«Regresan The Wallflowers mientras ‘Seeing things’ y ‘Women and country’ se desvanecen en el pasado, como se desvanece la idea de un Jakob triunfante como artista, capaz de hacerse valer por encima del apellido Dylan»
El anunciado regreso de los Wallflowers, el grupo que lidera Jakob Dylan, hace que Juanjo Ordás se cuestione la manera en la que este dirige su carrera, atrapado por el apellido paterno.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
Leo que The Wallflowers regresan con un nuevo disco. Es decir, vuelve la banda de “el hijo de Bob Dylan”. ¿Otra vez con grupo a cuestas tras un par de discos solistas? A partir de cierta edad, los grupos son o un ejercicio de inmadurez o una empresa. Eso daría para unas cuantas hojas pero el tema de hoy es Jakob Dylan y su empeño en boicotear su propia carrera desde el comienzo de la misma. Porque Jakob tiene talento, ¿pero quién se lo va a reconocer cuando él mismo se encarga de que nadie desee hacerlo?
Ponerse el ilustre apellido de tu padre puede ser un arma de doble filo, pero cuando el ilustre apellido tan siquiera es originalmente auténtico (por mucho que lo legalizara) ya hablamos de suicidio artístico. Y si se trata del apellido con más peso en la cultura musical del planeta ya hay que buscar otra palabra más allá de inmolación. Allí, más allá, justo al lado de esa palabra, se encuentra Jakob Dylan. Porque utilizando el ficticio apellido de su padre –aunque técnicamente sea el suyo– dinamitó la credibilidad de su grupo y posterior trayectoria solista, y ahora, regresando con su banda vuelve a dinamitarla. No se trata de tener que renegar de tus orígenes, sino de demostrar que los necesitas para ser quien quieras ser. Es un hecho que un apellido venerable supone atención garantizada. ¿Merece la pena desligarte de la raíz familiar? Claro que sí. Que se lo digan a Nicholas Cage, un Coppola en realidad. Pero aún merece más la pena cuando el material que manejas es bueno, realmente bueno.
The Wallflowers no fueron un «hype», poseen en su discografía discos sólidos. Pero se supone que, atendiendo a la lógica, eran una primera etapa en la carrera de Jakob, como cualquier banda debería serlo en la carrera de un músico. Porque llega un momento en que la idea del «gang», de la pandilla, comienza a ser ridícula, pero eso es otro tema. Jakob olvidó a The Wallflowers, decidió crecer y editó dos discos. El primero, “Seeing things”, era bueno. El segundo, “Women and country”, muy bueno. Había que dejar de lado prejuicios para aceptar que “el hijo de” era capaz de sostener una trayectoria solista. Fue un amigo quien me comentó que merecía la pena hacerlo. Nunca había repudiado a The Wallflowers aunque el apellido fuera incómodo, así que tampoco me costó hacer sonar “Women and country” sin seguir obcecado en ello. Y sí, era un muy buen álbum. Jakob podía continuar creciendo en solitario, incluso conseguir que el mundo entero lo aceptara como un artista per se en unos cuantos años, tras un par de álbumes más. Pero regresan The Wallflowers mientras “Seeing things” y “Women and country” se desvanecen en el pasado, como se desvanece la idea de un Jakob triunfante como artista, capaz de hacerse valer por encima del apellido Dylan y del concepto de pandilla, es decir, del peso del arma de doble filo que es el apellido y de la inmadurez que asola a tantos músicos. Nada que ver que el nuevo disco del grupo sea malo, mediocre o bueno, de hecho eso da igual. Absolutamente igual.