TREINTA ANIVERSARIO
«Stephen Malkmus no necesitaba embarcarse en batallas quijotescas para convencer al público de su autenticidad»
Para la continuación de su debut, la banda estadounidense abandonó el sonido de baja fidelidad (lo fi), apostó por el pop de guitarras y dio vida a dos singles que lo desbordaron todo. Fernando Ballesteros profundiza en el segundo álbum de estudio de Pavement, que este año cumple los treinta.
Pavement
Crooked rain, crooked rain
MATADOR RECORDS / ATLANTIC RECORDS, 1994
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
El segundo disco de una banda es siempre una difícil papeleta. En el debut se suelen volcar las canciones que llevan un tiempo ya creadas y rodadas. Es el fruto de los efervescentes primeros pasos de un grupo. Entonces suele pasar que, cuando tienes éxito con ese primer paso y apenas te has tomado un respiro, llegan las exigencias de una continuación que esté a la altura. Entre giras, compromisos y escasos momentos de descanso, los artistas en cuestión se las tienen que ingeniar para crear una obra que esté a la altura y, se me olvidaba, que supere el éxito de la anterior.
En el caso de Pavement, el listón alto al que se tenían que enfrentar cuando encararon esta tarea estaba en el lado de la crítica. Con su primer disco, Slanted and enchanted, se habían convertido en los niños mimados, la gran sensación del circuito independiente. Todos adoraban a estos californianos. Para lidiar con las ventas millonarias y las servidumbres que estas conllevan, ya estaban otros paisanos suyos, unos cuantos que, a estas alturas, habían despachado algún que otro millón de copias de sus discos.
Y los Pavement y, en concreto, ese geniecillo irónico que es Stephen Malkmus, daban la sensación de disfrutar con esa situación que habían logrado conquistar en tan poco tiempo. Juguetón como era también en sus declaraciones, el vocalista no hacía más que echar sal en la herida de los problemas de los nuevos ricos en los que se habían convertido sus compañeros de generación. Decía que, aquellos, a pesar de su gran éxito comercial, le tenían envidia y lo curioso es que, en el fondo, tenía toda la razón. Porque el éxito de su grupo había sido mucho más modesto, apenas insignificante si hablamos de lo comercial, y más si lo comparamos con lo que estaba sucediendo con todo lo que rodeaba al grunge. La crítica los había nombrado los herederos legítimos de la generación independiente, del underground que había puesto varias semillas en la década de los ochenta. Otros se estaban comiendo el pastel, pero la legitimidad a ojos de aquel mundo residía en Pavement.
¿Qué habían hecho ellos para ostentar ese honor? De entrada, un disco casi perfecto en el que abrazaban el legado de nombres sagrados —con The Fall a la cabeza— y construían una fórmula personal e irresistible, cargada de su peculiar y ácido sentido del humor y un gusto por la melodía que convivía perfectamente con el caos y una aparente falta de pretensiones que los hacía adorables. Y eso es lo que ocurrió, que fueron adorados. Así que, a la hora de ponerse manos a la obra con su segundo disco, tenían varias disyuntivas a las que enfrentarse, y lo primero que hicieron fue abandonar cierta dosis de locura en beneficio del acabado más perfecto de las canciones. Haciendo gala de una gran inteligencia, parecieron darse cuenta de que por ese camino les iban a poner pegas, era imposible ir más allá; pero lo que sí podían hacer era mejorar aún más las melodías, crear algún que otro single perfecto y dejar a un lado más de una etiqueta menor para enarbolar una más amplia, la del pop de guitarras.
Un disco arrebatador y ambicioso
Suelo recordar las primeras escuchas de los discos que llegaron un buen día para quedarse pero, en el caso del segundo de Pavement, cuando pienso en la primera vez —han pasado treinta años— recuerdo una emisora de radio, una entrevista en Radio 3 con el grupo y la emisión de tres canciones. Escuchar aquello no me hizo pensar en su anterior disco, ninguna comparación apareció en mi mente, lo único que deseaba era que pasaran los días y Crooked rain, crooked rain se pusiese a la venta. Fue todo un shock escuchar “Silence kid”, aquel primer minuto en el que las guitarras seguían arrastrándose y cuando Stephen comenzaba a cantar, se paseaba por la canción y bordaba la melodía siempre al borde del precipicio, donde mejor se mueve. Con todo, aquel, que abría el disco, era un tema con una estructura y un sonido que tenía mucho que ver con lo que ya habíamos escuchado de ellos. Mucho más chocante fue la primera escucha de “Cut your hair”, un single redondo y con un exagerado potencial comercial para lo que habían puesto sobre la mesa hasta aquel momento, definitivamente, Pavement se iban a mover orgullosos y sin complejos por los surcos de su segundo elepé.
