«Este directo catapultó a Neil Diamond a las ligas mayores, asentando un prestigio como infalible animal de escenario que no le ha abandonado ni siquiera cuando, a finales de los 80, sus trabajos de estudio languidecían ante el rechazo de crítica y la indiferencia del público»
«Hot august night», considerado uno de los mejores discos en directo de la historia, cumple cuarenta años. Para celebrarlo, acaba de ser convenientemente reeditado en edición «deluxe». Javier Márquez Sánchez nos cuenta su historia.
Texto: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
Un violín dibujando unas notas. El público sigue hablando. Entra un segundo violín, y comienza a advertirse una amable melodía. Se impone el silencio del respetable. Se suman más cuerdas y la composición adquiere emotividad en un crescendo que desemboca en una nota final que se mantiene durante varios segundos. Entonces suena una guitarra acústica. Unos golpes que llenan todos los canales. Se suma una batería. La melodía adquiere ahora mucha más entidad, hasta alcanzar otro punto álgido que da paso a un nuevo arranque, ahora con toda la orquesta sonando en segundo plano y una solvente banda de rock cabalgando en primera línea. Y la estrella entra en escena. Así se abre «Hot august night», considerado uno de los mejores discos en directo de la historia, y casi con toda probabilidad el álbum más representativo de la prolífica carrera de Neil Diamond.
Con motivo del cuarenta aniversario de su lanzamiento (se grabó el 24 de agosto de 1972 y se editó en diciembre de aquel año), Universal acaba de lanzar una edición «deluxe» del mismo, publicado en su día como doble elepé con 22 cortes, a los que se añadieron tres más en la reedición del año 2000. El presente doble cedé incluye tres nuevas canciones (entre ellas una versión del ‘I think it’s going to rain today’ de Randy Newman) además de un extenso corte de presentación de la banda en el que también se puede escuchar a Diamond bromeando con el público. En total, alrededor de dos horas de concierto electrizante en 29 cortes.
«Columbia le ofreció un cheque por dos millones y medio de dólares para grabar diez álbumes. Warner subió a cuatro millones. Neil le dijo a la casa discográfica de Bob Dylan que si igualaban la oferta, firmaba por ellos. Y lo hicieron, claro»
HA NACIDO UNA ESTRELLA
Neil Diamond se encontraba en 1972 en un momento bastante dulce de su carrera, preparado para dar el gran salto al estrellato. En 1966 y 1967 había lanzado sendos discos con Bang Records que habían servido para darle a conocer como compositor e interprete de sobrado carisma. En el 68 fichó por Uni Records, una división de la MCA, y con ese sello lanzó algunos de sus mejores trabajos, como «Touching me, touching you», «Tap root manuscript», «Moods» y sobre todo «Stones». Además, su presencia en el escenario iba haciéndole ganar cada vez más fans por todo el mundo. De él, decían las crónicas, se podía esperar algo más que música; un espectáculo en el sentido más tradicional del show business. “El eslabón perdido entre James Taylor y Elvis Presley”, llegaron a definirlo. Ante tal potencial, no tardó en recibir la llamada de las grandes. Columbia le ofreció un cheque por dos millones y medio de dólares para grabar diez álbumes. Warner subió a cuatro millones. Neil le dijo a la casa discográfica de Bob Dylan que si igualaban la oferta, firmaba por ellos. Y lo hicieron, claro.
Fue en aquel momento, durante el verano de 1972, cuando el cantante, nacido en Brooklyn en 1941, decidió replantear su show habitual para los diez días que tenía cerrados en el Greek Theater de Los Ángeles (con el «No hay billetes» colgado para cada una de las noches, marcando un récord de recaudación para este recinto). Uni le anunció que grabarían allí un segundo álbum en vivo, un proyecto mucho más ambicioso que aquel discreto –aunque no menos recomendable– «Gold», registrado en 1970 en el legendario club The Troubador. El prestigioso director Lee Holdridge fue el encargado de ponerse al frente de una orquesta de treinta y seis músicos que apoyarían a los ocho miembros de la banda de cabecera de Diamond. Además, el productor del disco, Tom Catalano, obró maravillas de cara a obtener una grabación cuadrafónica en los días en los que esta tecnología apenas empezaba a despuntar para los directos.
