«Este tour nos ha permitido observarle en mitad de una nueva metamorfosis que, por primera vez, se da de cara a la audiencia. El futuro nacerá de aquí, pero las aguas de ese río serán otras»
Tras cubrir los domingos de agosto con «El rock de una noche de verano», Juanjo Ordás seguirá aquí cada siete con una nueva columna de opinión, «Corriente alterna», que comienza hoy mismo reflexionando sobre el momento que atraviesa Bunbury.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
Ya dije que me apetecía volver a ver un concierto de la gira presentación de “Licenciado cantinas”. Quería meterme en el espectáculo, algo que hasta ahora no había podido hacer. Sí, había visto otro concierto –uno de los de Madrid concretamente–, pero en aquella ocasión no conseguí centrarme, el público me desubicó muchísimo: ya sabéis, el paroxismo no siempre es bueno. Sin embargo, el fin de semana pasado, en La Coruña, pude disfrutar del pack completo: ahí estaba el escenario que no pudo entrar en La Riviera madrileña y también los matices panamericanos que invitan a hacer de cada concierto del tour un baño musical en las sonoridades de “Licenciado cantinas”, suenen los temas que suenen y sean de la época que sean. Ese es uno de los grandes encantos de las giras de Enrique Bunbury, que se encargar de que el ambiente del álbum a presentar posea a sus viejas canciones también.
La gira mexicana comienza ya, la norteamericana lo hará en noviembre. Que este texto sea una invitación a los lectores de EFE EME ubicados en el nuevo continente: aquellos que deseen groove latino y rock bastardo que compren su entrada ya. Lo que Bunbury comanda en esta ocasión es a unos Santos Inocentes que sudan ritmos pélvicos y lloran romanticismo. Todo en uno. ¿Y el público gallego? En su sitio, como señores. Dando calor pero atento a la escucha, un par de conceptos incompatibles en según qué partes de España.
Hace tiempo que Enrique se niega a comenzar los conciertos con fuerza, prefiriendo la intensidad de un tema lento –caso de la anterior gira– o un medio tiempo desgarrador, como ocurre con ‘Llévame’, canción con la que entra en escena justo después de que la banda haya finalizado la instrumental ‘El mar, el cielo y tú’. Es una forma inteligente de arrancar, prendiendo la llama sin que esta alcance la altura que en media hora amenazaría con quemar el recinto. Y cartas para jugar había. Un comienzo con ‘El día de mi suerte’, ‘Ánimas que no amanezca’ o ‘Bujías para el dolor’ (las tres sonaron tremendas) podría haber sido explosivo, pero en una explosión el calor no se controla y así sí. Efectivamente, cuando el show hubo avanzado un cuarto de su duración, Bunbury ya tenía a la audiencia entonada y, lo más importante, entonada del modo que él deseaba, con el público metido en la dinámica crepuscular de “Licenciado cantinas”. Curiosamente, los mejores momentos llegaron de la mano de ‘Una canción triste’ y ‘Que tengas suertecita’, dos temas de “El viaje a ninguna parte” en los que la interpretación del músico fue arrebatadora. Aunque en el binomio hay que hacer hueco a las emotivas ‘Nunca se convence del todo a nadie de nada’ y ‘Cosas olvidadas’, que en el bis final hipnotizaron al público.
Es evidente que Bunbury, como el buen prestidigitador que es, está usando trucos que desestimará según concluya la gira. Estoy seguro de que este tour nos ha permitido observarle en mitad de una nueva metamorfosis que, por primera vez, se da de cara a la audiencia. El futuro nacerá de aquí, pero las aguas de ese río serán otras. Me pregunto si él es consciente de que, en cierta forma, ha invitado por primera vez al público a verle crecer de forma pormenorizada, que los detalles que en la época de “Radical sonora” o “Flamingos” quedaban entre bambalinas esta vez se han servido en bandeja de plata para quien haya deseado degustarlos o vaya a hacerlo en la recta final americana. El rock con denominación latina se cuece en la cocina de Enrique, es posible ver en qué dirección, con qué tipo de mimbres, aunque la arquitectura final solo será revelada con un próximo disco aún por grabar pero que no creo que tarde mucho en llegar. Sin embargo, el momento es el momento. Y es presente. Ahora mismo, la música de Bunbury posee una gran riqueza rítmica, arreglos nutritivos y una solidez ya presente desde la gira de “Las consecuencias”, aunque ahora los detalles y arreglos hayan madurado sin sobrecargarse y perder frescura.
Es un reto para el público. O lo es a medias. Los conciertos de este tour están siendo un espectáculo que puede entretener al que no precise de lecturas sesudas, pero no cabe la menor duda de que también son un ticket para aquel espectador que desee rebotar entre colchones de percusión, comprender el trayecto que va de la palabra al gesto, de la idea al movimiento, entender la conexión entre la escuela guitarrera de Álvaro Suite y la de Jordi Mena. En el escenario ocurren muchas cosas a la vez, casi parece un thriller en lugar de un concierto, con la acción ordenada pero saltando sin parar. No cabe duda, tras la hermosa languidez de “Las consecuencias”, Enrique ha dado con jugosa savia nueva que no deja de fluir y estoy seguro está succionando. Como gritó en el concierto de La Coruña, la noche es suya. Ya lo creo.
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Anterior artículo de opinión de Juanjo Ordás: El rock de una noche de verano (5): Silencio, se toca.
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