Cuentos incompletos, de T.C. Boyle

Autor:

LIBROS

«Una exploración de nuestra condición humana»

 

T.C. Boyle
Cuentos incompletos
EDITORIAL IMPEDIMENTA, 2024

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Enfrentarse a los cuentos de Thomas Coraghessan Boyle supone relamerse ante horas de risas y emoción. No es una hipérbole, las más de 750 páginas del volumen están plagadas de relatos en que las actitudes absurdas, las situaciones en que los personajes se sienten inseguros y los finales inesperados asombran al lector a cada párrafo. Hay una estructura en la que el escritor, nacido en un pueblo al norte de Nueva York, a orillas del río Hudson, es un maestro. Introduce con un personaje que se encuentra una situación inesperada en su rutina, poco a poco se va enredando en circunstancias que vienen impuestas por esa primera irrupción de lo inesperado y concluye con nuestro protagonista en las más hondas simas de la desesperación. O algo peor.

En “Conocimiento carnal” alguien conoce a una chica que es activista contra el maltrato a los animales. La situación, hasta aquí, es normal. No es tan normal que a los pocos días se encuentre intentando liberar de una granja cientos de pavos cebados para consumir el cercano Día de Acción de Gracias. En “Dispuesto a todo”, las hábiles tácticas de un comercial hacen que Bayard compre una cabaña de supervivencia en Montana. La catástrofe —nuclear, económica, vírica— que estaba a punto de acontecer, en la mente del comercial equiparable a bastantes dólares, le hizo asegurar su supervivencia. O eso creía, porque la catástrofe puede ser un vecino con el que no contabas.

Los cuentos con esta estructura no tienen desperdicio. “México” tiene la tensión justa entre lo hilarante y lo dramático. Un flirteo del protagonista en un viaje a México, lo lleva a cenar con una boxeadora, bella a más no poder. A partir de aquí, unos días de vacaciones se estropean también a más no poder. Los personajes se ven metidos en situaciones que no esperan y no saben controlar, y que al lector se le presentan como circunstancias risibles, aunque para ellos son trágicas. El simple hecho de ir a devolver a la tienda una estación meteorológica casera que ha salido defectuosa desencadena la mayor tormenta de la historia.

En muchas ocasiones, el final es trágico simplemente, cuando se ha eliminado todo lo que apunta a grotesco. Sucede en “Cuando desperté esta mañana, todo lo que tenía había desaparecido” o en “Balto”, hasta llegar a “Caza mayor”, donde el lector no puede más que esbozar una sonrisa ante la trágica justicia poética final. Y así, poco a poco, conforme Boyle va cubriendo años, sus relatos pasan del absurdo de los personajes estrambóticos a una tristeza connatural en que los escasos momentos de alegría son un tesoro, como en “Propuesta 62”, o a soluciones solidarias y heroicas, como en “La Conchita”.

Fuera de este esquema básico, el autor baja un tanto el nivel con relatos más apagados. Ocurre en “El capote II”, situado en la Unión Soviética de la perestroika, que resulta demasiado maniqueo, o en los protagonizados por personajes conocidos, Jacques Costeau, Jack Kerouac o Jane Austen. Incluso llega a la distopía, a la manera de Ballard, en “Después de la plaga”, donde un virus mata a casi toda la humanidad, o ”Chaparron de sangre”.

Hay muchos más relatos destacables, llenos de personajes absurdos y tiernos a la vez, muchos con contrapuntos de animales. “Personitas peludas” habla de una mujer que acoge ardillas lisiadas en su casa —hasta treinta y dos llega a tener— y “El rey abeja” habla de un muchacho que se cree la reina. El culmen llega en “La jubilación de Lady Simio”, donde la mayor autoridad mundial en el estudio de primates se jubila y le meten en casa un chimpancé que, en un alocado experimento, han criado como una persona.

En definitiva, lo que Boyle ofrece en sus relatos, según sus propias palabras, es una exploración de nuestra condición humana. No somos genética y educación, como pensaba la novela realista del siglo XIX, no, somos instinto y poder. Un paso adelante en la literatura, que se convierte entonces en un festín del absurdo en el que nada tiene sentido y nunca lo tendrá.

Anterior crítica de libros: Jarroa, de Andrea Fernández Plata.

Artículos relacionados