Texto: SERGIO MAKAROFF.
Ilustración: MANEL GIMENO.
¿El dinero? Adoro su metálica vileza. Sueño con ser multimillonario para zambullirme por la mañana en una piscina que empiece dentro de casa y continúe en el exterior, con vista a las montañas y los bosques. Un poco más allá, el mar.
Me excita la guita, me dejo llevar por el consumismo, me compro lo que puedo: relojes, sombreros, perfumes, zapatos de gamuza azul, amarilla y verde. Tener cosas es importantísimo para mí. Tanto, que lo pongo muy arriba en mi tabla de valores: en segundo lugar. Medalla de plata para TENER.
En el número uno, SER. Medalla de oro para el amor, la amistad, el arte, la honestidad, la autenticidad. Ésas son las únicas cosas que me importan más que el dinero.
Por eso cuando me sucede algo que provoca un enfrentamiento entre el amor y la pasta, por ejemplo, gana el primero.
¿Cómo se hace para componer canciones comerciales? Ni idea. Nunca pude concentrarme en ese proyecto. Hacer canciones es una actividad que tengo en los altares: en el número uno de la tabla. Por tanto…
Soy un rato bueno, sí… pero podría ser mucho mejor.
Hace tiempo que descubrí el placer de dar. Doy, pero lo hago porque me siento bien al hacerlo. Es mucho más de lo que puede decir Dick Cheney, pero me sabe a poco. Hay personas que dan mucho más y –lo que es más importante– sin esperar nada a cambio. Hasta ahí no llego, tengo que reconocerlo. Pero me gustaría. Sé que ese grado de desprendimiento es un nivel superior de existencia. Entregarse a paliar el dolor ajeno, hacerlo sin fisuras y porque sí, porque es lo que toca… tiene que ser la hostia. Esas personas son escasas y viven en este mismo planeta, aunque parezcan de otro mundo. Conocí a varias y comprobé que son de carne y hueso, que su capacidad de amar al prójimo es verdadera, que no hay trampa ni cartón.
Supongo que es una predisposición biológica, una especie de mutación. La enorme mayoría de la gente no es así, ¿verdad? Vamos a ver: si fueran el uno por mil ya serían seis millones. No sé cuántos son, pero sueño con ser como ellos. No soy muy optimista al respecto, para ser sincero, pero tampoco voy tan mal encaminado: descubrí ese filón y lo veo con buenos ojos.
¿Conoces a alguno de los tocados por la varita mágica del amor? En principio parecen personas normales, o sea egoístas como tú y yo. Pero si hablas con ellos adviertes que: 1) no cuentan lo que hacen por los demás a menos que les preguntes; 2) usan muy poco la primera persona; 3) escuchan con atención lo que dices; 4) te miran a los ojos y sonríen; 5) transmiten una serenidad muy especial.
No es el aura mística y carismática de los gurús, no es nada espectacular. Es un tesoro sutil, algo tan grande y tan pequeño como renunciar al propio ombligo para nutrir el ombligo del mundo.
¡Qué envidia!