“Pensándolo bien, que los Ramones se convirtieran en héroes instantáneos resultaba absurdo y quién sabe qué habría pasado de haberlo conseguido”
El álbum de debut de los Ramones, reeditado este año por su cuarenta aniversario, lleva a Rafa Cervera a analizar el fenómeno de aquel disco de 1976 con la sabiduría que da el tiempo transcurrido.
Texto: RAFA CERVERA.
Los Ramones oficiaron la resurrección del rock and roll en 1976. Esto no sucedió porque hubiesen trazado un plan, sucedió porque no les quedaba otro remedio. Joey, Johnny, Dee Dee y Tommy eran cuatro inadaptados que tenían la necesidad de hacer oír su descontento; y este quedó plasmado en un primer álbum llamado a convertirse en uno de los mejores debuts de la historia.
Publicado en abril de 1976, “Ramones” –que ahora cumple cuatro décadas con una versión ampliada con maquetas, directos y una mezcla en mono editada por Rhino– es otro eslabón de la cadena que empezó con el primer disco de Elvis y continuó con los Beatles. De hecho, hay quien ha usado la frase “los Beatles de anfetas” para describir una obra que va mucho más allá de eso. Ramones bebe del rock de la década de 1960, del bubblegum pop, de los cómics y del cine de terror. El combinado está espoleado por una rabia que hacía que los Ramones tocaran sus instrumentos al máximo volumen posible. Producido por Craig Leon, uno de los nombres clave del rock neoyorquino de la época, y por Tommy Erdelyi, nombre real del batería del grupo y mánager de este en sus primeros días, «Ramones» es una explosión de canciones breves y veloces que en su momento fueron toda una revelación. Cuatro décadas después de su lanzamiento, y con su discurso completamente asimilado por el pop desde hace tiempo, es difícil imaginar el júbilo que producía aquel sonido único, primitivo, de instrumentos apelmazados, sonando todos unos contra otros. Sex Pistols, The Damned, Nirvana, Offspring, Green Day, The Strokes, Arctic Monkeys… Cuesta trabajo pensar que hubo un día en el que ese sonido fue nuevo y revolucionario. Quienes en plena adolescencia leímos los artículos entusiastas de Diego A. Manrique y Jesús Ordovás en «Disco Expres» o «Vibraciones» nos dejamos invadir por la sensación de que algo especial estaba ocurriendo muy lejos de nuestra ciudad, pero que seguramente terminaría por alcanzarnos.
Los Ramones sonaban tal como eran. No eran amigos, eran aliados que no tenían más remedio que soportarse para llevar a cabo su venganza contra un mundo adulto que les irritaba y aburría. Tommy era un emigrante húngaro; Johnny era un tarado que llevó piedras al Shea Stadium cuando fue a ver a los Beatles porque él era fan de los Stones; Dee Dee era un paria criado en Alemania, un delincuente juvenil en potencia, y Joey, por su aspecto extraño, alto, desgarbado, encorvado, cegato, era la comidilla del instituto. Fue suya la idea de usar el nombre Ramone para el grupo, como guiño al seudónimo que usaba Paul McCartney cuando se registraba en los hoteles. Un nombre perfecto: a priori nadie sabía si se trata de personajes de cómic o de una banda de pandilleros hispanos. Viendo la fotografía que les hizo Robert Bailey en los alrededores del loft de su amigo Arturo Vega –responsable de la iluminación de sus conciertos y diseñador del logo del grupo– lo natural era decantarse por lo segundo.
Escuchando las catorce canciones de su debut, sin embargo, su aspecto amenazador y desarrapado cobraba su sentido real. El uniforme que constituían las zapatillas deportivas, los tejanos rotos –como los de Iggy pop cuando estaba al frente de Stooges–, las cazadoras de cuero –como la de Brando en «El salvaje»–, los cortes de pelo en plan tazón que homenajeaban a Brian Jones, eran el reflejo de una rebeldía cien por cien estadounidense. Una puesta en escena de la simplicidad llevada a su máximo exponente, una simplicidad que lejos de resultar idiota –tal como ellos deseaban– estaba guiada por la inteligencia.
«Ramones» es un disco perfecto, el rock and roll reducido de nuevo a sus componentes básicos veinte años después de la aparición de Elvis. El sonido es homogéneo y sin embargo cada canción tiene su propia entidad y también cuenta su propia historia y rinde un homenaje a los clásicos que el grupo adora. El “hey ho, let’s go!” que abre ‘Blitzkrieg bop’ –originalmente bautizada como ‘Animal bop’– es un guiño al “kick out the jams, motherfuckers” que lanzaban MC5. ‘Judy is a punk’ es una historia real sobre dos fans del grupo y ‘Beat on the brat’, un comentario más que cáustico de Joey sobre los pijos de Forest Hills, el barrio de Queens en el que vivían los cuatro ramones. ‘53rd and 3rd’ habla sobre la vicisitudes de ser chapero en el cruce de calles del título, aunque su autor, Dee Dee, siempre se sintió incómodo a la hora de tocar el tema. ‘I wanna sniff some glue’ es una declaración de principios que define el universo filosófico del grupo. Corazones Automáticos –el colectivo periodístico formado por miembros de Radio Futura, Las Chinas y Quico Rivas– hablaron de ello en un artículo en «Disco Expres»: ahora quiero hacer esto, ahora no quiero hacer lo otro. La sublimación del cabreo adolescente. A las novias que les puteaban les dedicaban canciones como ‘I don’t wanna walk around with you’: “No quiero pasear contigo porque tú no quieres pasear conmigo”. Así y todo también podían llegar a ser tiernos y vulnerables como en ‘I wanna be your boyfriend’
La edición del cuarenta aniversario de «Ramones» ofrece una imagen lo más completa posible de lo que era el grupo un poco antes y un poco después de grabar su primer disco. Maquetas en las que el sonido compacto logrado en directo y en el Plaza Sound no logra ser completamente captado. Dos directos que explican perfectamente por qué la llegada del cuarteto a Londres en 1976 marcó a todos los grupos punk que estaban empezando a rodar. Cuando se puso a la venta, «Ramones» se encontró con la reacción hostil de la radio y la prensa. Alguien llegó a decir que sonaba como mil cisternas de váter descargando a la vez. La gesta del cuarteto resultó fallida. El álbum no pudo desbancar a Wings, Peter Frampton o Eagles de las listas ni de las preferencias del gran público. Pensándolo bien, que los Ramones se convirtieran en héroes instantáneos resultaba absurdo y quién sabe qué habría pasado de haberlo conseguido. Lo maravilloso y lo trágico es que hicieron historia desde el primer momento, pero ni ellos ni el mundo supo darse cuenta entonces.