«Reconocer el talento y la capacidad de emocionar está fuera de etiquetas, fuera de carreras y de opiniones»
El visionado de “Begin again” sorprende a Juanjo Ordás por las canciones que contiene la película, lo que lleva a reflexionar sobre la necesidad de ser abierto de mente para disfrutar de la música.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
No me esperaba una gran película, pero “Begin again” lo es. No he seguido la carrera de su director y escritor, John Carney, pero que Mark Ruffalo estuviera embarcado en el film como uno de los actores protagonistas fue suficiente reclamo. Y lo cierto es que Carney ha hecho un gran trabajo con un largo de estructura más bien poco obvia en la que nudo y desenlace son casi lo mismo. Pero no voy a hablar más de la película. La gracia es que la música es parte fundamental de su argumento y, evidentemente, a lo largo del metraje suenan canciones.
No sé si sería porque el guión es muy bueno, por la dirección o por lo que sea, pero el caso es que uno acaba dentro de las canciones, entendiéndolas y gustándole. Son pop, pop folk en ocasiones, de escritura muy norteamericana, pero suenan muy bien. En un momento Adam Levine, el famoso vocalista de Maroon 5 que hace de secundario, se canta un tema, y pese a lo horrible que me parece como intérprete, la canción funciona. Sí, ahí estoy yo, en la butaca del cine pensando que me está gustando una canción que ese buen hombre canta cuando su voz siempre me ha parecido insoportable. Y sigue sin gustarme, pero la canción está bien. Tiene gancho. Y las que canta Keira Knightley también están bonitas. Oye, que sí, que vale, que molan. Que la banda sonora ha de tener su gracia.
Luego echo un vistazo a los créditos y la cosa ya se pone al rojo vivo. Las canciones vienen firmadas por «songwriters» a sueldo, nada raro, pero uno de ellos (y con bastante peso, parece) es el que fuera cantante de los flojísimos «one hit wonder» New Radicals. Efectivamente. Estaba encantado con el trabajo de ese hombre. Y sigo encantado.
Dejando de lado el humor, lo cierto es que uno nunca sabe cuál es el potencial de un escritor de canciones, ni de un artista. No hay un destino claro, nunca lo hay. Reconocer el talento y la capacidad de emocionar está fuera de etiquetas, fuera de carreras y de opiniones. Ser abierto, incluso sin quererlo, a veces es un buen revulsivo para romper prejuicios.
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