«Benditos walkman, malditas tiendas con la música electrónica a todo volumen, malditos ascensores con hilo musical, malditos pasillos de supermercado»
Reflexiona Juanjo Ordás sobre cómo la música se ha banalizado y vulgarizado de tan recurrente en nuestra vida.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
Es evidente que el factor elemental de la crisis en el sector discográfico es la caída de las ventas y la devaluación del álbum o cedé como objeto artístico. Pero me gustaría meditar sobre un factor un tanto más exógeno, no tan importante como el citado pero sí digno de mención.
El ser humano, la sociedad, se ha acostumbrado a un medio en el que la música es constante. Quizá se pueda ir un poco más allá, tal vez la gente entiende la música como algo que debe tener a su disposición, como una acera bien adoquinada, como un banco en un parque. Seguramente nos encontramos en el culmen decadente de aquel maravilloso invento que fue el walkman. Con él, te podías llevar la música contigo, ya no tenías que limitarte a la intimidad de tu habitación (no vamos a citar a los horteras del loro al hombro). Esta decadencia actual de la música como parte del paisaje nació ahí. Benditos walkman, malditas tiendas con la música electrónica a todo volumen, malditos ascensores con hilo musical, malditos pasillos de supermercado.
Tal vez todos deberíamos volver a pensar en la música como en algo ritual a sonar solo cuando lo deseas, no porque la vida deba tener banda sonora constante. Quizá la música se ha manoseado demasiado, se ha toqueteado, se ha utilizado de forma tan corriente y vulgar que se ha olvidado su espacio como deidad popular.
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