«Ya no es aquel chaval que dio el pelotazo con el debut homónimo de El Canto del Loco. Ahora ‘roza la obsesión, el control, todo súper metódico’”
Dani Martín arrancó su gira «Grandes éxitos y pequeños desastres» en el Palacio de Deportes de Madrid. La primera de una larga lista de actuaciones con las que celebra sus 18 años en la música. Al concierto acudió Arancha Moreno.
Dani Martín
Wizink
28 de abril de 2018
Texto: ARANCHA MORENO. Fotos: J. PEREA.
Apenas han pasado cinco meses de aquellos cinco Prices consecutivos que se marcó Dani Martín en Madrid. En este tiempo ha estado casi desaparecido de las redes sociales, inventándose un secuestro surrealista a cargo de un gallo que lo mantenía amordazado y le obligaba a mirar hacia atrás. Una maniobra divertida y cargada de simbolismo, que finaliza con su regreso a los escenarios para celebrar la gira “Grandes éxitos y pequeños desastres”. Celebra sus 18 años de carrera y lo hace con un repertorio en el que se reconcilia con su pasado.
Desde que el Wizink funciona a pleno rendimiento musical, y especialmente en los dos últimos años, raro es el grupo o artista español que no quiere tocar allí. Algunos se aferran a una efeméride y otros rediseñan el recinto para adecuarlo al número de espectadores que suelen arrastrar. A Martín, que va a llenarlo tres veces este año, no le hace falta recurrir a fechas clave. Se ha propuesto celebrar sus 18, su paso musical “a la edad adulta”, porque cuadra con esa manera suya de fijar el foco en la juventud que se escurre. Ya no es aquel chaval que dio el pelotazo con el debut homónimo de El Canto del Loco. Dice que ahora es “una persona que roza la obsesión, el control, todo supermetódico”. Lleva ensayando intensamente tres semanas, mañana y tarde, para que en su directo no falle nada. Admite que echa de menos “que me la sude todo más”, pero ese aire germano acaba jugando a favor de sus directos: “Me encanta, porque ves el resultado y no tiene nada que ver con lo que hacíamos entonces, lo dejábamos todo más a la edad que teníamos”.
«Empezar en la capital suele añadir un plus de estrés a las giras nacionales, pero saltó a las tablas con la actitud de siempre. Guerrero, motivado, animoso»
Anoche, literalmente, abrió fuego en Madrid. La plaza más difícil. La de los múltiples invitados, amigos, familia… y prensa. Empezar en la capital suele añadir un plus de estrés a las giras nacionales, pero saltó a las tablas con la actitud de siempre. Guerrero, motivado, animoso. Le flanqueaban sus cinco escuderos habituales: Paco Salazar y Roberto Lavella (guitarras), Candy Caramelo (bajo), Coki Giménez (batería) e Iñaki García (teclados). El ambiente estaba más que caldeado gracias al contador que apareció en las pantallas gigantes anunciando la cuenta atrás para el inicio del show, y la irrupción del famoso gallo con un radiocasete que dejaba sonar algunos segundos de viejos éxitos. Alguien, a oscuras (¿fue Candy?), cantó una breve versión de ‘Volver a disfrutar’ llevada a un terreno más country o folk, y segundos después sonó íntegramente en su versión más rockera. Para enfatizar el arranque, unas columnas de fuego se elevaron hacia lo más alto del escenario. Un inicio visual, emocional y enérgico, tres claves que le acompañarían a lo largo de la noche.
Quien no haya visto nunca un concierto de Dani Martín en solitario no ha sido testigo de la calidad que ofrece en el escenario. Se rodea de primeros espadas (músicos que han trabajado con Calamaro, Amaral o Raphael, entre otros) y saben imprimirle contundencia al directo, pero también precisión y delicadeza. El encaje perfecto entre la banda y un cantante que llega a todo y que sabe ejercer de anfitrión y líder de la fiesta. No deja que nadie se sienta fuera. Está en permanente contacto con el público, animándole a que cante con él, que levante las manos o pidiéndole, incluso, que guarde silencio cuando quiere que escuchen el siguiente acorde, un pasaje a piano y voz, un momento concreto. Conoce cada recoveco del show porque lo han preparado a conciencia, con una puesta en escena de luces, fuego, pantallas y decoración al nivel de las grandes giras internacionales. Cuarenta y siete personas cuidan de cada detalle para dar lo mejor, aunque el público agote las entradas casi con un año de antelación. Parece que el éxito, llegado este punto de su carrera, tiene más que ver con dar lo mejor de sí mismo y transmitir emoción que con las cifras aseguradas de ventas.
«El hilo que une el repertorio es un viaje coherente por su discografía, y todo funciona porque él cree en lo que está cantando»
Pero hay algo que destaca más allá de los ensayos, de esa preparación milimétrica del directo. Ha confeccionado un repertorio a golpe de hit. Más de una veintena de temas de su etapa con El Canto del Loco y su trayectoria solista. De su presente suena ‘Las ganas’ (rotunda), ‘La suerte de mi vida’ (de inicio sutil), el medio tiempo nostálgico de ‘Los charcos’. Para cantar ‘Que se mueran de envidia’ pide a los espectadores que enciendan sus luces, y el Palacio simula una noche oscura plagada de luciérnagas que, por una vez, le dan sentido a los móviles. Algunas, enfocadas en un principio a piano y voz, suenan especialmente emotivas, como ‘Qué bonita la vida’ o ‘Mi lamento’, dedicada a su hermana.
