EL CINE QUE HAY QUE VER
“Un guion espectacular, la idealización y dulcificación, personajes interesantes y divertidos (si bien en ocasiones algo planos), finales felices, estereotipos, preocupaciones y problemas banalizados, mujeres que se dejan llevar y hombres que toman la iniciativa”
Siguiendo la estela de películas como “Annie Hall” (Woody Allen, 1977), la comedia de Rob Reiner “Cuando Harry encontró a Sally” luce por su guion y sus personajes. En ellos se adentra esta semana Elisa Hernández.
Texto: ELISA HERNÁNDEZ.
No hay subgénero cinematográfico más denostado (por estereotípico, irreal, repetitivo, tendencioso y destinado a un sector muy concreto de la audiencia) que la comedia romántica. Tras asentarse como uno de los principales géneros del cine clásico hollywoodiense y decaer a partir de los años 60, en los 90 pareció resurgir con enorme fuerza adaptándose (más o menos) al presente. “Cuando Harry encontró a Sally” es uno de los hitos que marca ese regreso de la comedia romántica. Dirigida por Rob Reiner, la película está protagonizada por Billy Crystal y Meg Ryan (probablemente la gran musa de la comedia romántica hollywoodiense noventera) y se construye en torno a un guión de Nora Ephron, la gran actualizadora del género.
La película recoge todos los clichés y códigos genéricos que no sólo vienen desde la época clásica sino que todavía existen hoy en día: un hombre y una mujer (blancos y de clase media) se conocen por casualidad, y, aunque estén destinados a estar juntos, distintos elementos se cruzan en su camino para que eso no suceda e, incluso, puede que ellos mismos no sean conscientes de que ese es su sino. La comedia podría provenir de lo esperpéntico de estas situaciones o, como en el caso de Harry y Sally, por lo agudo, ingenioso y divertido de las conversaciones que comparten. Siguiendo en cierta manera al Woody Allen de “Annie Hall”, “Cuando Harry encontró a Sally” opta por presentar situaciones relativamente comunes y cotidianas en lo que a la vida amorosa se refiere, sea el inesperado reencuentro con un ex, quedar con las amigas para cotillear o alguna que otra incómoda cita a ciegas. Sin embargo, las exagera llevando todo lo presentado en pantalla a un lugar muy alejado de la realidad, gracias a tropos como la increíble capacidad de todos los personajes para responder a cualquier comentario o pregunta con la respuesta más ingeniosa posible o las sorprendentes y exageradas reacciones que los personajes tienen a sus “problemas”. Culminando a la perfección todas las expectativas que el espectador conocedor del género lleva consigo y arriesgando poco en este sentido, “Cuando Harry encontró a Sally” representa a la perfección todo el espectro de lo bueno y lo malo que tienen las comedias románticas: un guion espectacular, la idealización y dulcificación, personajes interesantes y divertidos (si bien en ocasiones algo planos), finales felices, estereotipos, preocupaciones y problemas banalizados, mujeres que se dejan llevar y hombres que toman la iniciativa.
Siempre y cuando uno entienda “Cuando Harry encontró a Sally” como un intento de recuperación y actualización de una serie de códigos y reglas de un género cinematográfico, entonces sin duda se trata de un filme original, divertido y entretenido, y uno que ha dejado su impronta en la comedia romántica posterior y en toda una generación de espectadores. Porque quizás las razones para criticar el subgénero de la comedia romántica tengan más que ver con la imagen que la audiencia se construye de estos filmes que con el contenido de los mismos. Al enfrentarnos a estas obras parece ponerse en marcha un proceso de recepción en el que no somos capaces de percibir la codificación, los tropos y clichés de la manera en que sí lo hacemos con otros géneros igualmente marcados y predefinidos como el terror o la ciencia-ficción. Tal vez el problema no esté solamente en que estos filmes ofrezcan una imagen irreal y artificial del amor romántico, sino en que además el espectador espere que se le ofrezca una representación realista de las relaciones humanas.
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Anterior entrega de El cine que hay que ver: “La jungla de cristal” (1988), de John McTiernan.