«Cuanta más manga ancha suelten los artistas, mejor. Dejadles crear a ellos también, hombre»
El rockumental se ha establecido como un género más, del que, por tanto, se abusa. Se abusa tanto que no se deja libertad a los directores.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
El otro día varios medios daban la noticia de que se estaba preparando un documental sobre Black Sabbath. Son mi banda favorita de todos los tiempos (era clásica, «of course») pero en absoluto me emocionó la noticia. Vivimos en una época en la que el rockumental se ha vuelto un subgénero popular a la altura del género del que procede, lo cual ha proporcionado millones de grandes films y otros tantos totalmente dispensables. Ahí están el soberbio “Runnin’ down a dream” de Peter Bogdanovich sobre Tom Petty y los Heartbreakers, un ejemplo de largo y entretenidísimo documental, o el “Wildman blues” de Woody Allen. Obras maestras ambas. También otras de notable factura como “Lemmy” o “Flight 666”, miradas únicas a Lemmy Kilmister y Iron Maiden respectivamente, fascinantes incluso para los seguidores más fanáticos gracias a un enfoque cuidado que buscaba saciar también a aquel que ya lo sabía todo, enganchando de paso a aquel que no sabía nada de dichos nombres. Sin duda, esa es la meta dorada de un rockumental, entretener a todos.
Sin embargo, recuerdo lo mucho que me aburrió “Crossfire hurricane”. Excelente factura, un repaso aceptable a la vida de los Stones hasta el 82, pero… Frígido. No tenía lógica esperar nuevas líneas en las páginas de la historia, pero su enfoque fue tan convencional que cansaba. Parece que algunos nombres imponen más respeto a los directores que otros. Pero ya que uno se aproxima a una vaca sagrada, mejor abrazarla y achucharla con ganas, ¿no? Claro, que son tantas las variables que se mueven entra bambalinas que un Director se puede llegar a asemejar más a un gladiador romano que a otra cosa. Al final, cuanta más manga ancha suelten los artistas, mejor. Dejadles crear a ellos también, hombre.
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