Cuando llegó el momento de tomar el escenario, Neil Diamond cumplió con la máxima de “el espectáculo debe continuar”, a pesar de sufrir esos días una gripe nada desdeñable. Apareció bajo los focos con su pelo largo y su traje vaquero con motivos tribales, con toda seguridad sin ser consciente de que acabaría propiciando una de esas portadas que dejan huella. Lars Ulrich, el baterista de Metallica, nos regaló una impagable descripción de la fotografía (tomada por Ed Caraeff) que acabaría adornando la cubierta del directo: “Cuando pienso en Neil Diamond, siempre viene a mi mente esa imagen del disco en vivo, con su traje vaquero, agarrando el pie de micro como si tuviese un rabo de 30 centímetros entre las piernas… Hay algo realmente brutal en esa foto que es puro rock. Nunca he sido capaz de olvidar esa imagen”.
El cantante se muestra natural y muy cercano a lo largo de todo el concierto, confiado, y empuña la guitarra durante buena del espectáculo, aprovechando al máximo su potencial con las seis cuerdas de una forma que no volvería a demostrar hasta su reciente etapa con Rick Rubin. Y es normal que disfrutase del concierto que estaba ofreciendo, porque los arreglos de cada tema funcionan a la perfección, y de la combinación de banda y orquesta surge un sonido que lamentablemente se perdería en buena parte de sus posteriores discos de estudio en favor de la formación orquestal. Su diálogo con el público daría lugar a una anécdota tan popular entre los fieles del cantante que incluso se convertiría en título de una grabación «bootleg»: «The tree people». Al parecer había un pequeño grupo de chavales viendo el concierto desde lo alto de un árbol al otro lado de los muros del Greek Theater. En su primer diálogo con la audiencia, Diamond comenta: “Muchas gracias al público… que paga. ¡Allí, esa gente del árbol! Dios os bendiga, también canto para vosotros”.
En cuanto al repertorio, un ramillete de lo que hoy son grandes éxitos imprescindibles del cantante, como ‘Solitary man’, ‘Cherry, Cherry’, ‘Sweet Caroline’, ‘Red, red wine’, ‘Girl, you’ll be a woman soon, ‘Song sung blue’, ‘I am… I said’… Además de esas otras piezas menos populares pero de una emoción muy especial, como ‘Crunchy granola suite’, ‘Done too soon o ‘Morningside’. El cierre del concierto llega, de forma colosal, de la mano de dos temas encadenados, ‘Soolaimon’ / ‘Brother love’s travelling salvation show’, en los que Diamond se transmuta en ese Hermano Amor para dejar sin aliento al público en una suerte de espectáculo de predicador con la música como único dios verdadero. Deja tanta huella este final en cualquiera que se anime a oírlo que se llegó a escoger para titular al disco el primer verso de la última canción: “It was a hot august night…”
«Hot august night» se convirtió en disco de oro en un mes y acabaría siendo doble platino, vendiendo millones de copias y permaneciendo en el Top 100 de «Billboard» durante varios años. Además, volvería a las listas más de una década después, cuando Diamond lanzó en 1987 un nuevo directo grabado en el mismo escenario, y titulado «Hot august night II» (habría de llegar una tercera “noche calurosa de agosto” en 2009, grabado esta vez en el Madison Square Garden).
Este directo catapultó a Neil Diamond a las ligas mayores, asentando un prestigio como infalible animal de escenario que no le ha abandonado ni siquiera cuando, a finales de los 80, sus trabajos de estudio languidecían ante el rechazo de crítica y la indiferencia del público. El cantautor surgido del Greenwich Village, curtido como compositor a sueldo del Brill Building, pasaba a la categoría de superestrella de la industria musical; las salas para 5.000 espectadores serían sustituidas por los estadios. Irónicamente, lo primero que hizo Diamond tras concluir sus compromisos posteriores a los conciertos en el Greek Theater fue darse un tiempo de descanso y reflexión. Abandonó las giras por una temporada y regresó al estudio de grabación para, ya en Columbia Records, afrontar unas grabaciones que marcaban un giro evidente en su concepción musical. La metafísica banda sonora «Jonathan Livingston Seagull» y el rockero «Beautiful noise», producido por Robbie Robbertson, son algunos de los mejores títulos de esa nueva etapa. Y es que nunca falta Neil Diamond por (re)descrubrir. Pero el mejor punto de partida o reencuentro, es siempre aquella legendaria noche cálida de agosto, que ahora podemos escuchar en todo su esplendor.