«La luz del día no solo les humaniza y permite una perspectiva distinta, sino que no tienen más remedio que esforzarse mucho más, satisfaciendo a la audiencia»
En esta entrega de «Corriente alterna», Juanjo Ordás se plantea hasta qué punto son necesarios los excesos lumínicos durante un concierto, reivindicando la luz justa o natural.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
A veces está bien que los músicos se despojen de artificios. No me refiero a los acústicos, sino a las luces. A veces adrede, a veces sin darse cuenta, son muchos los artistas que han acabado apoyándose en exceso en la luminotécnica. No hablo de esos espectáculos excesivamente medidos como los de Madonna, sino de aquellos músicos que saben que en tal o cual canción el redoble de batería vendrá acompañado por cualquier efecto luminoso, que la entrada del estribillo del clásico de turno será apoyada por un espectáculo de luz que engrandecerá la interpretación.
Por eso, nada mejor que un club para ver a una banda, con las luces justas, con que se vea el escenario, sobra. Claro, que hay grupos demasiado grandes para meterse en un club como parte ordinaria de su agenda, pero para eso están los conciertos abiertos en verano o incluso los festivales. La época estival tiene sus horarios y los eventos también. Igual que los citados festivales. Y ver a las grandes bandas o solistas a la luz del día es algo hermoso, aunque sea en un escenario inmenso. La luz del día no solo les humaniza y permite una perspectiva distinta, sino que estos no tienen más remedio que esforzarse mucho más, satisfaciendo a la audiencia. El espectáculo debe llegar al público de una u otra manera, si las luces son rechazadas por el sol, es momento de mover el culo, de sudar, de conseguir una interpretación convincente.
Y son muchas las formaciones que, pese a estar habituadas a su equipo de luces, son capaces de realizar un show a plena luz del día siendo convincentes, pero hay que echarle ganas y centrarse en la interpretación, algo que apetece poco a los más complacientes.
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