«Ya ha encontrado su camino en solitario y, como admitió hace unos días delante de la prensa, no tiene problemas en aferrarse a ciertas composiciones de su pasado»
La gente celebra efusivamente los viejos éxitos de su antigua banda. Alguno se queda fuera (como ‘La madre de José’, su particular y desenfadada historia a lo ‘Mrs Robinson’), pero lo que suena funciona. Recupera el ‘Puede ser’ que compartía con Amaia Montero, impulsado a piano y voz. La reflexiva ‘Peter Pan’, el duelo de guitarras y el rock and roll de ‘Ya nada volverá a ser como antes’. El trallazo ‘Una foto en blanco y negro’ conjuga a la perfección con su etapa en solitario, y es ahí donde se explica lo que está pasando en el escenario. El hilo que une el repertorio es un viaje coherente por su discografía, y todo funciona porque él cree en lo que está cantando. Está defendiendo las canciones de su vida, las que le han traído hasta aquí. Ya ha encontrado su camino en solitario y, como admitió hace unos días delante de la prensa, no tiene problemas en aferrarse a ciertas composiciones de su pasado: “Casi todo el mundo se vuelve a hacer amigo de su exnovia, pero pasan un montón de años hasta que te puedes encontrar en un bar y darte un abrazo. Eso es lo que me ha pasado con un montón de canciones que escribí con El Canto del Loco, que me daba cosa, recuerdo y reparo también. Joder, qué canciones tan divertidas aquellas, ¿por qué no las voy a cantar, si son mías?”. La retrospectiva le ha llevado, incluso, a componer una canción con retales de todas las demás, con guiños a versos anteriores y títulos de canciones que han marcado su carrera. Se llama ‘Dieciocho’ y en directo tiene vocación épica, con visos de convertirse en el himno de esta gira.
«En el último bis, aparece sentado en un banco, él solo con la guitarra, tocando ‘Tal como eres’, escarbando en un momento de su pasado cuando cantar era un sueño»
El repertorio no concede un respiro, pero el público parece encantado. Han pagado por una butaca que no usa nadie. Hay jóvenes, niños, adultos. Es difícil averiguar en qué momento de su vida se subió cada uno al carro de lo que están cantando, porque se las saben todas. Las primeras filas se han desbocado al ver cómo elegía a una chica para subir al escenario a cantar con él ‘Contigo’. “Las mujeres siempre se atreven a todo”, dice Martín con su aire canallesco. Corretea por el escenario y se sube a los altavoces de un salto cada dos por tres. A ratos también se permite jugar, como cuando canta ‘Insoportable’, y su banda entra en bucle mientras él se dedica a tirar cubos de agua al respetable. El último lo derrama sobre sí mismo.
A lo largo del show, el fondo del escenario va mutando. Una calavera pirata, un mural gigantesco repleto de palabras de su trayectoria (en lo más alto, a la derecha, se lee “mi primo”), el incorregible gallo con gafas de sol. Él aprovecha para dedicarle el concierto a su amigo Coque Malla, que ha acudido a verle, y que tanto significó para él cuando empezó a enamorarse de la música. Un amor a la música que enfatiza justo en el tramo final del show de tres maneras distintas. En el último bis, aparece sentado en un banco, él solo con la guitarra, tocando ‘Tal como eres’, escarbando en un momento de su pasado cuando cantar era un sueño. Y, con ‘Emocional’ abriendo y cerrando la sorpresa, nos regala una revisión inesperada y magnífica de retales de sus canciones favoritas: ‘Lucía’ de Serrat (para su madre), ‘Contigo’ de Sabina, ‘Aunque tú no lo sepas’ de Enrique Urquijo, ‘American idiot’ de Green Day, ‘Smells like ten spirit’ de Nirvana, ‘Black hole sun’ de Soundgarden o el ‘Si te vas’ de Extremoduro. Sus entrañas son rockeras, a pesar de que algunos se empeñen en colocarle la etiqueta de pop comercial.
Parece un adiós por todo lo alto, pero el gallo regresa para pedirle una canción más. Para el cierre de fiesta se ha guardado ‘Zapatillas’, una cascada de luces y unos puñados de confeti que llueven sobre el público. Así pone el punto final a dos horas y media que resumen, de alguna forma, dieciocho años de una carrera de vértigo, de baches emocionales, de rupturas y cambios. Dieciocho años en los que ha sabido conectar con el público sin filtros, usando un lenguaje directo, cantándoles como se habla en la calle. Encauzando la energía del rock and roll cuando lo siente, desnudándose en la balada o deteniéndose en el medio tiempo cuando el sentimiento manda. En un mundo artificial, el mayor éxito de Dani Martín no es vender miles de entradas cada noche. Su mayor éxito es que en sus canciones no hay disfraz: se permite ser solamente quien es.
Repertorio de Dani Martín en el Palacio de Deportes: