Texto: SERGIO MAKAROFF.
Ilustración: MANEL GIMENO.
Pongo el iPod en función aleatoria y el azar va eligiendo la música.
Paso del rap de Jungle Brothers y Missy Elliot al bluegrass de Tim O’Brien y Bobby Osborne. Voy de Faltriqueira a Fountains of Wayne, de Tower of Power a Zeca Pagodinho, de Georgie Fame a Litto Nebbia, de Josh Rouse a Marisa Monte, de Ron Sexsmith a John Pizzarelli, de Fatboy Slim a Cheikha Rimitti. Salto de estilo en estilo y me jacto de la amplitud de mis gustos musicales. Pero con una mano en el corazón me pregunto… ¿Soy de verdad tan abierto de coco? ¿Escucho realmente de todo? Porque al iPod lo he cargado yo, obviamente. Es un azar limitado estrictamente a mis gustos.
Hay músicas que jamás escucho. Cambio de canal, las evito como la peste. No puedo con las cantantes de voz aguda y taladrante tipo Celine Dion, Mariah Carey y Barbra Streissand.
Sé que me estoy perdiendo algo bueno, pero no consigo disfrutar con la música clásica. Creo que me endiñaron demasiada cuando era chico y tenía la oreja desprotegida.
El heavy metal, salvando los primeros álbumes de Led Zeppelin, es tabú para mi paladar sonoro. Sobre todo las baladas cantadas por melenudos alopécicos…¡ay!
El rap español, salvo contadas excepciones (La Excepción, Mala Rodríguez), me causa rechazo porque entiendo perfectamente las letras. Y porque –llegado el momento de elegir– siempre preferiré a Naughty By Nature, People Under The Stairs o Cypress Hill.
Sepultura y sus émulos sencillamente me parecen ridículos, con sus distorsionadores vocales haciendo todo el trabajo. Lo cierto es que si ese sonido-de-ultratumba-de-pacotilla saliera realmente de sus gargantas tampoco me gustaría.
Los tecnoespabilados que echan a rodar el secuenciador –zipi/cucu + zipi/cucu + zipi/cucu– y se van a tomar un café no son santos de mi devoción. Los seudo-vanguardistas, los experimentales-de-pose, el hardcore de mucho-ruido-y-pocas-nueces y otros adalides de la cacofonía-por-la-cara están vetados en mi pequeño mundo.
No sé si a ti te pasará lo mismo, pero por mi parte cuanto más éxito tiene una propuesta menos me suele gustar. Con numerosas excepciones como Beatles, Rolling Stones, Dylan, Prince y un larguísimo etcétera. De verdad que el etcétera es larguííííííííísimo, pero no logro pillar qué le ven las masas a ciertos artistas instalados en el Olimpo.
El ejemplo paradigmático es U2. Además de las acrobacias vocales de San Bono y el buen sonido de guitarra de The Edge tienen tres melodías recordables: demasiado poco para ser La Banda Más Exitosa Del Universo.
¿Simple cuestión de gustos? ¿A quién le puede importar que me guste este o aquel? A nadie, es cierto. Pero parto de una base: si estás leyendo EFE EME seguramente no comulgas con la rueda de molino del mercado, la moda, la obviedad y el borreguismo imperante.
Llámame iluso, llámame soñador: me gusta imaginar que escribo para un selecto grupo de melómanos con criterio propio. ¿Una especie en vías de extinción? Muchas veces esa es la impresión que tengo. Por eso debemos hacer rancho común, protegernos y mimarnos los unos a los otros.
¡Salud!
Anterior entrega de Dale Boca:
La elasticidad del alma (junio de 2007)