere vestir una única camiseta ni pertenecer a la tribu del rock. Por eso la reivindicación estilística de su último disco, abanderado por la propia libertad del título: Lo que me dé la gana (Sony, 2020). Y a quien no le guste, que no mire. Él lo hace de frente, manteniendo la distancia de seguridad de dos metros tras la mesa que compartimos en el hotel Four Seasons de Madrid 48 horas antes de lanzar sus canciones al mundo. Ellas, al final, se han beneficiado de la agónica espera pandémica: han tardado en publicarse seis meses más de lo previsto, pero ha cerrado con la mejor mano de la partida. Y una buena lección de vida.

 

En el diario que has adjuntado a tu nuevo disco, Lo que me dé la gana, te presentas así: «No soy un gran guitarrista. No soy guitarrista ni un virtuoso de la voz. Tampoco sé escribir de manera intelectual, porque no lo soy. Yo soy esto. Y por primera vez lo disfruto». Con esta honestidad, no sé si serías un buen jugador de póker.
No, no sería un buen jugador de póker, pero sí que me apetecía enseñar mis cartas y confiar en las cartas que tengo, que son las que son, y darles la oportunidad de que sean ellas las que empaticen o no con la gente. Es un agotamiento de la necesidad de gustar, y que a mi compañero de trabajo le guste mi disco, que a todo el mundo le guste. Y no. He cogido toda la variedad de estilos que he escuchado desde pequeñito y me he atrevido a jugar con ellos. He cantado rumbas toda mi vida, y hip hop. He hecho rock, he hecho pop, he hecho baladas y me apetecía jugar a eso. Habrá gente a la que le guste y gente que no, pero desde hace un año estoy haciendo un ejercicio: hay cosas que no dependen de mí y no tengo que poner el foco en eso, sino en lo otro, en lo que me hace disfrutar; que hay un montón de gente a la que le gusta cómo eres y lo que haces, que no seas un intelectual escribiendo, que toques como tocas y seas lo que eres. Para mí este disco representa eso.

 

¿Esa idea del juego la tenías desde el principio, o surgió mientras ibas componiendo?
A veces buscamos querer gustar. Al terminar El Canto del Loco, de repente te encuentras en un desierto donde te han dado palos por todos lados: los grupos de gente de cuarenta años, algunos críticos… entonces buscas esa credibilidad en lo que tú crees que es la credibilidad. Y en realidad la credibilidad se encuentra siendo quien eres. Para mí, ser tú y llegar a la gente con lo que tú eres es la mejor estrategia de marketing posible, es fantástico. Con El Canto nos pasaba: hacíamos un disco que tenía punk, un hip hop en una canción medio latina que tenía un montón de cosas, y nos la sudaba lo que pensara la gente. Al final no, al final queríamos gustar a los músicos, a los compañeros, a los críticos. Yo he tenido esa necesidad de que una serie de compañeros me dijeran: «Muy bien, por ahí vas bien». Y de repente un día, dices: «¡Pero qué cojones! Si a mí me gusta Robbie Williams y me gustan La Polla Records, Las Ginebras, Los Ronaldos… y lo que me gusta de ellos es su imperfección». Me gusta Public Enemy, me gusta un disco que se llama Rap in Madrid… quiero hacer eso. Y haces eso y te sientes feliz.

 

La frase «darte el permiso» es muy tuya, te la he oído varias veces. ¿Cuántos discos has tardado en concederte ese permiso?
Creo que me he dado muchos permisos, que son los que me han traído hasta aquí. Me di el permiso en La montaña rusa de hacer un disco muy de mi ombligo, sin pensar en los singles y en la radio, y le llegó a la gente. Y me di el permiso en Pequeño a hacer un disco absolutamente apartado de El Canto, con una producción totalmente diferente y con letras que no tenían nada que ver con ese escudo que me había puesto para no mostrar tanto mi sensibilidad. Te vas dando permisos a medida que vas creciendo y viviendo. Y ojalá en el siguiente disco haya un permiso mayor al que hay en este, y pueda ir conociéndome más, que al final es lo que pretendo. Conocerte más te permite ser más feliz y estar más a gusto contigo mismo.

 

¿Es una búsqueda interior, lo que haces?
Es permitirme ser quien soy, y estar a gusto con ello, que no pase nada porque a aquellos tres no les guste mi disco y les mole más el de Sidonie. No pasa nada. Sobre todo porque no depende de ti.

 

En Lo que me dé la gana hay un concepto, una obra con principio, nudo y desenlace. El disco se abre y se cierra descorriendo el telón con “Empieza la función” y corriéndolo otra vez con “Acaba la función”. Y en medio, un único actor y múltiples personajes, si no lo he entendido mal.
Personas, más que personajes. Y el “Empieza la función” y “Acaba la función” puede formar parte de esos escudos que necesitamos para vivir. A veces no nos permitimos del todo ser nosotros y necesitamos un poco de teatrito. “Empieza la función” es una conversación con mis prejuicios, con todo eso que siento que la gente piensa: «¿Por qué no vuelves a lo que hacías con El Canto? ¿Por qué no eres más rockero?». Y la voz de la conciencia es Coque Malla, que me habla. Él en realidad no me diría eso, pero yo pienso que él me dice eso. Y en “Se acaba la función” me doy el permiso de ser quien soy a modo de hip hop, de rap. Me he atrevido a hacer lo que quería hacer y me lo canto a mí mismo.

 

Así cierras el círculo en el disco. Sorprende el comienzo, con la amargura de un tango que luego deriva en burlesque, prácticamente.
En «Me agarré a un piano que me tendió su mano» me refiero a Pequeño, me agarré a ese caparazón negro, a la tristeza. Cuando terminó El Canto me agarré a ese piano como tabla de salvación. Y de repente vuelve la fiesta, el cabaret, el colorido, lo que tiene este disco. Vuelve la alegría y vuelvo a ser Daniel, y vuelvo a no juzgarme mientras canto en el escenario, y si corro de un lado a otro o parezco sobreactuado es porque soy así.

 

Hay trombones, banjos… supongo que hay quien no te hubiera imaginado nunca con esos trajes.
Bueno, pues sí, visto con esos trajes [sonríe].

 

En esa canción, como dices, hay alusiones a tus discos anteriores. ¿Has mirado mucho hacia esos discos, para componer este trabajo?
No, he mirado más a Los Delinqüentes, Alejandro Sanz, Violadores del Verso, Public Enemy, Los Chichos, Mano Negra, Calle 13, Juanes… Ha sido como todos los discos que escuchaba de pequeño. Yo no sabía que a los rockeros no les gustaban los Hombres G, ni que a los raperos no les gustaban los Guns N’ Roses. No me preocupaba todo eso que tanto nos preocupa: mantener una dirección, una pose, pertenecer a un movimiento. Yo no tengo ningún movimiento, yo no formo parte de ninguno. Yo hago canciones, y le gustan a las señoras de la limpieza, a las señoras del PP, a los conductores de la MT, a mi madre, a la gente que va a la playa… Creo que es un disco para toda esa gente, y yo soy un artista para toda esa gente.

 

Sin fronteras.
Alguna frontera tendré. En algún momento he pretendido que viniera gente con sombreros a verme, y con Harleys, o intelectuales, como a Drexler. Y es imposible, porque no soy intelectual. Es mejor disfrutar de lo que uno es que estar fustigándote todo el rato por lo que no eres.

 

Woody Allen también dice que no es un intelectual.
Ah, pero ese sí que es un intelectual. ¡Es humilde diciendo eso!

 

Tu punto de partida, según cuentas en el diario, fue una canción que escribiste para Niña Pastori y que acabó reconvertida en “Portales”.
Luego nos la volvieron a pedir, pero ya se había convertido en “Portales” y les dije que no.

 

¿Fue un encargo, o fue idea tuya mandársela?
Fue un encargo de la editorial, y me apetecía. Hicimos “Pegado a mi alma”, una canción que hablaba de ella, pero ella la veía muy mía, y la verdad es que tenía toda la razón, y le agradezco esa decisión. La otra tenía mucha cosa flamenca.

 

Es curioso, porque querías que este disco sonase muy a ti, y sin embargo parte de un encargo para alguien. Y al volver a tus manos suena muy a Dani Martín.
Y se convierte en una canción que suena muy a mí, medio tiempo, estribillo y guitarras. A lo mejor María tenía muchísima razón y esa canción no era para ella.

 

En la letra de “La mentira” desmientes leyendas y el supuesto glamur de la fachada. ¿Es tu “Lo niego todo” particular? El propio Sabina colabora en el verso final.
Me faltan muchos años para escribir una canción así. “La mentira” es un chiste, no pretende nada más que reírte, disfrutar e ironizar sobre lo que vemos en las redes sociales, que es mentira. Bueno, esa mentira es verdad también, pero creo que le damos demasiado tiempo al culo, al biceps, al coche, a la playa, al arroz que me estoy comiendo, y no le damos tanto protagonismo a otras cosas que son maravillosas, como por ejemplo el silencio [sonríe]. Una tarde de silencio en la playa me parece más de verdad. Para ellos será de verdad buscar una foto para que un montón de gente que no conoces te diga que eres guapa y maravillosa. No sé. Lo que para mí es mentira, para ellos será verdad, así que en realidad no es mentira tampoco.

 

 

Lo divertido es que la crítica viene de tu parte, que juegas mucho con las redes.
Te pongo un ejemplo: me hago una foto con Billie Joe, de Green Day, y cuando salgo de su camerino no tengo la necesidad de ponerla en las redes sociales. No digo que el que lo haga esté mal; yo tengo la necesidad de empezar a vivir todas las emociones que he vivido ahí dentro y somatizarlas, sentirlas, ponerme nervioso, contárselo a la persona que estoy al lado… pero no tengo la necesidad de colgarlo y decir: “Me acaba de pasar esto”. Creo que estoy perdiéndome lo que acabo de sentir. De eso habla “La mentira”.

 

Lo que me dé la gana”: has elegido una frase muy adolescente para reivindicar tu libertad.
Soy muy adolescente [sonríe].

 

¿Es esa la época en la que fuiste más libre, justo antes de pasar por la lupa mediática?
Lo que me dé la gana es el dedo de la portada. Es el espíritu con el que terminó la gira de 2018. Como si se hubiese unido el fin de El Canto con esa gira, sin todo lo que pasó por medio, que fueron un montón de cosas que tuvieron que existir para justificar que me pudiera gustar El Canto otra vez. Sí, esto tiene que ver con lo otro y me siento orgulloso de esto, y del sonido de El Canto, y de las guitarras que hacía David, y de la insolencia esa. Me apetecía volver a sacarla y hacerla canción. Es una canción rebelde, adolescente y pueril, pero tiene mucho que ver conmigo.

 

Y además, irreverente: «Quiero robar las flores que están muriendo en el ataud» es una frase muy heavy.
Muy irreverente. A mucha gente esa frase le sentó un poco mal, pero no me refería al acto en sí, sino a lo que supone dejar morir algo en un sitio pudiendo aprovechar su belleza. Me refería más a eso.

 

Es un disco muy libre en el orden también: precisamente, después de esa reivindicación aparece una canción tan sobrecogedora como “Como me gustaría contarte”, dedicada a tu hermana, que murió en 2009. ¿La sensación ahora es la misma que cuando le dedicaste “Mi lamento”?
No, qué va. Ahora es una sonrisa. Cuando escribí esta canción el disco estaba casi terminado. Fue una tarde en mi casa, solo, con la guitarra, un boli y un papel. Fue: «Qué de cosas me están pasando tan guais y qué putada que no te pueda llamar y contarte todo esto, y qué pena que no hayas conocido a Zahara, que no estés escuchando lo que estoy haciendo. Qué pena que no sepas que he cantado con Tony Bennett y que Coque Malla va a cantar en mi disco y que Alejandro también, que todos tus artistas favoritos están en mi disco y te sentirías superorgullosa, que el otro día estuve con Ariel Rot…». Nace de la sonrisa, aunque genere tristeza para el que la oye. La otra era una canción de «estoy enfadado con la vida porque me ha quitado a mi hermana». Esta no.

 

Más en paz.
Sí, totalmente en paz. Fíjate, somos capaces de sobreponernos a todo. Somos así.

 

«Ojalá que en el siguiente disco haya un permiso mayor al que hay en este, y pueda ir conociéndome más, que al final es lo que pretendo»

 

En “Los huesos”, la canción que has hecho con Juanes, saltas estilísticamente al otro lado del charco. No solo hay que proclamar que uno es libre, también hay que parecerlo.
“Los huesos” nace de una cena en casa de Afo Verde, que es el presidente de Sony en la región latina, en la que están Residente, Rafael Arcaute, productor de Calle 13 y Nathy Peluso…; donde están Ricardo Montaner, Camilo, Tainy… y me doy cuenta de que allí la gente admira a un cantante romántico, y este a los chicos jóvenes, y Juanes se junta con todo el mundo a hacer canciones. Y de repente soy feliz ahí. Me invitan al día siguiente a casa de Juanes a hacer un ejercicio de composición. Empezamos a soltar melodías y hago un ejercicio que no había hecho en mi vida, nueve personas en una habitación. Se acaba convirtiendo en una canción mía y de Juanes, donde sale un Juanes de discos atrás, que hacía mucho que no oíamos, que a mi hermana y a mí nos encantaban. Al día siguiente volvimos a casa de Juanes y la terminamos. Es de las primeras canciones que me traje de allí. La maqueta no tiene nada que ver con lo que hice aquí. Aquí quité cosas para hacerme un trajecito a medida, que no fuera un disfraz, pero aquel día era estar con chavales de veinte años, cada uno con un cuaderno, buscando la mejor palabra para la siguiente estrofa. Fue muy increíble.

 

Como un campamento compositivo.
Sí, pero no organizado por una editorial. En una cena, borrachos. Fue una experiencia maravillosa.

 

¿Eres pudoroso en la creación? Hay autores a los que les cuesta crear con otros.
Hasta ese día puede que lo fuera, pero desde ese momento creo en lo que puede enriquecerte sentarte con gente que no conoces, con un talento increíble. Me parece muy bien que un cocinero cocine solo con los cuatro ingredientes que tiene en su huerta, pero hay más, muchos más. Puedes probar a meterlos, y si no te gustan, sacarlos. Pero que no te atrevas a meterlos también quiere decir que tienes miedo a muchas cosas. Que tengas tan medido el gesto que vas a hacer en el concierto tiene que ver conque tienes miedo a salirte de tu personaje. No digo que esté mal, pero te estás perdiendo otras cosas. Yo veo a Coque Malla, y desde que le conozco no se ha querido perder nada, y eso es porque se ha dejado tocar por todo eso, no cree que lo que él sabe hacer sea lo mejor. Permitirte es un ejercicio muy sano. A mí me ha abierto, decir: “La frase que ha dicho este hijo de puta es mejor que la mía”. Así han compuesto los últimos discos Benjamín y Sabina. Benjamín le trae al día siguiente una frase mejor que la de Joaquín, y Joaquín le trae otra. Esa es la riqueza del arte, para mí.

 

Es bueno tener enfrente a un Nadal, para sacar lo mejor de ti.
Creo que un tenista no juega entrenando como juega con Nadal. Su mejor momento jugando va a ser contra ese cabrón. Cuando estoy con un productor en el que confío, y me dan una toma, y otra, y otra, y tengo que hacer cincuenta y cinco tomas, es porque querrá sacar lo mejor de mí: recorta esa palabra, no te imites, deja de caricaturizarte…

 

No te imites, qué gracia.
Sí, porque eso es una defensa. Sabes que te funciona y quieres seducir a los que tienes en el estudio con lo que ya sabes hacer. Lo interesante, para mí, es ir más allá. A lo mejor sabes hacer más cosas.

 

¿En este disco hay algún Nadal?
En este disco hay un Nadal que se llama Camilo, un ser fuera de serie. No he conocido a alguien con esa musicalidad, me parece un tipo increíble. A veces hacer canciones tan populares es lo más difícil del mundo, y hacer esas melodías tan pegatinas es muy jodido. He escuchado canciones suyas que podrían ser un disco de Drexler o Caetano Veloso. Es un gran alíado.

