“Mientras el mundo se paraba, sonaba esa banda sonora de un tiempo pasado, proveniente de una América ya perdida en el tiempo que pronto sería revigorizada por el género musical americana”
Catorce años atrás en Nueva York, la vida cotidiana se cruzó con el horror. Juanjo Ordás rebobina hasta aquel momento de la mano de uno de sus sempiternos compañeros de viaje, Bob Dylan.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
Quedaban unos días para que se pusiera a la venta “Tempest”, el que iba a ser el nuevo trabajo de Dylan. Me encanta emplear la palabra “trabajo” para referirme a obras discográficas, porque muchas veces se olvida que grabar música (y componerla, y ejecutarla…) es un trabajo. Y el concepto es hermoso, un artista trabaja en algo y luego te presenta ese producto en el que ha invertido tiempo y energía (una regla según la cual debemos respetar a todo artista involucrado con su obra, sea del género que sea).
Volviendo al tema, aún no había escuchado “Tempest” pero como fan dejé volar las ideas y comencé a pensar que era el álbum número treinta y cinco de Dylan y que quizá deberíamos comenzar a establecer una nueva numeración al estilo cristiano. Sí, era el número treinta y cinco pero también el quinto contando con su resurrección a partir de “Time out of mind”, e incluso como con el cristianismo, habrá quien rebata estos datos entendiendo que la resurrección ya comenzó con “Oh mercy”. Pero todos estaremos de acuerdo en que hubo un momento en que la chispa volvió a surgir en las canciones de un músico que atravesó el desierto en la década de los ochenta. Y así, empecé a pensar en la resurrección de Bob, una etapa enigmática. “Oh mercy” fue un regreso a la salsa sazonada por las musas y “Time out of mind” un álbum incontestable. A partir de ahí, Dylan fue colocando sobre la mesa una ristra de álbumes esenciales en su discografía. Curiosamente, “Tempest” se iba a poner a la venta un 11 de septiembre, exactamente como ocurrió con “Love and theft”, trabajo sucesor de “Time out of mind” con el que Dylan demostraba seguir en un muy buen momento, aunque el día que se editó no fue un 11 de septiembre cualquiera. Fue el de 2001.
Mientras el atentado de New York tenía lugar, “Love and theft” sonaba en una habitación de la que entonces era mi casa. Con la televisión encendida, no me dio tiempo ni a pararlo. El disco no se detenía, pero el mundo si lo hizo. Lo mejor y lo peor de la humanidad conviviendo a la vez. ¿No es así siempre? Mientras el mundo se paraba, sonaba esa banda sonora de un tiempo pasado, proveniente de una América ya perdida en el tiempo que pronto sería revigorizada por el género musical americana. Ese día, hacía falta un salvador.
–
Anterior entrega de Corriente alterna: Bon Jovi, quemando puentes.