«Lo mejor del Reed más maduro llegó a principios del siglo XXI con ‘Ectasy’, ni más ni menos que su gran disco de senectud, algo que la prensa de medio mundo no supo disfrutar ni entender»
A Juanjo Ordás, el anuncio de la enfermedad de Lou Reed le ha hecho pensar en el viejo lobo, en su obra. Y reivindica algunos de sus discos.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
Pues Lou Reed casi se muere, aunque afortunadamente no ha sido así. A lo mejor el susto nos sirve a todos para disfrutar de su obra como se merece. Sí, qué grande es “Transformer”, qué grande es “Berlin” y qué grande es “New York”. Y, claro, ¡qué grandes son todos los discos que grabó con The Velvet Underground! Pero Lou Reed, como autor, es mucho más que eso. Las citadas son obras mayúsculas del rock and roll, grandes momentos en la trayectoria creativa de Reed que siempre se citan, una y otra vez, cuando en la categoría de los álbumes notables ha amasado una generosa cantidad que están por debajo de los sobresalientes y que por ello han sido olvidados, eclipsados cuando su luz es resplandeciente.
Que los jóvenes agarren su libreta de notas. Pensemos en los años setenta, ahí están “Coney Island baby” (¡la alegría de ‘Crazy feeling’! ¡La melancolía del tema que le da título!) y “Rock and roll heart” (¿no es su título poesía pura?), álbumes sólidos que hoy día rezuman morriña por tiempos pasados. La década de los ochenta fue complicada para cualquier artista de los sesenta y setenta, el público madura, cambia, se dirige hacia un horizonte que quizá ya no tiene que ver con sus antiguos artistas de cabecera y las discográficas entienden el negocio como nunca, buscando nuevos segmentos demográficos a los que venderles producto.
Aún así, los clásicos se apañan para grabar obras que mantienen el tipo aunque siempre quede más cool decir que no fue así y promulgar una mentira aprendida. “Infidels” y “Oh mercy” de Dylan pertenecen a esa década, igual que “Let’s dance”, de Bowie, y su exitoso tour. Lou Reed también graba en los complicados ochenta el aclamado “New York”, pero antes de él había mantenido el barco a flote con álbumes que merece la pena volver a degustarse: “The blue mask” poseía una portada horrible pero era un buen trabajo, mano a mano con Robert Quine (excamarada de Richard Hell) como guitarrista, y “New sensations” soportaba en su base rítmica tics de la época, pero la base de las canciones era interesante. ¿Y en los noventa? El depresivo “Magic and loss” y un álbum en directo auténtico: “A perfect night in London”.
Sin embargo, lo mejor del Reed más maduro llegó a principios del siglo XXI con “Ectasy”, ni más ni menos que su gran disco de senectud, algo que la prensa de medio mundo no supo disfrutar ni entender. “Ectasy”, amigos, un trabajo enorme, con la voz más hermosa de toda la carrera de Reed, cascada, gruesa, real. Vamos a celebrar que Lou se encuentra bien con una nueva escucha de ese disco, hacedlo sonar imaginando que es un clásico que jamás habías escuchado. Y así, un clásico será.
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Anterior entrega de Corriente alterna: De reediciones y de monstruos.