«Mientras haya un mercado para la música, la industria será inherente a él. Porque que las discográficas tal y como las conocemos caigan, no significa que la industria desaparezca»
Juanjo Ordás analiza cómo han cambiado los sistemas de promoción para llegar a lo mismo: darse a conocer, solo que ahora es mucho más difícil y hay mucha mierda acumulada. Al final, los filtros son necesarios.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
No es ninguna novedad que el mercado se ha fragmentado. En paralelo a la caída de las discográficas se produce la proliferación de medios con los que dar a conocer tu banda: Myspace, Facebook, Bandcamp… Y los que quedan. Algunos dirán que la música sigue viva, que la ingente cantidad de bandas que se apelotonan en el ciberespacio es buen ejemplo de ello. Sin embargo, la visión real es otra y se puede explicar con una simple analogía. ¿Recordáis cuando promotores, discográficas y managers invertían en cartelería? ¿Recordáis aquellos muros de obra o fachadas de inmuebles abandonados sobre los que se pegaban enormes carteles que anunciaban giras y discos? Bien. ¿Recordáis cuando uno tapaba a otro? ¿Recordáis cómo se comían espacio? Bien. Eso es exactamente lo que está ocurriendo ahora mismo. En tu ordenador, en tu móvil, en tu Iphone. Miles de bandas pelean para que les dediques unos minutos, porque les votes en determinado concurso, porque veas su vídeo en Youtube y pulses “me gusta”. El problema de internet es que ha puesto al alcance de cualquiera tanto el talento como la mediocridad. ¿Y sabéis qué? Siempre hay más mediocridad que talento. Resolved vosotros mismos la ecuación.
Las discográficas podrían arrastrar millones de vicios, pero con su caída la promoción se ha saturado sin ningún filtro posible. Ya no hay hueco. No hay resquicio de pared posible sobre la que pegar tu cartel. Siempre puedes ponerlo, claro, pero será tapando el de la banda anterior para que otra acabe haciendo lo mismo con la tuya.
También influyen las enormes facilidades a la hora de grabar. Antes, el esfuerzo que requería meterse en un estudio de grabación más o menos decente ejercía de embudo. Mucho había que desear llegar ahí, mucha confianza en el arte de uno había que tener. Ahora es factible grabar un disco en la habitación de tus padres, algo que en gran medida impulsa el ascenso al panorama de cualquiera con dos ideas más o menos seguidas. La fe se demuestra, no se accede a ella. Y ahora todo el mundo accede a la fe en sí mismo. Irónico. Por lo tanto, millones de bocas pelean por migajas. Y es lícito querer sacar al mercado una obra en la que crees, ¿pero cuantos de esos artistas que saturan la red para conseguir su porción de pastel tienen realmente el convencimiento para hacerlo? ¿Cuántos se lo habrían jugado a todo o nada antes de la irrupción de internet? Es más, ¿cómo están seguros de tener un discurso válido cuando no han peleado por él? ¿Y la aspiración? ¿Cuál es? ¿De cuántas migajas hablamos?
Por eso, mientras haya un mercado para la música, la industria será inherente a él. Porque que las discográficas tal y como las conocemos caigan, no significa que la industria desaparezca y esta nueva industria será fundamental para conseguir lo que todas esas bandas de la citada pared buscan: Destacar.
No nos equivoquemos, los grupos de las redes sociales no solo quieren su parte del pastel. Quieren el de los demás. Y es lícito, desde luego. Pero para ello van a tener que pactar con la citada nueva industria. Una nueva industria que se nutrirá de acuerdos exclusivos con Spotify e Itunes, que trabajará brutalmente el posicionamiento web así como los distintos patrocinios. Breves esbozos de lo que ocurrirá. Y de nuevo existirá un filtro. Y de nuevo arrastrará vicios y virtudes. Y de nuevo los artistas podrán sudar por algo, no por quimeras. Hasta entonces relajaos, que ninguno vais a conseguir nada. Si eres un músico de verdad tu enemigo no es la vieja industria. Tampoco la nueva. Sino toda esa mierda entre la que debes destacar.
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Anterior entrega de Corriente alterna: El futuro era de Nick Curran.