“Claro que hay gente que canta bien en la ducha, pero de ahí a ser un cantante de verdad hay un abismo. Por supuesto que hay gente de a pie capaz de componer una canción, pero de ahí a ser un escritor de canciones media otro abismo”
La proliferación de los formatos musicales en televisión y la comercialización con esos supuestos talentos hacen reflexionar esta semana a Juanjo Ordás.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
No soy un crítico de la parrilla televisiva. Más bien todo lo contrario, mantengo una postura neutra frente a la canonización y demonización de la televisión, pero como muchos de vosotros no he podido evitar ir prestando atención a los concursos de orientación musical que han ido haciéndose más y más habituales desde el estreno de Operación Triunfo allá por 2001. No son más que eso, concursos, entretenimiento para el que lo quiera que muchas veces lanza mensajes erróneos. En uno los chavales aspiran a ser cantantes y se muestra cómo hay que moldearlos cual producto; en otro, padres e hijos cualquiera cantan juntos demostrando todo el talento que hay en el quinto piso del portal siete; avanzamos un poco más y resulta que también hay escritores de canciones esperando su gran oportunidad ante la audiencia. Y el problema de todo esto sumado cual mecanismo de perverso reloj es el siguiente mensaje: que cualquiera es artista, que ser músico no es nada especial, que das una patada y salen trescientos. Gran mentira. Enorme falacia. Brutal embuste.
Claro que hay gente que canta bien en la ducha, pero de ahí a ser un cantante de verdad hay un abismo. Por supuesto que hay gente de a pie capaz de componer una canción, pero de ahí a ser un escritor de canciones media otro abismo. A uno le pueden decir que se da un aire a Brad Pitt, pero eso no te convierte en Brad Pitt, ni serás igual de guapo, ni interpretarás igual de bien.
Al final parece que la idea es que ser artista no es meritorio, que esos que se suben encima de un escenario no dejan de ser ciudadanos vulgares, como cualquier otro; que mejor ser todos partes de lo mismo y no destacar de ninguna manera, que nadie rompa el molde. Esto es, la demonización de la individualidad entendida como un mal en lugar de como hermosa diferencia.
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