La tercera canción que sonó en aquella entrevista fue “Range life”. Parecía increíble, pero los chicos locos de Pavement podían sonar rabiosamente clásicos a ritmo de country y lo hacían como si llevaran años moviéndose por esos territorios, con maestría, belleza, buen gusto y su dosis de mala leche materializada en dardos a Smashing Pumpkins y Stone Temple Pilots, que, dicho sea de paso, nunca están de más y han envejecido de maravilla . El amigo Malkmus lo tenía. Año 94, tiempos en los que se abusaba de la palabra cool hasta casi vaciarla de contenido, cuando la mejor definición del concepto en cuestión la encarnaba él. No necesitaba embarcarse en batallas quijotescas para convencer al público de su autenticidad. De acuerdo, no había vendido millones, por ahí lo tenía más fácil que otros pero, es que, independientemente del éxito más o menos masivo, desprendía un carisma especial. Ya no soy el fan entregado y veinteañero que les había descubierto un par de años antes, pero lo sigo viendo claro.
Aquellas tres canciones son, para el que esto firma, la base de un disco que, por lo demás, es enorme. “Elevate me later” es otra pieza de pop revestido de guitarras que rascan, porque eso también lo seguían teniendo. A estas alturas podían mezclar las melodías de raíz clásica y presentarlas a su manera. Bien es cierto que no todo era tranquilidad en el disco y ahí está “Stop breathin” para romper cualquier atisbo de alianza con el convencionalismo: los Pavement más caóticos, desafiantes y surrealistas, si hablamos de sus textos, también tenían cabida aquí.
“Newark W¡wilder” llega tras la rotundidad melódica de “Cut your hair” y rebaja la euforia. Al final, el desorden del grupo parece tener más lógica de la que se percibe a primera vista, incluso si echamos un vistazo a la secuencia de los temas podemos sacar esta conclusión. “Unfair” nos recuerda muchos de los motivos y de las virtudes que les habían convertido en la sensación del mundo independiente: estribillo desmelenado y efectivo que remitía en cierto modo a los chicos del grunge, guitarras que llegan a recordar a Sonic Youth y al final del viaje, puro Pavement, sin más.
“Gold soundz”, una de las canciones de la década
A veces sobran las palabras cuando hablamos de música. Si hiciésemos caso a Frank Zappa, siempre. A él se le atribuye la frase «escribir sobre música es como bailar arquitectura» y, cuando uno se topa con una canción como “Gold soundz”, casi que le dan ganas de hacer caso al genio. Hay que escribir poco y escucharla una vez más para comprender. Es simplemente perfecta, define de maravilla el sonido de una época determinada y a la vez es un clásico atemporal. Lo tiene todo.
Todo muy bien pero… ¿Demasiado normal? No pasa nada, para eso tenemos la irrupción de “5-4=Unity” y su jazz marciano. Y aún la recta final nos va a dar más satisfacciones. Por allí se pasean Lou Reed, otro referente que ya venía de Slanted y que aparece en “Heaven is a truck” o el inevitable Mark E. Smith, presente en el casi canónico postpunk de “Hit the plane down”. Para el cierre, se reservan los siete minutos de “Filmore jive”, que juega con la épica y la derrota por KO, que arranca y se para y vuelve a arrancar. Toda una demostración de fuerzas que resume el disco, sus canciones, su sonido y el espíritu de un grupo que se veía —y con motivo— capaz de casi todo.
No dejaron pasar mucho tiempo antes de grabar Wowee zowee (1995), aquel fue un trabajo algo inferior y con una selección de singles más que discutible, pero seguía siendo sobresaliente. Es posible que Pavement estuvieran predestinados a tener una discografía corta y es cierto que la calidad bajó en sus dos últimas entregas, Brighten the corners (1997) y Terror twilight (1999), pero también lo es que el paso de los años ha hecho justicia y, escuchados hoy, siguen siendo discos notables. En el momento, conmovidos aún por Slanted y Croocked rain, quizá esperábamos demasiado. Tal vez aún más difícil que enfrentarse a tu segundo disco es hacerlo al resto de tu producción cuando has grabado una obra de diez, sin paliativos, como esta.
Pavement lo dejaron tras su quinto álbum. Y volvieron, por supuesto. Stephen, el guitarrista Scott “Spiral Stairs” Kannberg, el bajista Mark Ibold, Bob Nastanovich y Steve West, que había sustituido a Gary Young con las baquetas tras Slanted, protagonizaron su primer regreso una década después, y más tarde con motivo de su trigésimo aniversario. Y también este peliagudo trance que suponen los retornos, lo han resuelto con nota. Se agradece seguir viéndolos en buena forma, creíbles y defendiendo su legado en directo. Y no sé qué ocurrirá en el futuro, pero les agradezco que no hayan vuelto a grabar un disco. Estuvo perfecto así, chicos.
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Anterior entrega de 30º Aniversario: The blue album (1994), de Weezer.