«En un mundo cada vez más y más veloz, estamos perdiendo la oportunidad de dejar que los discos crezcan»
Este domingo Juanjo Ordás nos cuenta lo mucho que le costó meterse en el último disco de Leonard Cohen tras años de fanatismo casi absoluto.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
Como enorme fan de Cohen me he ido deshinchando con los años. No es contradictorio, al menos no del todo. Su producción de principios del presente siglo me dejó frío, creo que ese es el único adjetivo aplicable a “Ten new songs” y “Dear Heather”, obras que me decepcionaron bastante. Ese no era el regreso esperado después de casi diez años ausentado, aunque su retorno a los escenarios fue bastante más espectacular y los directos “Live in London” y “Songs from the road” (qué sencillo y precioso título) nos trajeron a un Cohen que retomaba el sonido limpio de sus últimas giras, absolutamente orientado a las audiencias masivas aunque siempre candoroso, especialmente para aquellos capaces de asir sus alegrías y melancolías al margen de arreglos exquisitos aunque tal vez demasiado refinados. Cuestión de gustos, aunque lo que quedaba claro con la gira de retorno era que Cohen estaba muy en forma, que aún era de los mejores cabalgando ese loco caballo que es la poesía, intrínseca a sus canciones. Así, el milagro también se obró en estudio y “Old ideas” fue su primer álbum en ocho años con el que se desmarcaba de sus últimas apuestas tan artificiales y, digámoslo otra vez, frías. El productor Patrick Leonard, que había trabajado en obras clave de alguien tan superficial como Madonna, fue capaz de volver a crear sintonía entre Cohen y nueva música, primero cofirmando con él y ahora produciéndole en este “Popular problems”. Ambos forman el equipo que pone en marcha la nueva obra de Cohen, una obra a la que debería haberme tirado de cabeza con bastantes más ganas, pero que por alguna razón no me dejaba entenderla.
Me he pasado semanas dándole vueltas a “Popular problems”, no comprendía por qué no conseguía entrar dentro de él y por qué apenas era capaz de sobrepasar el umbral de la puerta. Le pregunté a un amigo tan dedicado a Cohen como yo (o tal vez incluso más) y me aconsejó que lo dejara descansar un poco. Le hice caso, pero mientras me seguí preguntando qué estaba ocurriendo entre “Popular problems” y yo. Sabía cuándo un disco de Cohen me gustaba (casi todos), sabía cuándo un disco de Cohen no me gustaba (dos y no más), pero este no me dejaba entenderlo. La voz sonaba divina, la producción francamente bien, ¿entonces qué? Ni idea. Pero ya he entrado en el disco, lo estoy disfrutando como un cabrón y no tengo la menor idea de qué era lo que pasaba. Se trató de darse un paseo nocturno una tarde otoñal en la que hacía buen tiempo y todo empezó a cobrar sentido.
Ahora, en un mundo cada vez más y más veloz, estamos perdiendo la oportunidad de dejar que los discos crezcan. Si no se hubiera tratado de mi amado Cohen, seguramente no le habría dado tantas opciones de llegar a mí. Es duro, pero eso hay que hacerlo con cualquier álbum para no perdernos grandes obras, siendo ahí donde entra el instinto, el saber cuando un elepé no te está entrando a sabiendas de que hay algo interesante en él para volver a sumergirte y encontrarlo.
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