«Lo que el público español e inglés presenció a finales de febrero fue una romántica ceremonia de rock and roll, el de los perdedores que al final ganan»
El regreso de la banda ochentera The Dogs D’amour ha servido para demostrar que a veces los «comebacks» merecen la pena, que pueden iluminar el potencial de un grupo.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
Hace unas semanas The Dogs D’amour estuvieron tocando en España. Banda de culto inglesa cuya formación original se reunía ante la aclamación de esa base fanática insuficiente para elevarles a la primera división, aunque más que sólido colchón sobre el que rodar el «comeback». No es de extrañar que las primeras fechas hayan acontecido en su país natal y en el nuestro, sus seguidores españoles saben degustar su rock clásico, aprecian su calidad, incluso son miel para aquellas moscas atraídas por el encanto cool que supone acudir al concierto de una banda maldita.
En la década de los ochenta, The Dogs D’amour tuvieron todo para triunfar. El carisma, los álbumes y las canciones. Les faltó una compañía discográfica adecuada que a día de hoy ni siquiera ha sido capaz de cuidar su obra y reeditarla, encontrándose sus discos actualmente descatalogados. Y hablamos de álbumes de categoría, de rock and roll de herencia stoniana, macerado por actitud callejera, ganchos pop y versos poéticos. “In the dynamite jet saloon”, “A graveyard of empty bottles”, “Errol Flynn” y “Straight??!!” son incontestables colecciones de canciones que deberían estar disponibles para el disfrute de nuevas generaciones, también remasterizadas para dar cuartel a los viejos vinilos. Siempre queda la opción de las descargas mediante Internet, uno de esos casos en los que su utilización es lógica y socorrida.
Si su líder Tyla fue responsable del desgaste del nombre de la banda en los últimos años al hacerla grabar y girar con miembros mercenarios, también es quien ha conseguido que esta gira de reunión sea legendaria. Él es el alma de un grupo que solo renace cuando el cantante y guitarrista está en compañía de sus tres secuaces. Lo que el público español e inglés presenció a finales de febrero fue una romántica ceremonia de rock and roll, el de los perdedores que al final ganan.
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