«Quizá que Iggy se arrime a Kesha sea en realidad una operación que devenga en proeza si le muestra a los adolescentes seguidores de la fémina un camino alternativo que no saben ni que existe»
Juanjo Ordás se pregunta por la necesidad de algunos viejos rockeros de aparentar menos años acercándose a ídolos pop.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
Es difícil de entender esa necesidad que tienen tantos músicos sexagenarios de acercarse a estrellas del momento que nada tienen que ver con su estilo, maneras y filosofía. Ahí están Alice Cooper e Iggy Pop grabando con Kesha, Aerosmith compartiendo espacio con Carry Underwood en su reciente disco o hace un año y pico a Mick Jagger enfrascado en un proyecto como Superheavy. Todo ridículo, todo producto de una extravagante necesidad de rejuvenecer, quizá de no querer aceptar a su público o ampliarlo. Uniones antinaturales cuyo único resultado será que sus ancianos protagonistas se sientan rejuvenecidos durante el tiempo que dure la grabación de la colaboración o videoclip de turno, quizá incluso consiguiendo una propina en forma de actuación conjunta en concierto o plató televisivo. ¿Y ellos? ¿Qué ganan los jóvenes? Un intento fallido de trascender del pop vacío al rock, de conseguir una autenticidad que los oyentes de rock les negarán. Sin embargo hay quién gana con todo esto, y es el fan del pop, el chaval o chavala poco educado musicalmente que, de pronto, tiene a Iggy al alcance de su mano a lomos de ese caballo de Troya llamado Kesha. Bien, bien, Iggy está en casa.
Todos hemos comenzado a escuchar música de forma deplorable, de hecho en la mayoría de los casos el rock (o el pop) no deja de ser una bifurcación de un camino principal ya abandonado. Ese camino en su día quizá estuvo asfaltado por baldosas de radiofórmula. Y no es nada malo. Recuerdo reportajes asequibles en revistas culturalmente vacías, también una riquísima mezcolanza en cadenas de radio comerciales que ya no se estila, con grupos de guitarras potentes compartiendo espacio con Take That y Laura Pausini, opciones las tres perfectamente respetables. Lo bueno era que no había prejuicios aunque todos sepamos que los mecanismos para sonar van más allá de la calidad e incluso del nombre. Era una forma de expandir un universo pequeño, obviamente la música no se limita al rock y al pop, pero dentro de ese coto había opciones que hoy día no existen. Quizá por ello que Iggy se arrime a Kesha sea en realidad una operación que devenga en proeza si le muestra a los adolescentes seguidores de la fémina un camino alternativo que no saben ni que existe. Como todos al principio.
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