 

Con él haces “Avioncito de papel”. ¡Esa canción me ha recordado a Sting!
Sí, ¡me lo ha dicho alguien! Me encanta Sting. Fue un momento mirando el faro de Trafalgar, los dos solos, dos guitarras… ¿Por qué no hablamos de algo que guía a una relación, y de repente se apaga y deja de guiarla? Y el escenario nos lo dio todo.

 

Decías que la canción que hiciste para Niña Pastori tenía un rollo aflamencado, y “La jaula”, la que has grabado con Alejandro Sanz, también, aunque mezclada con programaciones.
Cuando compuse “La jaula” pensé en Alejandro, y en los estribillos pensaba en Los Delinqüentes, Manzanita, Los Chichos… cosas que he oído toda mi vida y he intentado imitar en privado. Luego me he atrevido menos, porque claro, ¿cómo iba a cantar yo una rumba? Pero ahora me ha apetecido cantarla, y hemos hecho una rumba moderna. Es una canción que me encanta, habla de la libertad.

 

Cada canción es una obra independiente, porque en los créditos se ve la disparidad de músicos, estudios… Ayuda mucho mirar los créditos de este disco, además del diario que has escrito (diseñado por Boa Mistura y con dibujos de Bego Martín) para entender el contexto de cada canción.
Ahí Javi ha sido una alimaña [se refiere a su jefe de prensa, Javier González]. Creo que no hay ni un error.

 

¿¡Una alimaña!?
Sí [ríe]. Una persona que consigue que en todo ese libro no haya un error es una alimaña. Es un tío que tiene prismáticos y lo lee todo punto por punto. O mosca cojonera [sonríe]. Hay un montón de estudios, de músicos… Hay dos baterías… Es una programación.

 

¿La colaboración de “La jaula” ha entrado gracias a que se ha postergado la publicación del disco? Esperar a veces recompensa.
Sí, sí [sonríe]. “La jaula” estaba desde hace tres años, la hice en Zahara y Arcaute la produjo, lo que tardó fue la voz de Alejandro. Tuve que esperar a que terminara la gira y volviera a Madrid. La grabamos en mi casa, en febrero de este año.

 

Julia” es una canción gigante, melódica, clásica, emocionante. Si no existiesen prejuicios, creo que cualquiera —fan o no de Dani Martín— podría disfrutarla.
Puede ser. La compuse con Guy Chambers, el productor de Robbie Williams. Es una canción para toda la vida, tiene mucho que ver conmigo, como “Portales”, pero a mí me aburriría un disco entero con once canciones así. Sin embargo, que “Portales” y “Julia” estén en este disco las ensalza más que si hubieran estado en La montaña rusa.

 

 

A lo mejor resaltan más por esa heterogeneidad, ¿no?
De los míos, este es el disco que más se podría parecer a uno de El Canto del Loco.

 

Explícame eso que dices de que es un disco muy democrático, disciplinado y espontáneo.
Ha sido muy democrático porque ha habido mucha gente soltando ideas, y para que estétoda esa gente hay que ser muy alemán y estar a las once currando todos a la vez y espontáneo porque creo que existe el permiso a que eso que sale no lo juzgues. Si escuchas ese género y lo cantas en privado en tu casa, ¿por qué no?

 

¿Hubo horarios, entonces?
Lo he intentado, pero en América es más difícil. En casa de Juanes quedamos a las tres de la tarde y hasta las seis no llegó todo el mundo. Paciencia, paciencia, no todo el mundo es como tú. Para mí, si el disco no se hubiera llamado Lo que me dé la gana, se habría llamado Paciencia.

 

Y el símbolo no sería esa mano, sería otro, entonces.
No, sería ese también. Me ha tocado mucho la moral tener que tener paciencia, pero te coloca en un sitio muy guay. He tenido mucha paciencia.

 

Siendo un disco con todas tus pieles, tenía que haber también una canción de amor hacia el Atleti: “Capitán”.
En realidad, es una canción a mi padre, utilizando al Atleti como simil. Pero también es al Atleti.

