A finales de los años 70, Gato Pérez cantaba, en catalán, aquello de «la rumba que conocemos / no es de la China, ni del Japón. / Nuestra rumba de Barcelona / está mareada de dar vueltas por el mundo». Claro, cómo no iba estar mareada de rodar mundo si su padre, el de la rumba de Barcelona, Peret, la paseó por todo el planeta haciendo delirar a las más variopintas audiencias.
Pero a la rumba, bastarda de nacimiento e hija de mil leches, aquello de tomar aires nuevos y revolcarse con cualquier género le sentaba de maravilla (acordémonos de cómo, bastante tiempo después, lo entendieron los hábiles muchachos de los Gipsy Kings): rock, pop, canción melódica italiana… Todo lo asumía, y a poco entregado que estuviera el ejecutor, aquello funcionaba. Hasta cuando los gitanos extremeños se la llevaron para Madrid, le ataron el ritmo a una bola de plomo y la pusieron dramática, funcionó y dio lugar a un nuevo subgénero.
En cualquier caso, antes de aquello, la rumba ya se las había visto de todos los colores. Hasta negra se había puesto. Tan negra como los trombones de la sección de vientos de James Brown. Y es que, desde finales de los 60, la rumba se hermanó con enorme naturalidad con el soul y el funk. Precisamente ése es el periodo que abarca Achilifunk –subtitulado Gipsy soul 1969-1979–, un divertido paseo por algunas de aquellas canciones e intérpretes que, desde la rumba o palos familiares, se zambulleron con frenesí tanto en los ritmos como en la soluciones que aportaba la música negra. Todo ello se explica en el grueso libreto, ampliamente documentado e ilustrado, que acompaña al disco, escrito con pasión de fan –y cayendo en ocasiones en el amateurismo: esa constante y molesta primera persona– por Txarly Brown, quien además ha dirigido la recopilación sonora que incluye a glorias como Chacho, Peret, Gato Pérez (quizás un tanto forzado: él nunca entró en estos terrenos souleros o funkeros, como así se constata en el tema elegido, «Tiene sabor»), Los Amaya, Dolores Vargas, Los Chorbos o Los Chunguitos. Con calzador entran Smash, quienes nacidos desde el rock progresivo partían de otro árbol. E inexplicable se antoja la presencia de Los Marismeños (¿pero esto no son sevillanas?) o Trigal; cuyos cortes, una vez ya oídos, invitan en sucesivas escuchas a saltárselos antes de que el propio oyente, atacado de los nervios, se salte la tapa de los sesos.
Pero, las dos joyas de la corona de este álbum las componen el «Caramelos» según Rabbit Rumba –Josep «Papa» Cunill, un músico del que muchas veces habíamos oído hablar, pero al que nunca habíamos escuchado. Su único LP es inencontrable– y el «Gato» que Los Fulanos han grabado especialmente para Achilifunk con la compañía de la macerada voz del maestro Peret, quien, recordémoslo, ha publicado hace poco un disco mayúsculo: Que levante el dedo.
Achilifunk (editado por Love Monk) es un disco y libro que, pese a sus contradicciones, bien merece la pena poseer si eres, o quieres ser, un explorador de esos géneros que parten del frondoso follaje rumbero.