«Todos dispuestos a devorarse entre sí, listos para quitarse el hambre a hostias como popularmente se dice. Y es que es verdad, pasan hambre. Un hambre merecida por querer comer donde no deben»
Juanjo Ordás habla de esos músicos mediocres (también periodistas y DJs) que tratan de arrimarse con arrumacos al que creen que destaca un poco para intentar paliar su hambre cuando tienen una novedad de por medio.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
Se suele decir “de las aguas mansas líbreme Dios que de las bravas ya me libro yo”. Enorme verdad, más aún en el mundo de la música. Se acostumbra a hablar de muchos de las grandes figuras de la industria como malvados monstruos egocéntricos, ya sean músicos, periodistas, DJs o capos de corbata y despacho. Y de todo hay, cierto, pero la proporción de egolatría, maldad y baboseo se multiplica exponencialmente cuando bajamos desde la cumbre de la montaña hasta su base. Allí, en el fango, chapotean personajes ansiosos por llegar a esa cima que se les resiste, seguramente por su escaso talento (aunque culpar a la industria es una salida mucho más socorrida y menos sonrojante).
Tampoco hay que tener especial cuidado con esos seres de abajo, entre los que caben músicos de (¡otra vez!) escaso talento y aspirantes a periodistas de tercera. Se les ve venir de lejos, tienen un nuevo lanzamiento o proyecto entre manos y la mirada les brilla cuando te tienen cerca. Son conscientes de que, gracias a ti, su mediocridad puede llegar a un puñado más de personas: cada vez que se traigan algo nuevo entre manos correrán hacia ti para comentártelo y ver si les puedes echar una mano, olvidando desplantes y feos pasados, haciéndote arrumacos y lo que haga falta. Y son entretenidos, únicamente dañinos para el ego del débil que permita que sus halagos y palabras se abran paso. Cuanto más conocido en el mundo de la escritura musical sea el nombre del periodista, mayores serán las extravagancias y malabares de los renacuajos de la cultura. Y hay que insistir, aquí entra todo el que ansíe el aplauso y el reconocimiento, ya los hemos citado. Músicos aspirantes a un Olimpo al que jamás llegarán porque sencillamente no tienen talento pero desean el aplauso, esos periodistas de tercera con enormes lagunas culturales suplidas mediante Wikipedia que acumulan datos y currículo como si la calidad se vendiera al peso, DJs a la caza del famoso que quizá tú puedas proporcionarles. Todos dispuestos a devorarse entre sí, listos para quitarse el hambre a hostias como popularmente se dice. Y es que es verdad, pasan hambre. Un hambre merecida por querer comer donde no deben.
Y sí, en la cumbre hay de todo, pero entre el que nada en abundancia suele haber menos miseria y también más estilo, un saber hacer que no podrá entender jamás el que suplica por una crítica de su disco o el que comienza a acercarse a ti cuando descubre que te mueves en tal o cuál entorno. Allí, debajo de la montaña, en el fango, hay mucha hambre. Un gran y manso espectáculo.
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Anterior entrega de «Corriente alterna»: La música y el talento merecen respeto.
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