«Les mantiene alejados de su poderío inicial pero que a los escépticos nos encuentra ya hechos a la idea de que nunca más regresarán»
Desengañado de sus obras anteriores, Juanjo Ordás se reconcilia con Arcade Fire con su último disco, aunque asumiendo que ya nada es lo mismo.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
Arcade Fire perdieron su esencia tras grabar el primer disco. A partir de ahí fueron otra banda muy distinta a la que firmó el soberbio “Funeral”. Un buen grupo, desde luego, pero en absoluto sublime. Las cosas como son: dejaron de ser especiales. Ciertamente, hicieron bien en apartarse de una fórmula propia que muchos comenzaron a emular –esos himnos espirituales de rock alternativo–, estirarla habría sido lamentable, pero tampoco encontraron un nuevo soporte que les inspirara de la misma manera que esos postulados de secta musical que tan bien les había funcionado. Para cuando llegaron su segundo y tercer largo ya eran otros aunque la llama de “Funeral” les había dorado al sol de un prestigio bien merecido. Crecieron en fama pero dejaron de ser tan únicos.
Ahora “Reflektor” les devuelve a la actualidad, un cuarto álbum que aún les mantiene alejados de su poderío inicial pero que a los escépticos nos encuentra ya hechos a la idea de que nunca más regresarán. Quizá por eso “Reflektor” resulta más interesante que la postal de despedida que fue “The suburbs”, esta vez incluso reconociendo que no son ajenos al mundo, recogiendo el sonido que en los últimos años ha poseído al pop anglosajón con fuertes reminiscencias de la frialdad maquinal de la década de los ochenta. Baterías lineales, líneas de bajo muy gruesas y detalles electrónicos. Tenían más gracia cuando parecían esa secta alejada del mundo actual pero “Reflektor” es un muy buen trabajo, valiente como cualquier doble, hipnótico, recuperando parte del misterio perdido.
Ya sabemos que hubo mejores capítulos, pero este no está nada mal.
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Anterior entrega de Corriente alterna: La no tan rara unión de Bruce Springsteen y Tom Morello.