 

En “Se acaba la función” dices que no eres pop, ni un producto, ni un soldado. ¿Qué eres?
Todo lo que hay en el disco y un montón de mentiras, y verdades, y sufrimiento. Soy lo que soy. No me apetece ocultar al que soy. Soy esto. No me gusta Lou Reed ni Bob Dylan; me gustan Los Ronaldos, Los Rodríguez y Sabina.

 

Hay alusiones a todo eso que te gusta en las canciones: Los Beatles y Lennon en “Portales”, Los Rodríguez en “Como me gustaría contarte”, Green Day en “Julia”… Y Camarón, Lafourcade, Julio, Serrat, Residente, Rulo, Nicky Jam y Stones en “Se acaba la función”. También T. Rex y Beck en “Baby driver”. No te has dejado a nadie, o casi.
Me he dejado a un montón de gente, pero también está ahí, en juicios que me hago.

 

El que también está es Manuel Jabois, pero en la nota de prensa del disco, en la que habla de vuestro encuentro en comisaría.
[Risas] Sí, leí Malaherba un verano, luego leí Manu, luego el testimonio del 11M, he leído un montón de columnas suyas en El País… Y en este disco, dije: «¿Por qué no me voy a atrever a pedirle a un tipo que admiro a que me escriba esto?». Por medio de [Raúl] Cimas me atreví a escribirle un mensaje por Instagram. Un día nos lo encontramos en una feria del libro y otro día en un karaoke, y nos saludamos, y a los dos días me dijo Javi [su jefe de prensa] que me había nombrado en una columna. Esa noche yo estaba borracho perdido [risas]. Quedamos a comer en Torrelodones y le pregunté si quería escribir eso y me enamoré de él, de su sensibilidad, y desde entonces comemos todos los domingos, nos llevamos muy bien y me encanta. Es como escuchar a un niño grande contar cosas magníficas. Me lo imagino siempre con una manta y una linterna, imaginando un montón de cosas. Me encanta ser amigo de Manu, es un tipo muy de verdad. Me sorprende que no tiene prejuicios, que no habla mal de nadie, que es lo que es.

 

En la nota de prensa dice que, cuando os encontrásteis en una fiesta, él te confesó que le gustaban muchas canciones tuyas, y que tu respuesta fue «¿en serio?». Creo que dice mucho de ti también.
Siempre me ha sorprendido que a alguien que admiro le guste lo que hago. Me ha pasado con Iván [Ferreiro], Coque [Malla], Leiva, Tarque… o que Joaquín haya querido cantar una canción mía (“Por las venas”), aunque luego me reconoció que le había hecho una letra a mi canción y que era mucho mejor [risas], con cariño y en privado. Un día me reconoció que había hecho una letra, «¡y es mejor que la tuya! Y también le hice una a otras personas, y no la admitieron tampoco» [dice Dani, poniendo la voz de Sabina]. Y yo le dije: «Pero a mí no me la propusiste, si no, seguramente te la habría admitido». Que alguien que admiras tanto te diga eso… no acabo de creérmelo. Estoy en el trabajo de creérmelo.

 

¿Qué ha supuesto posponer la gira que tenías planeada para 2020 a 2021? A nivel comercial, y a nivel emocional.
Paciencia, una cosa que no he trabajado nunca en mi vida y es lo que más me está costando. Pienso en toda la peña que curra con nosotros, en que me gustaría sentirme realizado haciendo esa gira y llevo un montón de tiempo sin sentirme realizado, porque llevo desde 2018 sin subirme a un escenario, y pinta que vamos a tardar un ratito. He aprendido a saber que toda mi autoestima no puede residir en subirme a un escenario, que hay un montón de cosas que te hacen ser quien eres, y ser feliz, y que hay que dedicarse más tiempo a uno mismo. Estoy aprendiendo, jodido por no subirme, pero es un ejercicio obligado.

 

El disco ha sido un laboratorio sobre la emoción. ¿A qué conclusión has llegado?
Que darse el permiso es maravilloso, prejuzgar es una mierda y que la paciencia es un ejercicio maravilloso, aunque sea obligado.

 

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